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El Faro Rojo: Víctima del deseo

Por Ruta Libre

Publicado el lunes, 22 de mayo del 2017 a las 15:36


Lucero fue salvajemente violada y asesinada por aquellos en los que confiaba

Por: Rosendo Zavala

Saltillo, Coah.- Convencidos de que eliminando a su víctima tendrían la libertad eterna, los drogadictos regresaron al sitio donde violaron a Lucero y sin piedad la masacraron, arrojándole una piedra en la cabeza para matar sus ilusiones infantiles de un sólo golpe.

Tambaleándose por los efectos de la droga que habían consumido durante horas, los asesinos intentaron darse a la fuga, mientras el destino los acechaba implacable para cobrarles factura de inmediato.

Inocencia robada

Correteando entre las polvorientas calles de su colonia, Lucerito fantaseaba con el futuro que a simple vista parecía imposible, rodeada de pobreza y falsas amistades que en poco le ayudaban a su tan ansiado porvenir.

Aún con los libros pegados a su triste realidad, la menor sorteaba los reveses que su corta existencia le aplicaba sin miramientos, con tanta saña que lo único que hacía era soportarlos sin posibilidades de éxito.

Caminando a paso lento, la adolescente se alejó de la escuela y sumida en sus pensamientos enfiló sus pasos hacia el tejabán donde la esperaba su madre, que desesperada veía pasar el martes sin culminar los quehaceres domésticos que se amontonaban en forma de ropa.

Pero el color del día se transformó repentinamente, porque a escasas cuadras de llegar a su vivienda, Lucero escuchó la voz que atrajo su atención con curiosidad, ignorando que así comenzaría el principio de una triste infancia que ya estaba escrita.

Tras voltear con desconfianza vio que ahí estaba, era Carlos, quien con tono de galán la invitó a pasear mientras intentaba convencerla de saciar su cuerpo con los placeres del sexo, encontrándose con la negativa de la chamaca que, asustada, intentó correr para ponerse a salvo.

Enfurecido porque sus dotes de Romeo no habían surtido efecto, el malviviente sacó de entre sus pertenencias el cuchillo que portaba, intimidó a su conocida y la amenazó de muerte, comenzando el forcejeo con que la llevó hasta el despoblado donde la violó salvajemente.

Ahogando sus gritos en la soledad del terreno baldío, la estudiante vio a su victimario terminar con un gemido de placer su feroz ataque.

Destrozada por el ultraje padecido, la estudiante llegó a su casa, dejándose caer en los brazos de doña Cruz para llorar su desgracia mientras le contaba lo ocurrido.

Transpirando coraje mientras ideaba la forma de saldar cuentas con el vago, la mujer asesoró a su pequeña y evadiendo los ladridos de los perros callejeros abandonaron el jacal, encaminándose hasta el sitio donde buscarían justicia.

Con el calor veraniego cayendo a plomo sobre sus espaldas, las mujeres llegaron al edificio donde interpusieron su denuncia de hechos ante la Procuraduría, inculpando a Carlos bajo el delito de violación.

Ya con el alma en paz, la infeliz chiquilla volvió al tejabán donde retomó el camino de su triste futuro, mientras la maldad la acechaba tan cerca que pudo palparla casi sin tocarla.

En la puerta, un ruido de matices conocidos perturbó su tranquilidad, al abrir se dio cuenta que era su victimario, quien acompañado por su gente le exigió que retirara la denuncia a cambio de no hacerle daño.

Pero decididas a todo, las ofendidas corrieron al chacal advirtiendo que no cederían en su intento por meterlo a la cárcel, mientras los visitantes incómodos se retiraban lanzando una consigna de muerte sin saber que la joven ya tenía marcada esa cita, aunque con otros acosadores.

Cuando la tragedia parecía diluirse entre las sombras del tiempo, una llamada acabó con la cotidianidad del barrio para siempre, porque escondida en una falsa amistad, la muerte llegó para tramitar el pacto con la infortunada adolescente.

Sin saber que su vida corría peligro, Lucero contestó el celular y esbozando una sonrisa se paró como resorte de la cama. Debía arreglarse para cumplir con el encuentro acordado por teléfono con Jorge y Giovanni.

Minutos después, la estudiante atravesó la maleza que había en el baldío donde se reunió con sus amigos, dando forma al suceso que transformaría en su pasaporte al más allá.

Lo que hasta entonces parecía una parranda más, subió de tono cuando mareados por los efectos de la droga, Jorge y Gio secretearon entre sí al ver que su amiga parecía ceder ante la nublazón de las bebidas que ingería.

Excitados por tener en Lucero a su víctima perfecta, los adictos multiplicaron esfuerzos para corromperla con las caguamas que aún les sobraban, induciéndola a tomar para que cediera ante sus bajezas.

Aprovechando la oscuridad de la noche, los depravados vieron cómo la fémina dormitó y fue entonces cuando se abalanzaron sobre ella, golpeándola brutalmente con una lluvia de patadas, puñetazos y hasta pedradas, dejándola al borde de la inconsciencia.

Con las ansias a tope, los chacales la violaron hasta cansarse para luego emprender la huida, burlando las ramas del baldío mientras se perdían.

Fatigados por su nefasta obra, Jorge y Giovanni se refugiaron en un callejón oscuro donde dilucidaron el ataque perpetrado en el monte, cayendo en las contradicciones que les hizo retornar al lugar de los hechos.

Decididos a no dejar evidencia de su locura, los adictos rebuscaron por todas partes hasta que una enorme roca les sacó de sus dudas, arrojándola sobre la cabeza de la víctima para tramitar su existencia de una sola pedrada.

Con la etiqueta de asesinos más puesta que nunca, los delincuentes se fugaron dando paso al sábado de tristeza que invadió la casita de cartones donde vivía la difunta, porque con el amanecer se descubrió la masacre que aterrorizó a los vecinos y movilizó a la policía.

En tan sólo unos minutos, la Procuraduría recabó elementos regados por toda la terracería juntando la ropa, zapatos y hasta los aretes de la joven, quien vio aplastadas sus ilusiones por obra de los malvivientes que fueron aprehendidos horas después de cometer el aberrante crimen.

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