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Ángeles salidos de las entrañas de la tierra

Por Néstor González

Publicado el lunes, 16 de octubre del 2017 a las 09:00


La tragedia los llamó a realizar lo que mejor saben hacer.

Saltillo, Coahuila.- Cuando llegaron a la zona del desastre, quienes coordinaban las labores de rescate los trataron como un grupo de voluntarios más.

“Agarren esos botes”, les dijeron mientras los formaban en una fila para ir sacando escombro en cubetas de plástico. Ellos se vieron entre sí, y obedecieron. Estaban ahí para ayudar en lo que se pudiera.

Más de 12 horas de viaje por tierra desde Sabinas hasta la Ciudad de México no hizo mella en ellos, pues están acostumbrados al trabajo físico.

El segundo día, uno de ellos habló con la gente del Gobierno. “Nosotros sabemos hacer eso, meternos y localizar personas”. Con recelo, el encargado los volteó a ver y dio la orden de que los asignaran a la búsqueda y les entregaran herramienta.

Los estaba poniendo a prueba, pues a cada minuto la situación se volvía más apremiante en el edificio de Álvaro Obregón 286 de la colonia Roma, donde decenas de personas quedaron sepultadas tras el sismo del 19 de septiembre.

Ese día, varios mineros pertenecientes a Minergy Corp, de Sabinas, observaban las noticias y se enteraban de la tragedia. “¿Ya viste? No manches, estuvo bien cabrón”, le dijo uno de los trabajadores a Juan Carlos Ortiz de los Santos, coordinador de las cuadrillas de rescate en la compañía.

Si hay un gremio que todos los días convive con la muerte y con la posibilidad de una tragedia, ese es el de los mineros.

ESPECIALISTAS DE RESCATE

La noticia del sismo, los derrumbes y las personas atrapadas en los edificios caídos en la Ciudad de México, despertaron en ellos la inquietud de poder ayudar de alguna manera. Después de todo, ellos son especialistas en el rescate de personas bajo tierra.

Hablaron con Alberto Flores, director de operaciones, quien a su vez planteó esa posibilidad al director de Minergy, Alfonso González Vélez.

Este no dudó, y dio instrucciones para que partieran lo más pronto posible dos cuadrillas, de siete elementos cada una, para apoyar en las labores de búsqueda y rescate de personas en la Ciudad de México.

Partieron por la noche y llegaron el 22 de septiembre. A través de Protección Civil, los asignaron a uno de los lugares que se volvieron emblemáticos en medio de la tragedia, el edificio de Álvaro Obregón 286, que junto con el colegio Enrique Rébsamen, se volvieron el símbolo de la lucha por rescatar a personas vivas.

Para muchos de los mineros fue una primera experiencia fuera de su tierra natal. La mayoría de ellos provienen de Múzquiz, Palaú, Sabinas y Nueva Rosita. Pertenecen a generaciones de mineros, y han vivido de cerca la tragedia día con día.

Algunos, los más veteranos, aún recuerdan la explosión en 1988 en una mina de la Villa Las Esperanzas, que transformó a este lugar en un pueblo fantasma. La tragedia costó 37 vidas, y el declive de la actividad minera en este pueblo, cuyos habitantes, en una gran parte, emigraron hacia Estados Unidos.

Tampoco hay que retroceder tanto en el tiempo. En 2006, 65 mineros perdieron la vida en Pasta de Conchos. Esta tragedia está aún más presente entre los más jóvenes.

Así pues, enterarse de lo que sucedió con el sismo del 19 de septiembre movió los corazones de estos hombres, quienes tienen un gran sentido de compasión por quienes pasan por situaciones que ya han vivido ellos en carne propia.

EXPERIENCIA INIGUALABLE

Alfonso González Vélez tiene ocho años como integrante de la cuadrilla de rescate, pero atrás posee una experiencia de 14 años que adquirió en la empresa Minera del Norte. En Minergy tiene laborando apenas cinco meses, que es lo que tiene la cuadrilla de rescate de esta compañía. Le tocó trabajar en la mina La Esmeralda, donde un desprendimiento instantáneo provocó la muerte de seis mineros, así como un incendio y un derrumbe.

El caso de Raúl Martínez Yamasaki, encargado de ventilación de la cuadrilla de rescate, es aún más llamativa. Tiene un par de semanas trabajando para Minergy Corp. Es decir, tenía pocos días de haberse integrado a la empresa, cuando obtuvo permiso para irse con el equipo de rescate a la Ciudad de México. Llegó un momento en el que tenía más tiempo trabajando en Álvaro Obregón 286 que en la mina de Sabinas.

Martínez Yamasaki es un veterano de la mina Cuatro y Medio, en Esperanzas. Tiene 38 años trabajando en las minas.

Cuando llegaron fueron asignados a un campamento de la Policía Federal, que los trasladó al edificio en cuestión, donde trabajaron con cuadrillas de España, Israel, Argentina y de los famosos Topos de la Ciudad de México.

Aún para veteranos como González Vélez, la experiencia fue dramática. “Llegamos al edificio que estaba totalmente colapsado. Había dos accesos, uno por el segundo piso, otro por el primero. Al principio se tenía incluso comunicación con algunas personas atrapadas, pero conforme pasó el tiempo, las voces se fueron silenciando. Eso fue muy duro, era crítica la situación”.

También recuerda el impacto que le causó estar hablando con las familias. “Ya cuando nos soltaron, empezamos a hacer el trabajo que sabemos hacer, llegamos al segundo piso. Los familiares de la gente atrapada se nos acercaban: ‘¿ustedes son los mineros de Coahuila, verdad?, ¿ya subieron al segundo piso? Ahí tengo a un familiar, ayúdenme a encontrarlo’”, recuerda angustiado González Vélez.

OLOR A MUERTE

Todos los miembros de la brigada relatan que lo que más les impactó al llegar a la zona del edificio, fue el olor a muerte. “Llegamos dos días después del sismo, y olía a muerto, a cuerpos descompuestos. Era algo que nos impresionó mucho”, dice José Antonio Salazar Soriano.

Rogelio Moreno Salazar, otro de los rescatistas, relató que desde que llegaron pudieron ayudar a localizar a dos personas sin vida en el segundo piso. “Eran un hombre y una mujer, adultos los dos. Ya no se les podía reconocer bien, ya estaban muy maltratados los cuerpos”.

Édgar Eduardo Medrano Cruz recuerda que al principio no fue fácil, pues los trataban como a cualquier otro voluntario.

“Al principio no pensaron que fuéramos a hacer algo tan importante porque no creían en nosotros. El primer día fue difícil que nos prestaran los equipos, las herramientas. Tuvimos una discusión con unas personas, pero cuando vieron que realmente sabíamos trabajar en esas condiciones, cambiaron radicalmente su actitud.

“Al último, cuando nos fuimos a despedir, no querían que nos fuéramos, pero ya era muy difícil porque todas las losas estaban recargadas en el primer piso, que era donde nosotros trabajábamos. La verdad ya era muy difícil y decidimos no arriesgar la vida de nosotros”.

El trabajo que realizaron era muy peligroso: excavación manual, colocación de soportes y localización de personas.

José Damián Cázares Uñate es originario de Palaú. “Fuimos a ayudar a nuestros hermanos en esos momentos difíciles que estaban viviendo en la Ciudad de México, nosotros íbamos con la idea de poder ayudar a rescatar a personas con vida”.

‘CON LO QUE HABÍA’

Dice que tuvieron algunas dificultades que pusieron en riesgo la vida de él y de sus compañeros. “Nosotros estuvimos solicitando el material que usamos en la mina. Sabemos trabajar con madera de diferente grosor, hay (pilotes) de 4, de 6, de 8 (pulgadas de grosor), ahí se hubiera ocupado de 8, por todo el peso que soportaba, pero nos dieron de 4. Aún así no nos echamos para atrás, trabajamos con lo que había ahí, pero era muy riesgoso, esa madera no aguanta tanto peso”.

Óscar Martín Guerrero Rayas tiene cerca de 16 años de experiencia en el rescate en minas. “Nunca me había tocado eso, es muy diferente, fuimos a echarle la mano a los hermanos de México. Íbamos a ver si rescatábamos personas con vida, pero no se pudo. Es algo muy triste no haber podido rescatar gente con vida, pero se logró el objetivo de rescatar cuerpos, de entregarlos a sus familias para que los sepultaran”.

Los mineros se encargaban de gran parte de la tarea: excavar, ubicar los cuerpos y dar aviso a la Sedena, que eran quienes se encargaban de extraerlos.

Clemente Flores Arellano y Luis Miguel Pérez Martínez son dos experimentados mineros de Barroterán. Iban convencidos de poder ayudar al rescate de la gente atrapada, aunque no sabían a dónde los asignarían.

“La gente se quedó muy satisfecha con el trabajo de nosotros, con eso nos vinimos, con el agradecimiento de la gente, muy satisfechos. Nos estaban pidiendo que nos quedáramos más tiempo, pero también por cuestiones de trabajo teníamos que regresar. Creo que hicimos todo lo que pudimos”.

Para Pérez Martínez existe una gran diferencia entre el rescate que se hizo en la Ciudad de México y el que se hace en las minas. “En principio es lo mismo, se trata de rescatar personas en un derrumbe, gente que está atrapada. Pero definitivamente que es más difícil en una mina, porque es bajo tierra. Pero el riesgo es el mismo, un error puede costar una vida, o muchas.

“Las condiciones eran muy críticas, parecidas a lo que nosotros hacemos debajo en las minas. Anduvimos reforzando, limpiando, trabajamos con madera de esta, nos dieron madera 4×4, hicimos más de lo que pudimos”, dice José Antonio Salazar Soriano, de Nueva Rosita.

“Todos los días, antes de cada turno, hacíamos una oración”, dice Ramón Martínez Ortiz, otro de los mineros que viajaron a México.

“Trabajamos con mucho cuidado, que no nos pasara nada. Salimos juntos y prometimos regresar todos juntos de México”, dice José Pablo Rosales Torres.

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