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Así se vive en el segundo país más pobre del mundo

Por Agencias

Publicado el domingo, 24 de junio del 2018 a las 18:27


No hay agua corriente ni electricidad ni industria ni infraestructuras, la comida escasea y los zapatos son un lujo

Clarín | España.- Adut pasó unos meses en Madrid. Se sometió a una operación y vivió en casa del cirujano. Cuando iba de regreso a su país le preguntaron: ¿qué te llevarías de España? “Una canilla”,contestó esta niña de 10 años. Adut era de Sudán del Sur, un país donde una canilla es un milagro, donde (excepto en la capital, Yuba) no hay agua corriente ni luz eléctrica ni industria ni infraestructuras ni siquiera servicio de correos.

Sudán del Sur es, con una renta per cápita de 275 dólares, el segundo país más pobre del mundo solo por delante de Burundi (263 dólares), según el informe del Fondo Monetario Internacional Los diez países más pobres del mundo de 2017. “El hambre es el principal problema de Sudán del Sur”, explica el padre José Javier Parladé, misionero comboniano, que vive en la ciudad de Yirol, en el centro del país.

“No obstante, las cosas han mejorado algo desde la guerra”, reconoce Parladé, que ha vivido casi 50 años en el corazón de África. El conflicto civil entre la zona del norte, de mayoría árabe, y la del sur, de población negra, arrancó en 1983. La guerra terminó en 2005 y, en 2011, Sudán del Sur se convirtió en un estado independiente tras la celebración de un referéndum de independencia que apoyó el 98% de la población.

Fueron treinta años de guerra, de muertos, de abusos, de barbarie, de desplazados. Los ecos de los horrores del largo conflicto entre Sudán y Sudán del Sur apenas han llegado a occidente. Pero el padre Antonio Aurelio Fernández, de la orden de los Trinitarios, que desde sus orígenes se dedica a rescatar a cautivos por medios no violentos, supo que las tropas del norte vendían como esclavos a los prisioneros de guerra que capturaban en el sur.

El padre trinitario viajó allí decidido a liberar a esos esclavos. “La mayoría eran mujeres y niños, porque a los hombres los mataban. A las mujeres las vendían en el norte y en otros países árabes para dedicarlas a la prostitución y al servicio doméstico”, explica. El padre Antonio Aurelio Fernández compraba esclavos. Lo hacía en lotes, porque había descuento y salía más barato. Unos 300 euros por cada ser humano.


Niñas en una escuela de Yirol.

Después, les buscaba refugio en la capital de Sudán, Jartum, donde los trinitarios construyeron una granja escuela para los niños esclavos liberados a los que, para evitar un conflicto con las autoridades, hacían pasar por niños abandonados y recogidos de las calles. El establecimiento llegó a albergar a unos 180 menores.

El padre Parladé también vivió la guerra de Sudán. Recuerda que los captores descoyuntaban a los niños esclavos para evitar que escaparan. Recuerda a familias quemadas vivas por los militares del norte. Recuerda los bombardeos nocturnos. Recuerda la vida en el bosque, donde sursudaneses y misioneros buscaban refugio. Recuerda que los militares le tuvieron prisionero.


Los sursudaneses son limpios y se bañan en los charcos que la lluvia deja junto a los caminos de tierra roja.

“La guerra lo arrasó todo”, resume Parladé. “Cuando acabó, en Sudán del Sur no había nada. La gente iba desnuda, porque no tenía ropa. A veces, en una familia había un vestido y lo usaban todos sus miembros, hombres o mujeres, por turnos”, explica y añade que el hambre era una constante en un país en el que muchos habían muerto y muchos otros habían sido desplazados por la guerra y no sabían cómo emprender el camino de regreso a casa.

“Las cosas han mejorado un poco”, insiste Parladé. Pero Sudán del Sur es todavía el segundo país más pobre del mundo. Viajar a Yirol es viajar al pasado. Allí se vive como en el neolítico. La agricultura y la ganadería son la base de la economía de un Estado que no tiene salida al mar. Los sursudaneses cultivan una especie de cacahuete, que mezclan con una hierba hasta obtener una pasta que es la base de su alimentación.


Interior de una de las viviendas.

A eso se añaden los huevos y la leche y, en algunas ocasiones, un pan de trigo. En la mayoría de los poblados hay cabras y gallinas. A veces, a la mesa llega algo de arroz, pero suele ser de importación. Las vacas son el símbolo de la riqueza. Después de la guerra se introdujo una moneda, la libra sursudanesa, que se utiliza en los mercados que en los últimos años han floreciendo en algunas ciudades.

Pero las vacas son todavía la moneda de cambio en un país donde impera el trueque, aunque son pocos los bienes que se pueden intercambiar. En Sudán del Sur no hay ricos. Algunos han hecho dinero en Yuba, la capital, pero en el resto del país hay pobres y muy pobres. Sin embargo, los dueños de las vacas despuntan. Son los banqueros de Sudán del Sur, pero sus sedes sociales no son grandes rascacielos, sino vaquerías, donde los animales conviven con las personas, que cubren sus cuerpos con cenizas para evitar a las moscas que atraen los rebaños.


Construcción de una de las escuelas de adobe.

Sudán del Sur es un país de jóvenes. La población ronda los nueve millones de personas. La mayoría son mujeres, pues muchos hombres murieron en la guerra. El 45% de los habitantes del país son niños de entre cero y catorce años. El desequilibrio entre sexos ha propiciado la poligamia. Un hombre puede tener cuatro o cinco mujeres. A veces, viven todos juntos, otras, el marido comparte una cabaña distinta con cada una de sus familias.

Hay algunas ciudades, pero la mayoría de la población vive en poblados que se configuran en esas cabañas en cuyo interior duermen las personas y los animales. Son las mujeres las que llevan el peso de la economía familiar. Se encargan de los cultivos. En las aldeas más pobres, aran con las manos y con azadas. En las más prósperas, con bueyes.

La falta de agua también dificulta las tareas del campo. En algunas aldeas hay pozos que surten a todo el poblado, pero en muchas otras, las mujeres tienen que andar varias kilómetros al día para ir a buscar agua. Sudan del Sur no es un país seco, su tierra roja es fértil y durante la estación lluviosa, que dura alrededor de seis meses, hay precipitaciones a diario. Pero el agua está a muchos metros bajo el suelo y para extraerla se necesitan unos pozos que sus habitantes ni saben ni pueden construir.

Juan de Orbaneja, un promotor inmobiliario en Málaga, conoció al padre Antonio Aurelio Fernández en un viaje a Roma por mediación de la periodista Paloma Gómez Borrero. Eran los últimos años de la guerra sudanesa y el trinitario contó a De Orbaneja lo que había vivido en sus viajes para rescatar a los esclavos. De Orbaneja pensó que podía hacer algo y organizó una cena benéfica en Marbella en la que recaudó unos 60.000 euros que se destinaron a construir la granja escuela de Jartum para los niños liberados.


La falta de agua es uno de los problemas más graves para la población de Sudán del Sur.

Después de la guerra, el padre Antonio Aurelio Fernández y De Orbaneja viajaron al nuevo y desolado Sudán del Sur, donde entraron en contacto con el padre Parladé y llegaron a la conclusión de que las necesidades del país no habían acabado ni mucho menos con el fin del conflicto. Así que el malagueño creo una asociación, Amsudan, para organizar cenas con asiduidad y recaudar fondos para construir esos pozos y también escuelas.

Aunque casi la mitad de la población de Sudan del Sur son niños solo un 30% tiene acceso a la educación, según los dato de Unicef. Algunos pueblos tienen escuela. A veces son construcciones de adobe y otras, simples troncos de árboles convertidos en bancos que sirven como pupitres a los niños. Las pizarras son bienes de lujo que casi nadie se puede permitir, pero en muchos de estos colegios disponen de libros, cuadernos y lapiceros.


Los sursudaneses viven en cabañas de una sola estancia en las duermen todos los familiares y el ganado.

Amsudan amplió esas cenas benéficas a otras ciudades, Sevilla, Valencia, Londres o Barcelona, que celebró ese evento, que ya es anual, el pasado 13 de junio en el Real Club de Polo. Con la recaudación de esos eventos se han construido una veintena de escuelas en localidades como Rumbek, Yirol, Billing, Arwuau, Nyang o Bunagany. La mayoría son de primaria, pero también hay alguna de secundaria, como la femenina de Rumnbek.

Llegar a la universidad es difícil. Hay facultades de derecho, medicina o economía en Yuba, pero el coste de vivir en la capital es inasumible para los hijos de los campesinos. La misión comboniana del padre Parladé ha logrado pagar las tasas de algunos alumnos que logran alojarse en casa de algún pariente. Las dificultades son mayores para las mujeres, pues salen de la universidad a una edad que en Sudán del Sur se considera demasiado avanzada para casarse y tener hijos.

Los donativos a Amsudan han permitido también la construcción de pozos en Kadula, Adior, Nyang, Lekakudu, Genggen, Panakar o Arwau y, además, una biblioteca, un jardín de infancia o un generador en Yirol. La asociación ha enviado contenedores con máquinas de coser, comida, ropa y placas solares.

En el país no hay luz eléctrica, pero con las placas solares se consigue generar electricidad. Por eso, no es raro que algunas personas de las aldeas dispongan de móviles, que recargan en los mercados con acceso a este tipo de placas. Abraham es un joven de Arwau cuya diversión se limitó en la infancia a jugar al fútbol en el campo cuando había pelota. No se ha desvinculado de esa afición. Algún domingo anda hasta tres horas hasta una ciudad en la que hay televisor. Es una larga caminata, pero Abraham no piensa perderse el Mundial.


Las mujeres se encargan de cultivar los campos.

Es uno de los pocos lujos que los habitantes del país pueden permitirse. Ahora, casi todos tienen ropa. Un vestido, fabricado en el extranjero, para cada uno y para todo el año. Los zapatos son mucho más costosos y la mayoría de la gente va descalza. No hay lavabos. En los pueblos más ricos se han construido letrinas. Tampoco hay duchas, pero los sursudaneses son limpios y se bañan en los charcos que la lluvia deja junto a los caminos de tierra roja.

Ahora, la pobreza llama con fuerza renovada a la puerta de Sudán del Sur. La subida del dólar ha devaluado lo poco que tenían y algunos desplazados del norte han regresado a sus hogares para tratar de reconstruir sus vidas desde la nada. Se han instalado en nuevas aldeas paupérrimas, donde es complicado hacer la única tradicional comida del día, donde un pozo es algo impensable y donde todavía no hay escuelas.

Amsudan ha puesto en marcha un programa de apadrinamiento de niños, que permitirá que algunos jóvenes vayan a la escuela, lo que implica que tendrá una comida diaria ofrecida por otra entidad, Mary’s Meals. La asociación mantendrá también sus cenas benéficas para recaudar los fondos que permitieron, por ejemplo, que Adut pudiera operarse en Madrid del bulto del tamaño de un melón que tenía en la cabeza.

La esperanza de vida en Sudán del Sur es de 56,8 años, una de las más bajas del mundo, según las cifras de Datosmacro.com, solo un poco por delante de Sierra Leona, que con 46 años es el país del mundo con menor esperanza de vida y en contraste con los 83 años que de media vivirán los españoles, los segundos del ranking. Adut sobrevivió a la operación, pero murió en un accidente a su regreso a Sudán del Sur sin haber alcanzado ni la mayoría de edad.

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