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Esperanza Domínguez, la pianista centenaria

Por Ruta Libre

Publicado el lunes, 12 de junio del 2017 a las 15:20


Esperanza llega a los 104 años con los recuerdos felices de su paso por el Conservatorio Nacional y la Benemérita Escuela Normal

Por: Jesús Castro

Saltillo, Coah.- Un día llegó al Conservatorio Nacional una jovencita delgada y chaparrita, con bellos ojos claros y cabellera rizada. Tímida, de esas de las que dicen lleva la música por dentro, dio un paso al frente y el director de la institución la señaló.

“Toque algo, lo que usted guste”, le dijo el escrutiñador. Ella se acercó al piano y deleitó a los aspirantes con una pieza del compositor Debussy, su favorito. Al terminar hubo un silencio. Ella bajó la vista sin saber qué decir. Hasta que una voz le dijo: “se queda, se queda, y va con el maestro Agea, se va con el maestro Agea”.

La damita, que llenó su alma de regocijo cuando fue aceptada en la máxima institución de enseñanza musical en México, era conocida en Saltillo como “La Güera”. Y aquel hombre que la estaba aceptando era Manuel M. Ponce, fundador del nacionalismo musical mexicano, y entonces director del Conservatorio.

Su nombre es Dolores Esperanza Domínguez de la Peña, una saltillense que nació 12 días antes de que se levantara en armas don Venustiano Carranza, en ese tiempo Gobernador de Coahuila. Dolores vive actualmente en una casita de retiro al norte de la ciudad.

Maestra y concertista de piano que educó a varias generaciones de la Escuela Normal de Coahuila, ha visto pasar 27 presidentes de México, dos guerras mundiales, la expropiación petrolera, 26 Juegos Olímpicos, la llegada del hombre a la Luna, el movimiento estudiantil del 68, la Guerra Fría, la caída del muro de Berlín, la muerte de Fidel Castro y la alternancia en México.

Hace dos meses cumplió 104 años y todavía luce una cabellera copiosa. Su plática es amena. Es una mujer feliz que ha vivido tanto gracias a un estilo de vida disciplinado, aunque declara, tiene un secreto bien guardado al que le atribuye su longevidad.

MÚSICA EN LA REVOLUCIÓN

Con voz clara y firme, Esperancita platica que nació el 14 de marzo de 1913 en una casa de la calle Guerrero, en el Centro de Saltillo. Sus papás fueron don Gregorio Domínguez Villarreal y doña Jovita de la Peña. Se enorgullece de que su tío Zeferino Domínguez fue quien construyera el Ateneo Fuente, el Tecnológico de Saltillo, la Biblioteca de la Alameda y la Normal Superior del Estado.

A la familia Domínguez le tocó vivir la convulsión que vivió Saltillo con el levantamiento del gobernador Venustiano Carranza el 13 de marzo, quien desconoció a Victoriano Huerta como presidente luego de mandar asesinar a otro coahuilense, don Francisco I. Madero.

Seguro le tocó ver entrar y salir tropas militares a la capital del estado ese año en que inició la revolución constitucionalista, conocer sobre la toma de Palacio de Gobierno por parte del general Francisco Coss o la quema del Casino de Saltillo por orden del Ejército federal, pero también los siguientes años de lucha postrevolucionaria hasta la muerte de don Venustiano.

Todo eso sucedió mientras Esperancita, “La Güera”, como ya le decían, vivía una infancia en la que sus padres trataron de influir para que a ella y a dos hermanas más no les afectaran todas estas noticias de violencia y lucha política. Así que la acercaron a la música.

No fue difícil que ella se enamorara de los acordes del piano. La familia llevaba las notas musicales prácticamente en la sangre, pues su abuelo, el papá de don Gregorio, fue el director de la Banda del Estado. Por eso sus padres la inscribieron en el estudio de música de Jesús Flores García.

“Me hizo tocar con mucha facilidad, como si ya hubiera estudiado, porque a papá y a mamá, a ellos les gustaba la música y tocaban. Me pusieron desde chiquilla a conocer las notas y tocar el piano”, comentó la maestra.

Como su familia llevaba una vida económica holgada, al ser su padre contador de importantes empresas, ella estudió en el Colegio Justo Sierra, que entonces dirigía el maestro Apolonio M. Avilés, miembro de la primera generación de la Normal, y también uno de sus primeros directores. Y a quien el Congreso del Estado lo nombró de manera póstuma Benemérito de la Educación.

Para ese entonces, ya con 7 añitos, “La Güera” recibió clases de música en la academia de la profesora Carolina Rodríguez, y es a esa edad cuando ofreció su primer concierto, demostrando que tenía futuro en la música.
 
LA ELIGE UN GRANDE

Cuando cumplió 20 años, el deseo de progresar de Esperanza era mucho. Y su padre decidió llevarla a la Ciudad de México para que hiciera el examen de admisión en el Conservatorio Nacional.

Era el director el compositor mexicano Manuel M. Ponce. Y fue ante él que “La Güera” tuvo su primera prueba. Dice ella que no sabía ni cómo la iba a tratar. Estaba muy nerviosa.

“Me dice: ‘a ver, toque lo que usted quiera’. ‘Ay, ¿cómo?, maestro’, le dije. Me dice, ‘cualquier cosa, lo que usted quiera’”, relata la maestra mientras hace ademanes con sus manos, como si le temblaran, entrelazándolas una con otra, ejemplificando lo que vivió hace 84 años.


Manuel M. Ponce (centro), profesor del Conservatorio Nacional de Música, y quien seleccionó a Esperanza.

Entonces ella se sentó al piano. Eligió una de las piezas con las que ya había deleitado a los saltillenses. No recuerda exactamente cuál fue, pero sí que era del compositor Claude Debussy, su favorito. Cuando terminó, hubo un breve silencio que la puso más nerviosa. Pronto llegó la respuesta.

“Me dijo, ‘se queda, usted se queda. Y va a ser su maestro de piano el profesor Agea, Francisco Agea’”, comparte Esperancita reviviendo la emoción que sintió aquel entonces, pues en la década de los 30, Agea era nacionalmente reconocido como un gran pianista y concertista.

De su profesor de piano recuerda que era un hombre joven, muy simpático, estudioso y muy dedicado a la música, quien la dirigió durante todo el tiempo que estudió en el Conservatorio Nacional, pero también lo recuerda con cariño. A Ponce lo recuerda con una anécdota.

“En una ocasión el maestro Manuel M. Ponce me preguntó: ‘oiga, jovencita, ¿usted de dónde es? ¿De dónde viene?’. Le contesté que de Saltillo. Y él se alegró. Me dice ‘yo estuve tocando allá en un concierto’”, expresa.

Era tan querido y admirado el compositor por cómo dirigía el Conservatorio, pero sobre todo por las magistrales piezas que componía inspirado en la mexicanidad y la música tradicional, que las alumnas solían encaminarlo para que tomara su tren rumbo al Zócalo de la Ciudad de México.

Ella siempre fue muy respetuosa, estudiosa y aplicada. Vivía en el departamento de una de sus tías y era poco asidua a vagar por la ciudad. Llegó a tener algunos novios, entre ellos músicos, pero no se distrajo de su carrera musical.

Por eso, debido a su disciplina y talento musical, fue escogida de entre los estudiantes del Conservatorio para formar parte del coro en el máximo recinto de la música en México, el Palacio de Bellas Artes.

Todavía parece sentir las miradas y aplausos de aquella gente bien vestida que acudió aquella ocasión. Era el evento de reinauguración del recinto y cantaron acompañados de la Sinfónica Nacional dirigida por el maestro Carlos Chávez.

Lo recuerda como uno de los mejores días de su vida. Interpretaron la Quinta Sinfonía de Beethoven, que continúa grabada en su mente, como si el tiempo no hubiera pasado. Y a partir de ahí, fue solicitada para presentarse en otros lados, durante los siete años que estudió.

Ofreció conciertos en la Sala Sheaffer, en la Federico Chopin, en la Iglesia del Conservatorio, en la radiodifusora XEX, en el auditorio de la Universidad de México y en el teatro Simón Bolívar.


Así eran los conciertos en Bellas Artes en los años en los que Esperanza estudiaba en el Conservatorio Nacional.

NORMALISTA POR ADOPCIÓN

Al graduarse como Maestra de Enseñanza para Piano, Esperanza tenía la oportunidad de quedarse en la Ciudad de México y formar un gran futuro como pianista, maestra o concertista, pero ella decidió regresar a poner en práctica sus conocimientos en Saltillo.

Dice que al poco tiempo de llegar a Coahuila le mandaron llamar de la Normal, que querían hablar con ella. Se sorprendió porque no sabía el motivo. Pronto supo que su tía Elisa de la Peña, maestra de esa institución, había abogado por ella para conseguirle trabajo.

Era director de la Normal el profesor Jesús Perales Galicia y Jonás Yeverino Cárdenas, uno de los maestros de piano. La única prueba que le hicieron para darle la plaza fue tocar una pieza musical cuando entraran los niños a la escuela Anexa a la Normal.

Luego de pensar unos minutos, ella tocó la Marcha de Zacatecas, y con eso tuvo para quedarse como maestra en esa institución por más de 30 años y convertirse en la principal promotora de los eventos artísticos de la institución. A ella se le atribuye que se institucionalizara poner en altavoces esa pieza, cuando los alumnos se formaban antes de ingresar a los salones.

Ahí fue maestra de Piano, de Teoría y Solfeo. Asegura que tuvo alumnas muy buenas que la querían mucho y que acudían a ella por algún consejo. Tuvo muy buena relación con todos sus compañeros maestros, sobre todo con la profesora Ethel Sutton.

También se desempeñó como pianista de la Fundación del Centro Regional de Iniciación Artística, nombramiento que le fue entregado directamente del Departamento de Arte del Palacio de Bellas Artes.

Fue elegida en 1972 para acompañar el poema coral que se montó a petición de María Esther Zuno, esposa del entonces presidente de la República Luis Echeverría Álvarez. Con esa pieza representaron a Coahuila en la Ciudad de México.

También fue solista en las bodas de oro de la Benemérita Escuela Normal del Estado, cuando fueron invitados los directores fundadores. Luego llevó a cabo presentaciones de piano en Guanajuato, México, Torreón, Monterrey, Piedras Negras, Monclova y Saltillo. Fue durante estas giras cuando fungió como directora de la Orquesta del Ballet Coahuila.

Su entusiasmo la llevó a montar ciclos de operetas como El Conde de Luxemburgo y La Novicia Rebelde, que presentó dentro y fuera de la ciudad, y participar como acompañante de la soprano Alicia de la Peña en el recital de junio, patrocinado por el CRIA, INBA y el Gobierno del Estado, en el nuevo edificio de la Benemérita Escuela Normal.

Luego fue pianista acompañante de la coral de maestros dependientes de la Dirección General de Educación Pública del Estado, bajo la dirección de la profesora Felícitas Treviño, en el auditorio de la Escuela Normal.


 
PROFETA EN SU TIERRA

Con su amplia sonrisa y sentido del humor, la profesora Esperanza no puede olvidar las satisfacciones que vivió siendo maestra normalista, pero también lo que pudo contribuir a la cultura y el arte de su tierra natal.

Por eso siempre que viajaba a otras partes de la República siempre pensaba en la manera de llevar a su terruño lo más novedoso musicalmente hablando, lo cual puede resumir en una anécdota que ella misma cuenta.

Recuerda que una ocasión en que estaba en la Ciudad de México, acudió a un centro nocturno de nombre Las Zahardas. Un excompañero suyo del Conservatorio Nacional se acercó hasta la mesa donde ella estaba y comenzó a tocarle con el violín una pieza llamada El Vals Nupcial.

Comenta que ella no conocía esa pieza, pero le pareció preciosa y de inmediato se le ocurrió traerla a Saltillo para enseñárselas a sus alumnos y alumnas de la Escuela Anexa a la Normal. Para ello se hizo acompañar de la profesora Ethel Sutton de Valle, presentándola en el festival del 10 de Mayo en los terrenos del entonces Estadio Saltillo.

Aquella presentación fue todo un éxito. Recuerda que para hacerla más llamativa, se elaboró en papel cartoncillo y caple un enorme pastel, del cual emergían dos bailarinas, Pero lo que más satisfacción le dio fue que a partir de ahí la banda de música en las tradicionales serenatas de la Plaza de Armas incluían siempre ese Vals Nupcial.

Refiere la profesora Esperancita que cuando eso sucedía, la maestra Ethel Sutton se volvía hacia ella para decirle “Escucha, están tocando nuestro vals”, y le cerraba el ojo en señal de complicidad.

“Ella era mi gran amiga. Siempre me gritaba, me decía ‘¡Güera!, ven para acá’. O cuando iba llegando, decía, ‘¡ahí viene La Güera!’, y me celebraba todo. Éramos muy cercanas y buenas compañeras, como todos ahí en la Normal”, expresa.

Como maestra tuvo una vida fructífera. Estuvo cinco años dando clases en las escuelas nocturnas para Trabajadores de la Ciudad de México, como pianista en la Escuela Anexa a la Normal durante 15 años, y al mismo tiempo como pianista acompañante y maestra de música durante 31 años en la Benemérita Escuela Normal de Coahuila y en el Centro Regional de Iniciación Artística.

VIDA DESPUÉS DEL RETIRO

Sus estudios y esfuerzos también fueron reconocidos por el estado de Nuevo León, adonde fue invitada al concierto en homenaje a la pianista y compositora Leonor Flores, organizado por el Gobierno estatal y la Universidad de Nuevo León.

Allá también fue acompañante en el Concierto de la Unión Femenina Iberoamericana, después participó como directora musical en el Segundo Festival de Danza Mexicana de Monterrey, con el Ballet Coahuila, bajo la dirección del CRIA.

Su trayectoria musical la hizo merecedora de ser partícipe como acompañante en la Academia de Canto de la Alianza Francesa, en compañía de la profesora Felícitas Treviño, actuando también como acompañante de canto y danza clásica del Ballet Español Sevillana de Triana en el Cine Florida de Saltillo.

Sus actuaciones la llevaron a recorrer diferentes partes de la República, para luego ser nuevamente invitada a participar en la Escuela Normal por el 75 aniversario de su fundación, organizada por la Mesa Redonda Panamericana en mayo de 1969.

Cuando su vida laboral iba concluyendo, hace más de 50 años, la profesora no se sentó a descansar en su casa. Siguió activa en la música. Participó en los clubes culturales y de servicios, como el Rotario, Leones, Mesa Redonda Panamericana, Sembradores de Amistad y hasta de la Cruz Roja Mexicana.

“Ya ni me acuerdo cuándo me retiré, fue hace como 50 años, hace ya mucho tiempo”, alcanza a decir la profesora Esperancita, lo que sí recuerda es que eso le dio tiempo para viajar junto con su familia.

Platica que tuvo la oportunidad de visitar a sus familiares en la Ciudad de México y fuera del país. De esa manera conoció la Madre Patria, de la cual conserva muchos recuerdos.

Sin embargo, no puede ocultar su sonrisa al recordar que estuvo también en París y Roma, dos de las más bellas ciudades de Europa, donde obtuvo muchos recuerdos y donde se embelesó con tan majestuosas construcciones.

Aunque declara que, si se trata de decir qué país le gusta más, siempre contestará que México, y en especial su Saltillo, llenos de tradiciones y costumbres, de amigos y de palacios, de música y gastronomía, de amistad y oportunidades.

Nunca se casó. Pretendientes no le faltaron. Novios tuvo, pero estuvo tan dedicada a su labor docente y musical que no tuvo tiempo de ocuparse de eso. Ni falta le hizo, comenta sonriente.

“Así no tenía que batallar con nadie, ni con suegras, ni cuñadas, ni nadie. Yo era solita, y fui muy libre para hacer lo que yo quisiera. Iba a donde quería, y hacía muchas cosas, sin tener que darle explicaciones a nadie”, declara.

Ahora los años le pesan un poco, no está enferma. Dice que no le duele nada, que no padece nada. Que sigue con la misma dieta de toda su vida, que no bebe ni fuma, que se la pasa platicando con sus compañeras de la Casita de Retiro para Adultos Mayores, y disfruta de la visita de sus familiares.

Presume que dos de sus sobrinos han sido directores de la Normal, el maestro Mario Domínguez y el actual, el profesor Pedro Flores Vázquez. Que de vez en cuando la visitan y ella les repite que está muy orgullosa de que dirijan la institución a la que tanto ama.

“A veces me llevan a la Normal, y cuando me reconocen me gritan ‘¡’La Güera’, ahí viene ‘La Güera’, Vamos con ’La Güera!’”, expresa la maestra, a quien se le pregunta cuál es el secreto para conservarse tantos años lúcida y activa.

La respuesta es que tiene un secreto que le ha dado vitalidad durante gran parte de su existencia: es la música, su gran compañera, la que inunda su mente y le hace temblar las manos intentando acordes con los dedos, escuchando la melodía en su mente y como interpretándola con sus manos.

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