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Compositores coahuilenses; sólo sus canciones quedan

Por Ruta Libre

Publicado el lunes, 24 de abril del 2017 a las 15:33


La Última Muñeca o un Puño de Tierra son canciones inmortales de la música mexicana, pero de sus autores ya nadie se acuerda

Por: Rodrigo Flores

Saltillo, Coah.- La frase “nomás un puño de tierra” tiene música propia y es imposible pensarla sin seguir de corrido la tonadilla. “Ya muerto voy a llevarme”, continúa la letra de la canción que en cientos de cantinas de todo México tocan como himno perenne de resignación, pero de cuyo autor ya nadie se acuerda porque el éxito de tan cantado poema popular no acompaña en su vejez a quien le diera alma.

El dueño de esa letra es ahora un coahuilense promedio que vive alejado del ruido, la riqueza y la fama que le trajo esa y otras canciones. Se trata de Carlos González, quien hiciera famoso con sus temas al gran Antonio Aguilar, y quien también fuera una estrella del cine de oro mexicano. Él es quien ahora cuenta su historia de cómo se convirtió en una de esas leyendas de cantina.

Sin embargo, este no ha sido el único coahuilense al que las musas del desierto inspiraron. Otros siguieron sus pasos, pero algunos ya han muerto; otros están por ahí regados en pueblos terrosos sin reconocimiento alguno, pero conscientes de que sus canciones son como aves que viajan cientos de kilómetros para ser admiradas por otros.

Son mentes creativas e incomprendidas que van por la vida recreando situaciones, inventando personajes, formando amores; que vivieron una época de esplendor que hoy sólo es recuerdo, y antes de que desaparezcan con sólo un puño de tierra, nos cuentan las historias detrás de sus canciones made in Coahuila.

EL CORONEL DE LAS LETRAS

A sus 83 años, Carlos González García sigue activo como compositor. Desde pequeño se dedicó a la música. Ya no toca la guitarra, sólo compone, porque la artritis que padece desde los 35 años lo alejó de las cuerdas.

Nació en San Carlos, municipio de Jiménez, Coahuila, y hoy su paso es lento. Los días de ir y venir entre los artistas, los viajes por todo el mundo quedaron atrás. Vive en una pequeña casa cerca de Piedras Negras, donde todavía escribe y dice que tiene pendiente un corrido que dedicará a funcionarios de los tres niveles de Gobierno.

Su vida ahora va entre Tijuana y Coahuila. Allá en la “esquina de México” viven sus hijos, pero él prefiere estar en su tierra, con su gente, en una humilde vivienda que le trae gratos recuerdos porque artistas como Antonio Aguilar, Ramón Ayala o Lorenzo de Monteclaro la han visitado.

“Aquí han estado conmigo. Han probado naranjas de ese árbol –apunta con el dedo–. Es muy dulce. Yo estoy muy agradecido con todos ellos y contento con lo que he hecho. Todavía compongo y grabo, pero mis manos me duelen de repente: con el aire me brota la enfermedad (artritis), me empiezan a doler”, dice.

Por el aire helado de la tarde prefiere recibirnos adentro de su casa. Un pequeño sillón frente a un televisor es el lugar donde nos cuenta cómo llegó a ser un compositor y estrella de cine conocido como “Carlos Coral”.

Su padre quería que fuera abogado, pero su pasión por la música fue tanta que prefirió seguir ese camino hasta que su familia entendiera su vocación y le permitiera seguir en el mundo artístico.

“Yo compongo desde la escuela. Mi padre me metió al estudio, quería que fuera abogado; me metió a Leyes, y no. Escuché música en un bar y desde los 9 años compongo. Mi padre (estaba) terco con que yo fuera abogado. Le dije ‘me gusta esto, papá, y no puedo hacer otra cosa’”.

Cuando comenzó su carrera como artista de cine conoció a Pascual Antonio Aguilar Barraza, mejor conocido como Antonio Aguilar, “El Charro de México”. Fue él quien le dio su nombre artístico con el cual hasta el momento se le conoce.

“Antonio Aguilar estaba en Zacatecas. Él era de ahí, ahí lo conocí. Yo llegué a actuar en un club de Ensenada que llevaban de Tijuana y Antonio se estaba presentando. Supo que era compositor y me dijo ‘te encargo unas canciones’”.

Fue el mismo charro quien un día le dijo que su nuevo nombre sería “Carlos Coral” porque Carlos González había muchos. Así nació el nombre del compositor y actor, un hombre bien parecido, fornido, que enamoraba a las mujeres y que se convirtió en la sombra de Antonio Aguilar.

Compartieron la pantalla grande en algunas películas e hicieron giras por todo México y Estados Unidos. La fama creció gracias a que un día Carlos compuso uno de los mayores éxitos en la historia de la música regional mexicana: Un Puño de Tierra.

Este éxito ha sido la más grande composición del autor, una canción que le valió realizar giras en todo el continente y que a la fecha ha sido grabada por más de 100 cantantes, algunos de la talla de Antonio Aguilar, Ramón Ayala, Julión Álvarez, El Coyote, y el coahuilense Pablo Montero.

Recuerda que el día que le vino a la mente el título estaba en el estudio de grabación en donde trabajaba como director artístico. Su presidente, Johnny González, lo recibió de mala gana por problemas maritales.

“En 1968 (compuse) el Puño de Tierra en Dallas, Texas, ahí la engendré, ahí se quedó… El título no lo saqué de ninguna parte más que de un personaje: el dueño de Discos el Sarape, Johnny González”, explicó.

Aquél día la esposa de su entonces jefe vio una escena desagradable de su marido con otra mujer, por lo que la situación se puso tensa, a tal grado de que se pensaba en la separación.

“Llego al estudio, iba a grabar, le tocó a Johnny y me dice ‘adelante’. Nada más entré y me dice ‘¿qué pasó, bato?’ Le digo ‘¿a quién grabo primero?’–le pregunta–. ‘Y ¿tú quién eres?’, me dijo así. Le digo ‘soy tu director artístico, según tú’. Dijo ‘entonces cómo me vienes a preguntar que a quién grabas. El estudio es tuyo, el equipo es tuyo, tú diriges, yo no tengo que ver nada contigo. Tú eres el dueño’”.

Me dice: ‘no te creas lo que te dije. Yo no me llevo así con mi gente. Ahorita no quisiera saber nada de música. Quisiera que me echaran un puño de tierra y no saber nada de nada’. La frase se me quedó grabada. Me la llevé y le compuse una canción”.

Contrario a la canción, que habla de un personaje que se toma la vida a lo ligera, la letra surgió de una infidelidad. Carlos nunca imaginó la dimensión del éxito que iba a tener esta canción que no sólo ha sido grabada con mariachi y norteño sino también en rock.

“Yo tengo mi puño de tierra y me lo llevé de aquí en un morral, en el avión. Tuve que sacar permiso para llevarla. Era tierra de San Carlos, de mi pueblo, no del panteón, pero sí del monte. Hacía montoncitos de tierra. La gente me pedía puños de tierra. ‘¿No trae un puño de tierra?’

“Yo creía que me pedirían discos. Les decía que no y me decían ‘no, un puño de tierra’. Sacamos tierra, montones, porque en las presentaciones mías me pedían. Hice costalitos con mi foto”, recuerda.

Él es un compositor del pueblo que dedica sus canciones a las musas, humilde, que se ha ganado el respeto de la gente en la frontera, en donde recibirá el reconocimiento Mister Amigo 2017, que se entrega en Eagle Pas en la ceremonia del tradicional Abrazo de la Amistad.

“Hubo muchas musas de mi parte. Yo soy un tipo muy humilde, mis padres siempre fueron muy humildes… y sigo siendo”.

A pesar de su enfermedad, él agradece a Dios por haberlo llevado por el camino correcto. Dice que por algo sigue en este mundo, ya que ha superado desde la enfermedad hasta un accidente de avión.

“En un accidente aéreo casi me saco el ojo. Mexicana de Aviación, en el Lago de Texcoco, en ese avión se mataron muchas gentes. Se partió el avión en dos. Le compuse una canción a una azafata. Fue un homenaje bruto porque la chamaca herida… como iba el avión se quedó partido en el riel en dos pedazos. Quedaron vivos unos…

“Al planear, al bajar el tren de aterrizaje no se abrió a tiempo el de adelante y se fue en rastra. La chamaca se bajó y arrancó corriendo entre las pistas, y les dijo llorando en las oficinas ‘mi avión está partido’. Lloraba. ‘Mi avión está partido por la mitad’. Vi tantas cosas”, agregó.

El compositor de Un Puño de Tierra ha sido un hombre fuerte que, a pesar de haber tocado el cielo, es una persona humilde y sonriente que un día salió de Coahuila en busca del éxito.

EL POETA DEL PUEBLO

Sentado en una silla a un costado de una mesa de billar se encuentra Fito Galindo, más delgado que en otro tiempo; apenas puede moverse. Toma el taco y comienza a golpear las bolas de billar. Siempre inquieto, así fue desde niño, dice.

Apenas tenía 7 años. Aquel día de escuela la maestra les pidió a sus alumnos que escribieran un poema bajo la consigna de que los dejaría salir temprano. Humberto “Fito” Galindo tomó papel y lápiz y comenzó a escribir.

Su primer contacto con las letras no fue como lo esperaba. La maestra al leer sus versos lo acusó de ladrón: no creyó que aquella mente pequeña hubiera podido escribir semejante poema, y lo azotó contra el pizarrón. Así fue su primera experiencia como compositor, que a la fecha suma más de 600 canciones de su autoría.

Porta una camisa negra tipo vaquero, rasgada de un costado, acompañado de su texana que tiene postrada sobre la mesa de billar. Apenas puede hablar. A pesar de su convalecencia accede a platicar su experiencia en la música.

Dice que siempre ha mantenido la sencillez y el éxito en su momento no lo cegó.

Hasta hace algunas semanas su salud era de lo mejor. Nunca había tenido una recaída como ahora. Al intentar subir a su camioneta, el hombre cayó al suelo; sintió un dolor intenso en el estómago y fue a parar al hospital. Casi muere, pues una úlcera en el estómago que desconocía se le reventó con el impacto. Duró más de un mes en recuperación, pero dice estar listo para lo que sigue.

Originario de Zaragoza, Coahuila, desde pequeño buscó otras fronteras. Las letras lo llevaron por caminos desconocidos que pronto se convirtieron en su carrera profesional.

“Mi primera pendejada fue a los 8 años. Yo andaba metido en las broncas que la vida te da, y cuando me daba tiempo escribía. Un día ya casi cansado de la búsqueda y de la lucha, me grabó alguien muy importante y comenzó a funcionar el asunto”, dijo.

A los 14 años aquel niño se sentó a escribir unas cuantas letras. Después de pensar y pensar logró plasmar en el papel “tengo tantas cicatrices en el alma, que aunque quieras lastimarme no podrás; tengo tantas cicatrices en el alma, que no queda dónde dar un golpe más”, y guardó las estrofas.

Fue hasta 1988 que el grupo Bronco le puso música a su letra, convirtiendo Un Golpe Más en un éxito de la agrupación y que inclusive fue título de este disco, uno de los más célebres del cuarteto liderado por Lupe Esparza.

“Siempre me tuve mucha fe. Creo que yo empecé a escribir gracias a un pendejo que escribió algo tan simplón que dije ‘yo le entro a este negocio’. ‘Si te vas de mí me muero, sin ti porque te quiero mucho. Y si no te veo me siento como un chucho’ –cita aquella letra–. ¡No jodas! Fue cuando vi que ahí había algo que yo podía superar.

“Creo que una canción estúpida fue el motivo más grande que tuve yo para que comenzara a escribir. También seguí escribiendo estupideces, que al cabo que se valía; seguí escribiendo estupideces, pero ya eran mías y me tocó la fortuna de que alguien me grabó una de aquellas tonteras”, dijo.

Poco a poco sus letras comenzaron a funcionar. El éxito había llegado tras un gran esfuerzo. Por fin “Fito” había conseguido codearse con los grandes, aquellos compositores bohemios que surgieron en los años 70 y 80, y que se convirtieron en colegas del compositor coahuilense.

“Comenzó repentinamente a surgir lo que yo esperé siempre, porque no fue ninguna sorpresa: yo lo esperaba, sin vanidad; lo esperaba con la seguridad de que lo que yo tenía podía funcionar y podía proyectarse más delante, y no estaba equivocado el viejillo aquel”.

No terminó la primaria, no sabe tocar ningún instrumento, su secreto ha sido el decir las cosas diferentes a los demás. Sostiene que hay muchas formas de decir “te quiero”, “te odio”, pero no todas se dicen y sienten igual.

Ese fue el secreto que lo caracterizó. El escenario era el mismo: una cantina vieja, vino y mujeres, mientras un “loco” escribía de mujeres y traiciones, como la canción de Martín Urieta.

Así surgió Compré una Cantina, que fue grabada por los Cardenales de Nuevo León, después por Ramón Ayala y recientemente por el grupo Pesado. Una canción que surgió de un mismo escenario, de donde han salido cientos de canciones, pero que tiene algo distinto a las demás.

“Uno escribe de la manera que tú quieres, pero siempre con el objetivo de decirlo con palabras distintas, y ahí resulta algo bonito. Se usa mucho que ‘tus lindos ojos y tus labios rojos’, y un día alguien dice mira cómo se le ocurre a Galindo ‘tenía los ojos más lindos que yo había visto en mi vida, se le miraban bonitos aunque estuviera dormida’, diferente”, mencionó.

La casa donde habita la construyó con sus propias manos. Tiene una camioneta modesta. La fama no le remuneró económicamente y dice que nunca escribió por dinero.

“Luego te das cuenta que mucha gente se ganó mucho dinero contigo. ¿Y yo? La mayoría de los locos que escribimos no lo hacemos por dinero, definitivamente. Lo que escribimos es de corazón”, agregó.

Añora dejar un legado, una canción que se quede para siempre. Su célebre tema La Última Muñeca lleva la ventaja. Esa canción que se ha convertido en un ícono de las fiestas de XV años en México y fuera de él.

EL REY POBRE

El ejido Notillas está en el limbo. Por años sus habitantes han padecido la falta de recursos debido a que su geografía los ubica entre dos municipios: Saltillo y Parras de la Fuente. A poco más de 20 kilómetros de la carretera a Zacatecas se encuentra esta comunidad que históricamente se ha dedicado a la talla de lechuguilla y palma.

Ahí, entre los campos áridos y las altas temperaturas del verano creció “El Rey Pobre”: Cornelio Reyna Cisneros, compositor y cantante coahuilense, reconocido en México y fuera de él por sus canciones.

El 22 de enero de 1997 el mundo de la música se vistió de luto: Cornelio Reyna había caído de la nube en que andaba y nunca más la volvió a subir. Murió a causa de una úlcera estomacal. Hoy sólo quedan los recuerdos de su infancia y algunos familiares en el ejido donde nació.

Así como cuando partió en busca de mejor vida, así se encuentra su humilde casa. Son tres cuartos de adobe, con fachada de cal, decorada con líneas azules. Dicen que él con sus manos la levantó porque también fue albañil.

Ahora ahí vive su hermano Luis, que está de visita en el ejido porque todos se mudaron a Tamaulipas, la segunda casa de Cornelio.

El talento le viene de sangre. Su padre, Román, y su tío Genaro eran músicos. Heredó su habilidad con los instrumentos de cuerda y viento, y desde niño soñó con grabar un disco y llevar su música por todo el país.

Nadie creyó en su sueño. Aquel joven con huaraches, que andaba en el campo sembrando o cazando en el monte, ¿qué posibilidades tenía de salir del pueblo? Ninguna, pero lo logró.

“Él aquí nació, aquí se crió, de grande se fue a Monterrey. Allá agarró la música. Cuando andaba en el monte hacía fajillos de pitos de maguey y con magueicillo ya le tiraba a la música. Cuando andaba con el primo le dijo ‘va a ver que un día voy a sacar un disco y le voy a mandar uno’. Se rieron”, contó su hermano.

Cuenta que las influencias musicales de Cornelio fueron Los Alegres de Terán, Los Montañeses del Álamo, Los Doneños, Luis y Julián. Con sus canciones creció en el monte.

Ahí, en el ejido, se crió con los padrinos de su abuelo, y cuando ya no pudieron asistirlo en su casa decidió emprender el vuelo y salir del rancho en busca de un mejor futuro.

“Él dijo ‘primo, un día voy a grabar un disco’. Yo le decía ‘mira, mira, ¿de dónde vas a sacar discos? ¿De la puya? ¿Tallando?’, y un día llegó con mi abuelo, lo quería mucho, le dice ‘oiga, vengo a pedirle un consejo, ¿qué hago? Ya aquellas gentes no me quisieron’. Mi abuelo le dijo ‘mira, hijo, recógete con tu madre. Está en Monterrey. Si no tienes dinero yo te doy para el pasaje’. De 15 años se fue”.

Ahí comenzó su aventura musical. Apenas llegó a la Sultana del Norte comenzó a buscar la manera de hacer un grupo. Él como primera voz y bajo sexto empezó a buscar al resto de la agrupación que no logró, por lo que el destino lo llevó a Reynosa, Tamaulipas, donde tras dedicarse a la fabricación de ladrillos logró por fin formar un conjunto norteño.

Al juntarse con Juan Peña, un joven de 17 años que había salido de su pueblo en busca de lograr su sueño, formó el Dueto Carta Blanca, que pronto grabó sus primeras canciones y que como lo había prometido a sus familiares en Notillas, envió su primer sencillo para que todos lo escucharan.

“Decía ‘un día van a oír algo de mí’, y nadie le creía. Para la música no había nadie como él, era bueno, se fue y a los pocos meses nos mandó el disco. Lo grabó con el Dueto Carta Blanca y poco a poco comenzó a componer”, agregó su primo Moisés

La primera grabación, según comentan, fue de la canción De mis Amigos Rodeado, y de ahí no paró. Su trabajo fue componer sus canciones y grabarlas, empezando desde abajo, tocando en fiestas y bares.

El éxito pronto vino en creces: en 1961 conoció a otro joven de cuna humilde como él. Era Ramón Ayala, quien era habilidoso en el acordeón. De ahí su fama creció en todo México y Estados Unidos cuando formaron Los Relámpagos del Norte.


Amigos y la familia que aún queda en ejido Notillas siguen recordado a Cornelio Reyna como el gran cantante que era.

A pesar del éxito, Cornelio nunca olvidó sus raíces y regresó en varias ocasiones a su pueblo natal para tratar de llevarse a su familia con él a Tamaulipas, estado que lo acogió y en donde descansan sus restos.

“Sí venía. Decía que nos fuéramos con él, pero no queríamos, pues uno es del rancho. La última vez que estuvo aquí fue cuando murió papá. Traía unas cajas de vino del bueno. A nosotros nos gustaba mucho tomar. Llegó y dijo ‘¿cómo estás, hermanito? Vamos por unos cabritos’. Le digo ‘no es fiesta’, y dice ‘no pienses eso. El compañerismo que va a estar aquí, ¿qué le vamos a dar de comer?’. Y fuimos y compramos ocho cabritos, los asamos, hicieron fritada”, comentó Luis Reyna.

Fue la última vez que pisó tierras coahuilenses. Su vida entre la música y el cine la llevó a cabo en el Distrito Federal, lugar en el que murió y donde aún se le recuerda con cariño. En la Plaza Garibaldi colocaron una estatua en su honor, ahí junto a los grandes de la música como José Alfredo Jiménez y Juan Gabriel, a esa altura estaba el “chaparro” más grande de la música norteña en la región.

EL PRODUCTOR

En 1977 la cantante jarocha Yuridia Valenzuela Canseco, mejor conocida como Yuri, sacó su primer disco como solista. En ese año grabó el álbum Ilumina tu Vida, en el que incluyó el tema Hoy Todo Es Amor, autoría del saltillense Mario Alberto Sánchez.

El compositor y productor creció en el corazón de Saltillo, entre el Águila de Oro y la Zona Centro, sitios que, a pesar de vivir en la Ciudad de México, nunca olvidó y que le traen muy gratos recuerdos.

Recuerda que su padre quería que fuera maestro como él, que siguiera sus pasos. Sin embargo, Mario comenzó a seguir un camino diferente a pesar de las dificultades que vivió en una ciudad desconocida.

“Nací en Saltillo, en el barrio de la calle Matamoros, antes del Águila de Oro, a esa altura más o menos. Muy famoso ese barrio, y a mucho orgullo lo digo. De ahí, por trabajo de mi papá, nos fuimos a vivir al centro de la República, al estado de Morelos, donde crecí, me formé.

“Yo comencé a escuchar las canciones y quería saber qué había atrás de eso que había en el radio. Era una inquietud enorme que tenía, y componía canciones”.

Fue en 1972 cuando el joven aquel llegó a la gran ciudad con más ganas que resultados inmediatos y con el sueño de que alguien escuchara sus canciones y lo convirtiera en un artista.

Ahí aprendió la primera lección. Dice que llegó con toda la actitud de salir adelante, de buscar a quienes se dedican a la música y que lo escucharan para que vieran sus virtudes como cantautor. Sin embargo, la vida pronto le enseñó que primero tenía que adaptarse al medio en el que buscaba el éxito, un ambiente lleno de celos y de mucha competencia.

“Lo primero que tienes que hacer es adaptarte al medio. Aquella era una gran época de la música mexicana, de la gran industria en México. Me tocó conocer gente importantísima, trabajé en la editora de RCA. En esa época empezaba Juan Gabriel y otros compositores también, y comencé a relacionarme, pero noté que había que hacer algo más que andar mostrando las canciones”.

El no obtener resultados pronto comenzó a desesperarlo: el hambre no sólo del alma sino del cuerpo comenzaron a apoderarse de él. No había una respuesta por parte de las disqueras y por lo tanto no había solvencia económica.

A pesar de las carencias, Mario no renunció a su objetivo, al contrario, eso le dio fortaleza y empezó a planear cómo entrar a la industria. En aquel entonces, frente a la compañía RCA había puestos de comida. Las garnachas eran el punto de reunión tanto de productores como de compositores y cantantes. Ahí cruzó miradas y algunas palabras con grandes personalidades, y le surgió una idea.

“No les miento: traía refrescos, tortas… la idea era entrar a la industria como sea. Iba al estudio de grabación. Era muy difícil que entrara uno a ver a los grandes artistas grabar. Ya era una cosa de magia. Entonces cuando uno tiene el objetivo en la cabeza es muy importante no quitárselo, ser tenaz, y si había la manera de entrar, había que hacerlo”.

Fue así como se ganó un lugar entre los grandes, ahí mismo, en medio de la grasa y el olor a comida, donde le entró el gusto por la producción sin dejar a un lado las letras.

La compañía en la que comenzó a trabajar le permitió ser productor y a la vez que algunos de los artistas exclusivos grabaran sus canciones.

“Yo comencé a ser productor haciendo mis cosas de manera independiente. Fue cuando nació Ariola (productora), que estaba en Lomas de Chapultepec, en Sierra Mojada estaba la oficina. Ahí llevé mi primera producción de un grupo que se llamaba Montaña, que conocí en el hotel”.

Bajo el sello de RCA se le dio la oportunidad de seguir haciendo cosas nuevas, de ofrecer sus nuevos productos, lo cual le bastó para crear la música de la película protagonizada por Héctor Suárez, El Mil Usos, de manera independiente.

Pero el destino le tenía preparada una sorpresa más, una lección que le quedó para toda la vida, que a pesar de ser un trago amargo, ha sido una de las mayores satisfacciones que ha tenido en su carrera como productor.

En 1980, aquel joven saltillense tuvo el encargo de producir el quinto disco del grupo Los Yonic’s, de José Manuel Zamacona, el cual llevó por título Sólo Baladas. A esta producción le tuvo mucha fe, sin embargo sus superiores no lo vieron con buenos ojos.

“Nació el disco Sólo Baladas. Cuando presenté el disco me corrieron. No le gustó al que era mi jefe. Me dijo ‘te vas. Está muy mal este disco’. En ese momento sientes algo muy fuerte en tu interior. Dices está bien el disco, está bueno, está muy bonito”.

Invadido por la frustración aceptó la renuncia, pero insistió en que su producción era de lo mejor y pidió como favor personal que apoyaran el tema Palabras Tristes, que se incluyó en ese disco.

El tiempo le dio la razón y Palabras Tristes se convirtió en el himno del grupo Los Yonic’s, pero sobre todo, el disco Sólo Baladas ha sido uno de los más vendidos en México.

“Al mes yo ya no estaba en la compañía y el disco estaba en primer lugar. En esa época el líder de ventas era ‘El Pirulí’. Con ese disco lo rebasó. Fue el número uno y ha sido el disco más institucional de Los Yonic’s. Me siento muy orgulloso. Ese es uno de los logros más importantes de mi carrera”.

A la fecha Mario Alberto tiene su propia productora. Trata de sacar nuevos talentos y sobre todo encaminar la carrera de jóvenes que inician en el mundo de la música porque dice que en México existe mucho talento, sin embargo no hay quienes encaminen esas carreras de futuros artistas.

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