Saltillo, Coah.- “El novelista, a diferencia del historiador, tiene la obligación de trabajar la ambigüedad humana”, señala Pedro Ángel Palou. El escritor considera que las historias llenas de certezas son aburridas y no interesan a los lectores, es por ello que para dar forma a su novela Tierra Roja (Planeta, 2016) hurgó en la intimidad de Lázaro Cárdenas para presentarlo como una persona muy distinta a su mote de “La Esfinge de Jiquilpan”.

“El problema de los libros de historia oficial, de las estampitas y las estatuas de bronce, es que nulifican las razones de los seres humanos y construyen al héroe. Perdemos el lado humano y a mí me interesaba encontrar el lado humano de Cárdenas”, señala el novelista en entrevista con Zócalo.

Muchos consideran que Cárdenas, por ser una figura pública, no tenía intimidad, pero después de años de investigación Palou se encontró, gracias a los diarios del michoacano y de su mujer, Amalia Solórzano, con un hombre sentimental, muy apegado a su familia y de corazón bondadoso, especialmente con los niños vulnerables, pues llegó a ayudar hasta 15 de ellos que vivieron en Los Pinos y se convirtieron en los “hermanos” de su hijo Cuauhtémoc.

“Curiosamente, siendo un muchacho de un pueblito de Michoacán, de la Hacienda de Guaracha, que no terminó la primaria, a Cárdenas le encantaba escribir. Era grafómano, hay 3 mil páginas de sus diarios y más de mil 500 páginas de cartas. Empezó a escribir un diario a los 14 años y no dejó de hacerlo hasta poco antes de morir, en 1971.

“En algún momento es un diario muy público, porque se ve que se cuidó, se quitaron cosas, sobre todo del sexenio de la presidencia, pero en otros momentos la descripción de la realidad es súper prolífica. No es un gran escritor, pero revela esa intimidad, de dónde viene, lo que significó su orfandad y el tener que encargarse de los hermanos. Este lado humano que me lo va haciendo vivo”, detalla.

ofrenda de amor

No se tiene mucho conocimiento de la vida amorosa de Cárdenas previa a su matrimonio con Amalia Solórzano.

“Sabemos que era un poco picaflor, con novias por todas lados. Mújica, su gran amigo michoacano, le decía: ‘gracias a Amalia acabó tu época de anarquía amorosa’. De esa época de anarquía amorosa tuvo una hija, Alicia, con una mujer de Guadalajara, a la que cuidó muy bien y que vivió en Los Pinos”, relata Palou.

Y es precisamente Amalia quien da testimonio de que Cárdenas era un hombre que lloraba, se quebraba, era contradictorio. Gracias a ella se conoce la responsabilidad que el general sentía por sus hermanos, de quienes se consideraba el padre putativo.

“Son años de investigación para encontrar el hilito ambiguo, el lado humano, verlo llorar”, apunta.

“También encuentras cosas divertidas para el novelista, por ejemplo cuando decide, como presidente, no vivir en el Castillo de Chapultepec y encuentra un rancho perdido. Lo manda medio reconstruir y le pone Los Pinos porque así se llama la hacienda en donde conoció a Amalia, y ella le comenta ‘hay que sembrar pinos rápido, para que el siguiente presidente no le vaya a cambiar el nombre’. Un acto de amor a su mujer que queda marcado para la historia de México”, comenta.

Tono policiaco

Si bien Cárdenas es la figura central de la novela, Palou decidió no sólo concentrarse en el michoacano y el círculo rojo del poder. La Ciudad de México de los 30 y 40, en la que vivió Cárdenas durante su paso en la Secretaría de Gobernación y más tarde en la Presidencia de la República, también forma parte de la narración.

“La novela necesitaba la vida cotidiana de la Ciudad de México. Así que releyendo El Complot Mongol, de Rafael Bernal, leo una frase: mató a dos generales villistas y estuvo en San Luis Potosí con Saturnino Cedillo. Entonces hablé con el hijo de Rafael Bernal, algo que no se hace mucho en México, pero sí en Estados Unidos y en Inglaterra, y le pedí prestado un personaje de su padre.

“En este caso se volvió una precuela, porque el Complot es de los 50, y en mi novela aparece el detective Filiberto García acompañado de Eduardo ‘El Güero’ Pérez, periodista que sí existió. Fue un buen contrapunto para contar la historia de la vida nocturna del país y de la nota roja mexicana de los 30, una historia que tuve que rescatar de periódicos porque no está en un libro”.

El fin del cardenismo

Palou considera que el sexenio de Enrique Peña Nieta terminó de dinamitar lo que quedaba del estado de bienestar cardenista con las reformas enérgetica, educativa y laboral.

“También está la desaparición de las juntas de conciliación y arbitraje, fuerzas fundamentales de Cárdenas”.

El 18 de marzo de 1938 se llevó a cabo la expropiación petrolera, evento que puso a prueba las habilidades diplomáticas del Gobierno mexicano, y también su capacidad en los tribunales norteamericanos.

“Cárdenas da la orden de que si llegan los buques, quemaran los pozos. Tuvimos una posibilidad clara de guerra. ¿Por qué ganamos? Gracias a mucha dignidad, fuerza e inteligencia. Cuento en la novela la actuación de uno de los abogados mexicanos en la corte en Estados Unidos, cuando las compañías petroleras quieren recuperar sus espacios en México, ganamos esa demanda con pura jurisprudencia norteamericana, como hacen ellos”.

en tiempos de Trump

Ante una crisis con el Gobierno estadunidense, el sexenio de Cárdenas demostró que para sortearla no sólo se necesita un súper diplomático y un buen presidente, sino de gente inteligente en la trinchera, capaz de contestar en términos legales para impedir que en el mundo real pasen las cosas.

“Creo que esa es una fórmula maravillosa para encarar el Gobierno de Donald Trump. Un canciller, no éste, sino uno fuerte, o un consejo de cancilleres integrado por gente como Bernardo Sepúlveda, que ya fue juez en La Haya, Andrés Rosenthal y Juan José Bremer, y nombrarlos subsecretarios especiales para el problema de América del Norte, una cosa así. Sólo con esas tres personas tenemos una memoria diplomática brutal”, considera.

“No hay que reaccionar en Twitter, no hay que entrar en ese juego, pero sí reaccionar con diplomacia y empezar, como hizo Luis Echeverría, dos alianzas fundamentales: con Asía Pacífico y una profunda campaña de integración latinoamericana. La fórmula ya la tenemos que es, por un lado, una alianza con China, que sí les ponga los pelos de punta a los norteamericanos, y una integración Latinoamericana”, propone Palou.

“A mí me ha dolido como mexicano ver que no ha habido, salvo el caso de Venezuela por la agenda política de Maduro, ninguna reacción seria de un presidente latinoamericano, de aquellos países que tanto se beneficiaron cuando México abrió las puertas a los exiliados. No hay una reacción chilena, argentina, uruguaya, diciendo ‘México es nosotros’, ‘un ataque a México es un ataque a América Latina’. Tampoco lo ha hecho la propia España, ni por lo que pasó con sus exiliados, que fueron recibidos justo en el Cardenismo. ¿Pero quién tiene que buscar esa integración? México, que debería estar utilizando el 80% de su tiempo diplomático en voltear al sur, a América Latina”, concluye el escritor.