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El señor de las máscaras

Por Ruta Libre

Publicado el lunes, 6 de noviembre del 2017 a las 10:48


La casa de Óscar Galindo está tapizada con más de 2 mil máscaras originales y firmadas por luchadores de todos los tiempos

Por: Jesús Castro

Saltillo, Coah.- Era 15 de abril de 1957 cuando “El Güerito”, un inquieto niño de 6 años, salió de la escuela rumbo al negocio de su abuela para buscar en los periódicos notas sobre la función de lucha libre que había presenciado la tarde anterior. No encontró nada. Los encabezados de los periódicos de Torreón, como del resto de la República, se los llevó la noticia de que Pedro Infante había muerto.

Desilusionado, el pequeño se fue a la calle cabizbajo. Para animarlo su abuela le dijo que en caso de que saliera algo en próximos días, ella se lo guardaba. Al darse cuenta el chofer del negocio, le reveló un secreto a voces. A la vuelta de esa casa estaba la pensión donde los luchadores se hospedaban cuando iban a Torreón.

Los ojos le brillaron. Era ahí a donde acudía por las tardes a jugar futbol con sus amigos Chuy y Salvador. Corrió desesperado. Al llegar, preguntó por los luchadores, pero le dijeron que ese día no estaban, se habían ido a luchar a Durango, que al siguiente día regresaban.

Era martes cuando volvió a ese barrio. Se fue directo a la pensión y preguntó de nuevo por los luchadores. “Allá andan atrás, en los lavaderos”, le dijeron los dueños del lugar.

Al llegar al patio trasero vio a una persona agachada en los lavaderos, enjabonando una máscara. El niño abrió todo lo que pudo los ojos cuando observó el color y la forma de la máscara. Y el impulso incontenido de su emoción lo hizo preguntarle sin tapujos “¿usted es Blue Demon?”.

Ese pequeño hoy tiene 67 años, se llama Óscar Galindo Villarreal, y es dueño de una de las colecciones de máscaras originales, regaladas por los mismos luchadores, más grandes del país, y él se atreve a declarar que si no es la más grande, sí la más importante.

Comenzó a juntar las 1,470 máscaras originales cuando tenía 6 años, justo en la semana en que conoció por primera vez la lucha libre y se hizo admirador de ese deporte, amigo de luchadores y hasta confeccionador de máscaras. Y las primeras tres que le regalaron fueron de ídolos y leyendas inmortales de la lucha libre mexicana, El Santo, Blue Demon y Médico Asesino.

DE UN ATAúD

La familia de Óscar no era aficionada a la lucha libre. A los 6 años jamás había escuchado hablar de luchadores, menos aún de ídolos del pancracio en aquel entonces. Su pasión era el futbol, la natación y las canicas.

Vivía en la avenida Juárez 216, al poniente de la ciudad de Torreón, una casa que ya no existe, pero donde pasó las épocas más felices de su vida al lado de su padre, el médico militar Juan Galindo Flores y su madre Concepción Villarreal.

Durante la semana pasaba las tardes al lado de un balón y sus amigos. Pero el fin de semana sus padres lo llevaban, junto con sus otros dos hermanos, a un club deportivo a una especie de día de campo, donde podía pasar horas en la alberca.

Sus amigos de infancia, Jesús y Salvador, vivían cerca de la florería y salón de belleza de su abuela, por eso todas las tardes corría para allá, y jugar todas las tardes pateando un balón de un lado para otro.

Un día el chofer de su abuela, de nombre Santiago Montoya, un hombre al que casi consideraban de la familia, se acercó al papá de Óscar para pedirle permiso de levarlo a él y a su hermano mayor a ver una función de lucha libre.

“Pero estos no saben nada de lucha libre, qué van a saber”, le contestó don Juan, pero ante la insistencia de Óscar y su hermano, aceptó, aunque no supieran ni a donde los iba a llevar el chofer.

Era un domingo 14 de abril de 1957 cuando en vez de día de campo, Óscar llegó a la plaza de toros de Torreón, donde se organizaban las funciones de lucha. Compraron boletos en tribuna y se dispusieron a conocer ese nuevo deporte de enfrentamiento.

Los lances y llaves habían ya atrapado la atención del pequeño, cuando llegó la lucha estelar. Las luces se apagaron y sobre el ring apareció un ataúd. A un lado llegó una persona enfundada en elegante Frac que abrió el féretro. Le dio a beber lo que dijo era un elixir a quien estaba dentro del catafalco, y este volvió a la vida.

Entonces las luces volvieron mientras salía del sarcófago El Espectro de Ultratumba, quien hacía pareja con El Verdugo, para enfrentar a los técnicos Blue Demon y Joe Marín, mejor conocido como La Maravilla Lagunera.

“Mi hermano si pensó que habían levantado un muerto, pero a mí me gustó ese misticismo, dije; ¡que padre está esta película!”, platica Óscar desde su actual domicilio en la Zona Centro de Torreón, en medio de una serie de vitrinas llenas de máscaras.

Para ese entonces Blue Demon era de los máximos exponentes de la lucha libre nacional, y desde ese día, ídolo del pequeño Óscar. Salió el pequeño de aquella lucha con una ilusión tan tremenda, que ni siquiera pudo dormir esa noche. Su hermano, por el contrario, dijo que no volvería a ir.

Al día siguiente sucedió el relato del inicio de este texto, cuando ilusionado intentó ver en la portada de los periódicos alguna foto de su nuevo ídolo, el tal Blue Demon, a quien nunca antes había visto. Pero se encontró con que todos los periódicos hablaban de la muerte de un tal Pedro Infante, al que tampoco conocía, ni sabía nada de él.

AMIGO DEL DEMONIO

Aquella tarde del martes 16 de abril en que a sus 6 años se atrevió a entrar hasta el patio trasero de la llamada Casa Colonial y preguntar a boca jarro a un luchador que si él era Blue Demon, mientras aquel no portaba su máscara, fue uno de los actos más osados de su corta existencia.

“Cuando llego veo a una persona que está en los lavaderos, lavando una máscara, y cuando vi de qué color era, me le acerqué y le dije, oye, ¿tú eres Blue Demon?. Él me contestó muy serio, no, váyase a jugar para allá”, platica Óscar Galindo.

Pero el niño no se dio por vencido. Se acerca a su amigo Jesús y le pregunta si era o no Blue Demon. La respuesta fue, si es, pero no digas nada. Eso no lo detuvo. Se volvió a acercar al personaje junto al lavadero y con voz resuelta le dijo que había ido a verlo luchar el domingo, que era la primera vez que lo hacía en su vida y que le había gustado mucho.

“¡Ah, mi güerito!”, dijo el personaje mientras sonreía ante la inocencia del pequeño. Y así comenzó una plática que concluyó con la pregunta de si lo iba a ir a ver luchar el siguiente domingo. La respuesta de Óscar fue “sí, y quiero ir contigo”. Y desde el fondo de su corazón, Alejandro Muñoz, quien diera vida al Demonio Azul, se comprometió “Sí, como no, sí te llevo, pero con permiso de tus papás”.

Ni Óscar ni Blue Demon faltaron a la cita. El pequeño estuvo visitándolo en la Casa Colonial varias veces y hasta lo invitó a comer a su casa, pero el luchador no pudo asistir. Así se cimentó una amistad entre “El Manotas”, como también le decían a Demon, y este pequeño lagunero que guardó como un secreto la identidad del luchador.

Aquella secrecía y la plática inocente del “Güerito” le encantó a Blue, por eso cuando llegó la gran pregunta, el luchador casi ni lo dudó.

“Un día le dije, yo quiero una máscara tuya. Al principio dijo que no traía, pero después dijo, ándale pues, ten, y me la regaló. Fue una que estaba rota, pero para mí fue como un trofeo, me volví loco”, relata el coleccionista.

Años después, cuando siendo mayor Óscar afianzó la amistad con Blue Demon, el luchador le decía que no creyó que fuera a conservar esa máscara y menos que fuera el inicio de una colección.

La amistad de ambos continuó y a partir de entonces, cuando “El Manotas” iba a presentarse a Torreón, se quedaba en la casa de Óscar, y viceversa, cuando Óscar ya grande iba a México, Demon iba y lo sacaba del hotel y se lo llevaba a su casa.

“Fue una relación de amistad más familiar. A él le gustaba porque yo siempre como que aprendí que había que decirle por su nombre sin la máscara y con el nombre del personaje con la máscara. Ya después le decía, oiga don Alejandro, esto y lo otro, y cuando íbamos a la lucha le decía, Demon, vámonos”, comparte el entrevistado. Y así fue hasta la muerte del luchador en el 2000.

EL OCASO DE UN GRANDE

El pequeño lagunero guardó la máscara de Blue Demon en un cajón y dice que a nadie, más que a su familia, le platicó de su tesoro. Desde entonces no faltaba a la pensión cada dos semanas para conocer a más luchadores.

Ese mismo año, el chofer de su abuela lo siguió llevando a la lucha, y un día le dijo que ahí en Torreón vivía uno de los legendarios luchadores mexicanos que ya era una leyenda mundial, aunque ya estaba retirado de la lucha debido a una enfermedad.

Se trataba de El Médico Asesino, uno de los ídolos de Televicentro y de los primeros exponentes mexicanos que triunfó en los Estados Unidos, que para 1957 el cáncer se había vuelto el único verdugo que lo dejó postrado en cama. Y aunque había nacido en Chihuahua en 1920, desde los 5 años vivió en Torreón, en la colonia Paloma Azul, cerca de la plaza de toros.

Aunque primero se dio a conocer en Guadalajara como El Asesino, con máscara de piel de res. Pierde esa máscara con Rito Romero y se regresa a Torreón, y en 1950 empieza a buscar personajes Chucho Garza Hernández de Monterrey, para abrir Televicentro, y lo manda llamar, le pone de nombre El Médico Asesino. A él no le gustaba, de hecho en Estados Unidos luchaba como El Médico.

Eso lo platica Óscar ataviado con una máscara negra, que es una réplica de la primera que usó El Médico Asesino cuando debutó en 1950 en Televicentro, antes de que le cambiaran el diseño y le impusieran la blanca con la que luchó hasta que se retiró.

“Cuando ya vivía en Torreón después de retirarse, estaba fuerte todavía el señor, pero estaba muy malito, tenía cáncer en el hígado de una patada que le dieron, un golpe mal tratado le provocó el cáncer”, expresa el coleccionista.

Así estaba, postrado, cuando aquel ¨güerito” fue y tocó a la puerta de su casa. Le abrió su esposa. “Vengo a ver al Médico Asesino”, dijo el niño de 6 años, lo que causó risa y ternura a la mujer. “Pásale mijito, le dijo, y lo llevó ante el luchador.

Desde ese día no dejó de visitar a Cesáreo, nombre de aquel enmascarado que se deshizo de su pequeña fortuna luchando contra el cáncer, al grado de que en ocasiones el luchador Black Guzmán, hermano de El Santo, iba a Torreón a dejarle dinero para apoyarlo.

Todo aquello vivió Óscar al visitar al Médico, hasta que un día le pidió que le regalara una máscara. Cesáreo se le quedó viendo, luego tomó una de entre sus cosas y se la regaló. Se trataba de una que estaba rota de la barbilla, pero que le dio porque le tenía mucho cariño, porque fue la que traía puesta cuando le ganó un duelo máscara contra cabellera a su archirrival, la Tonina Jackson.

Fue tan sincera la amistad que desarrolló aquel niño con El Médico Asesino, que cuando este último fallece un 15 de junio de 1960, Óscar lloró, porque lo trataba con tanto cariño, que lo llegó a considerar parte de su familia.

Con los años Óscar fue creciendo y en osasiones frecuentaba a la familia, porque el Médico Asesino tuvo cinco hijos: tres mujeres y dos varones, aunque ninguno fue luchador.

UN AÑO PARA LA PLATEADA

La tercera máscara que le regalaron es quizá la más envidiada por muchos aficionados y conocedores de la lucha libre. Y sobre todo porque, siendo un niño, obtuvo la máscara original del Santo, El Enmascarado de Plata.

Fue en ese 1957 cuando conoció al Santo, quien cada año acudía a Torreón para la celebración del aniversario de la plaza de toros. Ese día acudió a verlo luchar y luego se fue a presentar él solo, lo cual causó mucha ternura y curiosidad a Rodolfo Guzmán, ya mundialmente famoso como El Enmascarado de Plata, pues era un hombre serio, de pocas palabras.

Como sabía que al día siguiente se iba de Torreón, Óscar no desaprovechó la oportunidad. Tras una breve plática le dijo, “oye, regálame una máscara tuya”. El Santo le contestó que en ese momento no traía otra más que con la que luchaba andando de viaje. Pero que la próxima vez que volviera a Torreón le regalaría una.

“Y me dice, el año que entra me traes las que dices que te dieron y yo te regalo una. Ándale pues. Esperé un año, y en el 58 que volvió ya para octubre, para el aniversario de la plaza de toros, ahí sí anduve ya con él”, recuerda.

Ese domingo fue a la Plaza de Toros y lo vio luchar, saliendo se fue a su casa, pero por la mañana del lunes fue a donde se hospedaba antes de que fueran a recogerlo para llevarlo al aeropuerto. Cuando lo vio aquel chiquillo, ya de 7 años, le recordó su promesa.

“Le dije que si me iba a regalar la máscara, y me dice, ‘fíjate que no traigo’, y le digo, ‘el año pasado me dijiste lo mismo’. Me contestó, ‘es más, ¿me trajiste las máscaras que dices que tienes?, a verlas’. Déjeme le hablo a mi mamá’, le dije. Le llamé por teléfono a mi mamá, le pedí, ‘tráeme mis máscaras, estoy con el Santo’”, recuerda.

Su mamá no se la creía, hasta que llegó con las máscaras de Blue Demon y Médico Asesino hasta donde estaba él platicando con el famoso luchador, y se las entregó al niño, asombrada del valor y perseverancia que había tenido para obtener la del más famoso luchador en México.

“Se las enseño al Santo y me dice, ¿cómo le hiciste?, porque estos no regalan máscaras. Fue cuando las vio, y abrió la maleta, sacó la máscara y me la dio”, expresa Óscar mientras porta una réplica de la primera máscara que El Santo le regaló, pues luego el mismo luchador le regaló otras.

Aunque no fue lo único que obtuvo del Enmascarado de Plata, también su amistad. Cuenta que igual que con Blue Demon, cada año que iba a Torreón, se veían y platicaban. En ocasiones el niño salía con Rodolfo Guzmán a tomar agua fresca al Centro y platicar, incluso llegó a llevarlo a su casa.

EN VEZ DE CRISTO

Después de esas tres primeras máscaras, Óscar comenzó a pedir más, sin que nadie le negara una a aquel niño ¨güerito” que las pedía con tanto carisma. Así obtuvo las de Huracán Ramírez, El Espanto, El Enfermero, Rayo de Jalisco, Tinieblas, Caballero Tigre, Mil Máscaras, y conforme pasaba el tiempo llegaron las de Fishman, Mano Negra, Kato Kun Lee o El Solitario.

Por cierto, cuenta que con El Solitario tuvo una amistad muy grande. Que el luchador le juntaba sus máscaras rotas y le decía que las vendiera “para que te alivianes”, le decía.

“Las vendía a mil pesos y me decía, ‘están muy baratas’, yo le decía, pero están todas rotas y hediondas`’”, comparte mientras ríe recordando aquella ocasión. Aunque reconoce que también le regaló otras máscaras nuevas, porque le apretaban del cuello o el agujero de la nariz no lo dejaba respirar.

Esas como el resto de las que le llegaron a regalar llevan firma del luchador, para poderlas vender bien o conservar en su colección como piezas únicas, pues las que dejaba para él se las firmaban con un “para mi muy estimado amigo Óscar Galindo”.

Reconoce que al principio nadie sabía de ese gusto por coleccionar máscaras originales de luchadores y las tenía guardadas en un cajón de su cuarto, pero cuando tuvo ya cuatro o cinco, las quiso exhibir, aunque fuera sólo en su cuarto.

“Me acuerdo que ya mero me matan, porque en la cabecera de mi cama había un Cristo, entonces yo quité el Cristo y puse las máscaras ahí. Mi mamá me dijo: ‘desgraciado, ¿porqué quitaste el Cristo?, ¿para poner aquí a tus monstruos?’”, relata el lagunero.

Obvio que lo obligaron a que aquellas sacrílegas máscaras volvieran a su cajón, hasta que ya no pudieron contenerlas y entonces hubo que ponerlas en cajas, después en baúles y finalmente en vitrinas.

“Al día de hoy, siempre he manejado esto, tengo 1,470 máscaras sin repetir, ya repetidas tengo 2,500 de diferentes estilos y tiempos”, comparte, entre las que están algunas que datan de 1934, que eran de piel de res, de carnaza y hasta de piel de cabra.

De esas le regalaron la de El Hombre Rojo, la Maravilla Enmascarada, El Murciélago Enmascarado, y la del Médico Asesino en piel. Esta última se la regaló Rito Romero, que fue quien desenmascaró Cesareo.

Comenta que si al resto de las máscaras que tiene requieren que cada dos años las lave y les de mantenimiento, a estas antiguas mucho más, porque algunas ya estaban casi deshaciéndose por el paso del tiempo.

Así que las mandó a León Guanajuato, a una fábrica de piel del papá de un amigo de su hermano donde se le dio un tratamiento a las mascaras y las sellaron al vacío.

DOBLE IDENTIDAD

Como los luchadores a quienes admiraba, Óscar tenía una doble identidad. Desde muy niño gustó de la música, aprendiendo a tocar varios instrumentos con maestros de Torreón, hasta que ya durante su juventud se decidió a probar suerte musical y formó un grupo.

Ya no era “El güerito” aquel que pedía con inocencia las máscaras, ya era Óscar, el joven amigo de luchadores, porque continuaba yendo a la lucha libre y frecuentando a leyendas vivas del pancracio mexicano, aunque vivía de tocar la guitarra en un grupo de rock, dos pasiones que mantuvo apartada la una de la otra.

“Cuando me hice músico, ni en la música sabían que yo andaba en la lucha, ni en la lucha sabían que yo era músico. Ahí tenía guardada una personalidad y una identidad”, refiere desde su actual casa, donde no conserva a la vista ningún instrumento musical, aunque tiene poco que se retiró de la música.

Pero también las máscaras le dejaban algo de dinero. Siendo niño llegó a confeccionar algunas él mismo y venderlas en la plaza de toros. Otras las conseguía con sus amigos luchadores y las revendía, algunas más las mandaba pedir a México, y ya más grande llegó a diseñar él mismo algunas profesionales, que le vendió a luchadores como Doctor Wagner, el Espectro Segundo y El Católico de Monterrey.

Pero en la música también le iba bien. Fue muy exitoso. Debutó un 14 de abril de 1967 en un café de Torreón que se llamaba El Buho, acompañando a un artista de Monterrey que se hacía llamar El Sultán Descalzo, con temas de Rock and Roll de la época.

Hasta que formó su propio grupo con identidad propia y se hicieron llamar los Golden Ston, que viajaron por todo el país, pertenecientes a una generación privilegiada, grabando discos y logrando en 1971 un disco de oro por altas ventas, y estar en segundo lugar a nivel nacional en la radio.

Y de eso vivió el resto de su vida, formando una familia en Torreón, hasta que se retiró justamente un 14 de abril del 2005, dedicándose, ahora sí ya de lleno, a la exhibición de sus máscaras, la venta de las de fantasía, profesionales y originales, abriendo su casa al público.

Incluso mandó diseñar una con la identidad del equipo Santos de Torreón, que él vende en el estadio Corona, la cual tuvo tanto éxito que ha diseñado y mandado paquetes a Europa para aficionados del Real Madrid, Barcelona y Mánchester, también de Argentina a los del River Plate y Boca Jr.

QUE LE AVISE ANTES

Cuando habla de sus máscaras dice que lo hizo por un gusto que se quiso dar a sí mismo, que sí ha pensado en venderlas, pero que no le han llegado al precio. Dice que una vez alguien casi lo convenció, pero eso fue hace 15 años.

“Me ofreció 6 millones de pesos y me los traía en efectivo, le dije que lo iba a pensar, lo invité a comer y cenar, mañana te avisto, le dije, y platiqué con mis hijos. Mi hija me dijo, mira papá, toda la vida has tenido las máscaras, antes no tenías gente porque las guardabas para ti, después, se hizo público, les vendes, viene gente, te hace reportajes, si tu las vendes te vas a botar la lana”.

Y por eso decidió no vender. Resolvió entonces que aquella colección no lo trascendería a él, sobre todo en una ocasión en que le preguntó a un luchador si le gustaría que vendiera una de las máscaras que él le regaló. Le contestó que sólo si era para sacarlo de un apuro económico.

“Le digo, que bueno que me lo dices, pero sí, ni con ojos cerrados ni abiertos te voy a negar venderla, porque nunca me he comido un caldo de máscara ni una máscara empanizada, no quiero probarla, prefiero vender y disfrutar del dinero”, expresa.

Por eso señala que no pretende que cuando él muera esa colección se quede con nadie más, ni siquiera con sus hijos, porque sólo él puede apreciar lo que valen realmente esas vitrinas llenas de recuerdos únicos. Por eso ya tiene pensado qué hacer con ellas antes de fallecer.

“Al Señor, a Dios, le pido que me mande una señal, que me estoy poniendo malo o algo, avísame un poquito antes, no me agarres desprevenido, para empezar a vender, y disfrutar el dinero, porque yo ya toda mi vida ya disfruté esto”, confiesa.

Incluso tiene la ligera sospecha de cual podría ser el día en que Dios lo llame a cuentas, basado en una fecha especial que ha marcado su vida llena de música y máscaras.

“La primera lucha que yo presencié fue el 14 de abril, y yo debuté en la música profesional el 14 de abril del 67, yo me retiro de la música el 14 de abril del 2005. A lo mejor me voy a morir un 14 de abril”, revela Óscar Galindo Villarreal, el señor de las 1,470 máscaras.

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