Espectáculos
Por @Frank Estrada
Publicado el sábado, 18 de abril del 2009 a las 14:00
Saltillo, Coah.- La fiesta desenmascara, incluso a pesar de los intentos del anfitrión por esconderse en ella. Otros la asumen como escenario, su oportunidad de destacar. Para otros, la fiesta es parte, o es la revolución: la fiesta de las balas, como le llamo Martín Luis Guzmán.
La exposición “Entre Fiestas y Caudillos: Imágenes del Archivo Casasola” ofrece esta posibilidad al espectador, captada por la lente de quien nos lega el mejor testimonio gráfico del Porfiriato y la Revolución Mexicana: Agustín Víctor Casasola.
El pabellón 2 del Museo del Desierto es la sede temporal de esta exposición de primera línea, traída a Saltillo por el Comité de Festejos del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución.
Cada flanco del Pabellón 2, más un panel al centro de la sala, se ocupa de episodios de la Revolución Mexicana, sus antecedentes inmediatos y tramas posteriores.
En el primero asistimos a ceremonias y reuniones de Estado del episodio conocido como el “Maximato”, bajo las administraciones de Calles y Obregón.
Muchas de las imágenes presentan eventos públicos y ceremonias pomposas por las que el espectador puede intuir, con su mirada, que se proyecta un esfuerzo de reconstrucción nacional post revolucionaria.
Las fotos que se ocupan de Venustiano Carranza nos dejan ver al estadista que, si bien participó con las armas, también hizo la revolución desde la trinchera intelectual.
Las fiestas del Porfiriato, en otro muros, reafirman la voluntad conocida del “Héroe del 2 de Abril” por llevar a México al progreso.
Fiestas que destilan elegancia afrancesada, ceremonias donde se presumen avances tecnológicos, como la famosa foto en el Hipódromo de la Condesa, en la que don Porifirio está rodeado de la alta burguesía.
La idea de la fiesta como trasunto de los caudillos queda mucho mejor expresada en la conocida foto, presenta en la exposición, en la que Francisco Villa se sienta en la silla presidencial, con Emiliano Zapata a un lado y sus huestes detrás. Una foto reveladora en sí misma y por su trasfondo anecdótico: el sabido miedo que esa silla provocaba a ambos caudillos.
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