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El Faro Rojo: Los pordioseros

Por Ruta Libre

Publicado el lunes, 6 de noviembre del 2017 a las 11:02


El peor robo que puede haber es el que se hace al que menos tiene

Por: Rosendo Zavala

Saltillo, Coah.- Traicionado por la idea de volverse rico en un instante, Paquito se abalanzó contra el indigente, arrebatándole las monedas que tenía entre las manos, azotándolo contra el piso mientras se echaba a correr como queriendo evadir la realidad.

Perdiéndose entre el mar de gente que ingresaba a la iglesia, el pecador intentó evitar su destino, aunque no lo consiguió porque varios policías que rondaban el sector se le dejaron ir para hacerle pagar con cárcel el sacrilegio que acababa de cometer.

VERTIGINOSO ATARDECER

Fastidiado por el sol de mediodía que le calaba tanto como el hambre, Francisco deambulaba presuroso en el bulevar buscando el refugio que le espantara las inclemencias de la incipiente primavera, que desde entonces amenazaba con postrarse feroz sobre la ciudad.

Mientras el vaivén de los autos que corrían sobre el bulevar Carranza, se erigía como una más de las trabas sociales que debía sortear el desadaptado limosnero, en su mente sólo corría la idea de espantarse los 40 grados que creía sufrir en carne propia.

Repentinamente, la imagen de un edificio religioso se erigía frente a él como recordándole que no debía perder la fe, y fue así como el parrandero solitario se abrazó al deseo de pasar una tarde de tranquilidad que a punto estaría de vivir.

Desde la verja de la entrada al recinto celestial, el hombre de cabellos revueltos e imagen despectiva clavó su mirada en el vago, que sentado frente al acceso principal de la iglesia de Fátima, pretendía ganarse la vida pidiendo dinero a los feligreses.

Tras confirmar que “Jesús” tenía reunidas algunas monedas en su despostillado vaso de peltre, el limosnero furtivo comenzó a maquinar lo que sería el mejor de sus golpes, pensando que con eso comería dignamente, aunque fuera un sólo día.

PAUPÉRRIMO ATAQUE

Recargado en el barandal de acero que se abrió lentamente en dos aguas para recibir a los feligreses de mediodía, el desorientado ladrón caminó hasta las inmediaciones del patio, donde guardando la compostura volvió a detenerse, aunque por dentro tramaba ya la forma en que se haría del dinero fácilmente.

Arrastrando sus zapatos viejos entre el adoquín anaranjado que adornaba la parte delantera del recinto sagrado, el vagabundo se acercó hasta donde estaba su colega de perezas y con melodiosa voz comenzó a envolverlo en la conversación que resultaría determinante para el robo.

Disfrazándose de amigo para no despertar sospechas, Paquito se hizo pasar como uno más de los feligreses, acomodándose en un costado del mendigo que en ningún momento se percató de las intenciones del prójimo.

Sin perder de vista cada detalle del entorno emperifollado donde se movían los verdaderos visitantes, el ladronzuelo se sentó sobre el empedrado sin dejar de hablar, sabía que estaba ante la inmejorable oportunidad de volver a comer y emborracharse.

En una rápida ofensiva, el malandro de ocasión manoteó sobre la humanidad de “Jesús”, tirando el gastado vaso de peltre que cayó de golpe sobre la acera y retumbando el sonido del valioso metal que sobresaltó al victimado.

Pese a todo, el pordiosero se agachó para levantar su dinero, aunque de nada sirvió, porque el atacante arremetió dando el manotazo con que despojó de su morralla al afectado, que ya no pudo reaccionar porque el delincuente se había echado a correr.

JUSTICIA DIVINA

Desesperado porque había perdido su “riqueza” en un parpadeo, el limosnero se paró como resorte y navegando entre el mar de fieles que abandonaban la iglesia se encaminó hasta la salida, vociferando con desesperación el atraco que le arrancaría la felicidad económica de golpe.

Visiblemente agitado, el recaudador de donativos imploró al cielo que su pesadilla terminara pronto, ignorando que sus súplicas serían atendidas, porque varios policías municipales que en esos momentos transitaban sobre el bulevar se detuvieron para auxiliarlo.

Tras darse cuenta de que el vagabundo lloraba su suerte, los azules desplegaron un operativo en los alrededores del templo, logrando la captura del victimario en las desoladas calles de la colonia República en pleno mediodía.

Instantes después, los propios oficiales encararon a Paquito con su víctima de ocasión, que enardecido exigió justicia, vituperando las acciones que por instantes le mataron la tranquilidad que dejó en la iglesia.

Escupiendo todo el rencor que sentía, “Jesús” afrontó al causante de sus males, que bajando la mirada aceptó su culpa frente a las autoridades que ya no preguntaron más, subiéndolo en la patrulla que lo llevaría a su nueva morada en la cárcel municipal.

Y mientras el sol volvía a brillar en el cielo, el mendigo recuperó la sonrisa que adornó su rostro mientras recogía las monedas que le habían robado, volteando hacia arriba para agradecer la posibilidad de seguir con su dinero como si nada hubiera pasado.

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