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Expediente criminal: ‘El Primo’

Por Pedro Martínez

Publicado el viernes, 29 de junio del 2012 a las 00:36


"Mire prima lo que tengo para que se aplaque", le dijo mostrándole el cuchillo...

Saltillo.- Mientras miraba cómo se esfumaba el alma de Sonia y disfrutaba la sangre saliéndode su cuello, Eduardo sintió que alguien lo observaba, un escalofrío recorrió su cuerpo y lo llevó a quedarse quieto por unos segundos…

Sofía estaba observando, quietecita, esperando el momento para correr hacia donde estaba el cuerpo de su mamá y tratar de salvarle la vida. La niña de tan sólo 3 años siguió mirando, atónita, hasta que despertó de aquel transe maldito.

Corrió, la pequeña se abalanzó hasta donde se encontraba el cuerpo de su mamá, la miró a los ojos y comenzó el llanto, uno que iba a ser detenido de forma abrupta por el asesino de su madre.

“No aguanté que siguiera llorando, la tomé con uno de mis brazos y le apreté el cuello hasta que dejó de moverse”, manifestó Eduardo Ramírez Cruz en su declaración ministerial ante el Cuarto Grupo de Homicidios de la entonces Fiscalía General del Estado (Exp. 53/2011).

VIDA NORMAL

Una vida normal era la que vivía la familia Téllez Ramírez. Su devenir diario era como el de muchas familias, placentero, sin complicaciones, inclusive trataban de no meterse con nadie, de no establecer discusiones con algún extraño a su alrededor, ni siquiera con los vecinos.

Sonia Margarita Ramírez Eguía contaba con 25 años y mantenía un feliz matrimonio con Miguel Téllez Camacho desde hacía seis años, y habían procreado a una dulce niña, Sofía.

“Nos conocemos de toda la vida, estuvimos juntos desde la primaria y secundaria, éramos amigos de barrio”, comentó Miguel Téllez en su declaración testimonial, la cual se encuentra en el número de proceso 53/2011.

Por eso, la pareja mantenía una confianza férrea, trataban de platicar cuál era el pasar de su tiempo y cómo transcurría su vida social, tanto la de ellos como la de su pequeña hija.

“Siempre hubo mucha confianza entre ella y yo; nos contábamos todo”, afirmó el esposo.

Mientras Miguel acudía a su lugar de trabajo por las tardes-noches, Sonia hacía su vida en compañía de su hija. La madre de familia se trasladaba todos los días a ejercitar su cuerpo en un gimnasio, localizado en la colonia Río Bravo.

Todo parecía ir bien en la casa de los Téllez Ramírez, las alegrías y las penas se sucedían como en cualquier familia. Un día del 2009 los tres integrantes se toparon con un viejo amigo, un amor de antaño de Sonia.

En ese entonces, mientras caminaban por uno de los espacios del centro comercial Plaza Sendero, la familia saludó a Javier Alejandro Galindo, con quien entablaron una plática intrascendente, y se despidieron sin imaginar lo que desencadenaría ese encuentro casual.

“Yo sabía que se había casado y que incluso se había ido a vivir fuera de la ciudad con su esposo, al que conozco de mucho tiempo, pues fuimos a la escuela juntos y fuimos vecinos”, aseguró en su declaración Javier.

Pasó el tiempo y el 2011 acogió al feliz matrimonio en su hogar, el cual se localizaba en Recinto de Juárez 3032, de la colonia Saltillo 2000. Ahí, con el simple clic del mouse, Sonia recibió la invitación del amor, del conocido, del amigo, del que la sacaría de la frustración sexual que la sacudía por completo en ese entonces.

“Eran los primeros días del mes de julio (2011) y Sonia me contactó por Facebook, el cual pude ver como hasta el 10 u 11 de julio, recuerdo que la invité a tomar un café, pero no se pudo, después comenzó todo”, aseguró Javier Alejandro en su testimonial al que este medio tuvo acceso.

EL AMANTE

revista vision saltilloAunque eran pláticas en la red, Sonia y Javier contaban sus intimidades, charlaban sobre las cosas positivas de sus matrimonios, pero más de las malas que sobresalían día con día.

La madre de familia se estaba adentrando en un juego del que a futuro sería imposible salir, pero que le gustaba cada día más y la ponía entre la espada y la pared; saber que estaba perdiendo los estribos con su amigo y, por el otro lado, su marido, quien en todo momento mantenía una confianza ciega hacia ella, la atormentaba.

“Me dijo que un día la fue a buscar al gimnasio y que la llevó a la Saltillo 2000, que la había dejado dos cuadras antes de la casa, después me dijo que otra vez pasó por ella y que Javier le dijo que tenía muchos problemas con su esposa, pero tampoco se me hizo raro, pensé que era de confianza, ya que lo conocía de muchos años”, confesó Miguel Téllez.

Inclusive en una ocasión Sonia le dio muestra de un mensaje que Javier le habían mandado por Facebook, el cual decía: “Gracias amiga por escucharme, hacía falta que me escuchara alguien que no fuera de la familia”.

Pero los supuestos amigos se habían dado cuenta de algo, que los sentimientos entre ellos no se habían olvidado, se mantenían escondidos, dispuestos a emerger en cualquier momento.

“Un día fui a su casa, cuando no estaba su esposo, ahí me invitó a pasar, nos abrazamos y nos besamos, pero no tuvimos relaciones, recuerdo que era un 18 de julio”, mencionó en su testimonial, “después tuvimos relaciones unas tres o cuatro veces en su casa, ya que su hija se dormía”.

De hecho, la mujer también relataba la frustración sexual que mantenía con su marido, en el sentido de que sufría mucho dolor cuando intimidaban, pues no lubricaba de una manera adecuada por una mala excitación sexual.

“El lunes de esta semana (15 agosto 2011) tuvimos relaciones, pero ahora lo hicimos con mucho cuidado porque sus suegros nos vieron en un parque platicando el día viernes 12”, aseguró Javier.

Los amantes de pocas semanas, pero de encuentros excitantes, tenían comunicación diaria por mensajes de celular, correos y por charlas en Facebook. Sin duda era una relación que les gustaba y que los llenaba.

Sin saber, aquel lunes cuando rencontraron sus cuerpos iba a ser la última vez que lo harían, que se verían y que saciarían sus instintos en uno de los tres sillones que se encontraban en el interior del 3032 de Recinto de Juárez, de la Saltillo 2000, pues una visita acabaría no sólo con la vida de Sonia, sino con la de Sofía.

LA VISITA DEL ASESINO

Horas antes de que el vigilante nocturno se diera cita a la casa de los sueños eróticos, a la puerta acudió Eduardo Ramírez Cruz, “El Eddy”, un primo hermano de Sonia.

Corrían las 12:45 horas y Eduardo tocó el timbre, y pidió de favor la entrada al domicilio. Sonia, una mujer atenta y servicial con cada una de sus visitas, le dio pasada.

“Eran como las 12:30 ó 12:45 cuando llegó el primo de mi esposa, nos dijo que había ido a la casa para comer con nosotros y por un dinero, ya que dijo que tenía a su esposa en el hospital”, confesó Miguel Téllez a la autoridad ministerial (Exp. 53/2011).

La familia degustó la comida. Sonia, Miguel, Sofía y el primo incómodo comieron lo que se sirvió en la mesa, pero de pronto Eduardo se puso en pie, se despidió y dio aviso de que tenía que ir a un cajero Bancomer, el mismo que se ubica en la salida a la carretera Torreón.

“Después me dijo mi esposa que ese mismo día volvió, y le dijo que no completaba con los gastos y que si de favor le prestaba 500 pesos, que el martes le pagaba el dinero sin falta”, aseguró.

Con la mentalidad de saberse segura, de pensar que sólo se trataba de un familiar, Sonia le sonrió y le dio el efectivo que necesitaba, pues jamás imaginó que esa confianza depositada sería defraudada días después.

“No acudió el martes a pagarnos y tampoco el miércoles, de ahí ya no supe nada de él”, señaló el esposo.

El jueves 18 de agosto se estacionó, Sonia, con la mirada frágil, pero con la entereza de que vería a Javier por la noche, su amante, se quedó en casa y disfrutó el tiempo con su hija Sofía.

Y volvió a transcurrir el día como el lunes cuando acudió “Eddy” a comer en familia. Los tres integrantes comieron y platicaron de las cosas que les habían pasado a lo largo de la semana. Era un instante común, por eso Miguel se levantó de la mesa, caminó hacia la puerta que da a la salida de la casa y se despidió de su hija Sofía, sin imaginar que sería el último beso de su vida.

Las dos mujeres se quedaron en la casa que las resguardaba, que las protegía de la gente, de la que las miraba con ojos de envidia cada vez que salía.

Por la tarde, cuando el reloj marcaba las 16:00 horas, la silueta de Eduardo se dejó ver en la entrada de la casa. Ese día Sonia había dejado la puerta de madera pintada de blanco abierta, sólo la puerta mosquitero permanecía cerrada.

LA ASESINA

Era Eduardo, vestido con una camisa amarilla con cuadros cafés y pantalón de mezclilla azul, quien fue invitado a pasar a la casa que tres días antes le había dado de comer y que lo había recibido como un integrante más de la familia, como lo que era.

“Eddy”, de 1.74 metros de estatura, complexión delgada y piel morena, se sentó en uno de los sillones y vio con ánimos de lujuria a la prima con la que según él jugaba al doctor y la enfermera cuando apenas contaban con 8 ó 9 años.

“Me hizo recordar cuando íbamos a un rancho, allá donde ahorita se encuentra el hospital Muguerza, ahí nos metíamos a nadar y nos tocábamos, me acordé de eso”, confesó el asesino en su declaración ministerial.

Se dio cuenta de que estaba Sofía, la niña de 3 años que le había dado un beso el lunes y que además le otorgó un adiós de lejos, con la mano, de esos que se mueven con el aire y que delatan inocencia.

De pronto, Eduardo se pone en pie, toma de la mano a Sonia y le dice que no contaba con el dinero (500 pesos) que le había prestado, pero que podía hacer “algo” para poder terminar con el pago.

El hombre, que mantenía una relación con una mujer (Karina) y con la que procreó a tres niños, estaba ansioso por obtener el cuerpo escultural de su prima, quería saciar el instinto animal que desde meses atrás tenía en mente.

Así, mientras la pequeña Sofi permanecía en una de las dos habitaciones del hogar, trató de tomar su cuerpo, de arrancarle el alma en tan sólo unos segundos. El forcejeo inició, la necesidad por convertirse en su hombre eran cada vez más incontrolables…

Ante la negativa de Sonia, Eduardo trató atraparla, de doblegar sus instintos de supervivencia, por lo que la abrazó con tal fuerza para que no pudiera zafarse.

“Me mordió el cuello, es cuando la aviento, fue una mordida muy fuerte”, aseguró el homicida en su declaración.

A unos pasos de la cocina, los dos primos permanecían inmersos en una lucha, en una disputa por el honor de no ser violentado. Eduardo, cansado de la negativa de la mujer, se dio cuenta que a un costado del microondas, el cual permanecía arriba de una pequeña barra, se encontraba un cuchillo.

“En eso lo tomo y empieza otra vez la pelea, recuerdo que le dije: ‘Mire prima lo que tengo para que se aplaque’”, refirió ante la autoridad.

Asustada, la mujer comenzó a gritar, a pedir auxilio, pero fue un clamor no escuchado, pues de pronto fue silenciada por el cuchillo de cocina que sin miramientos le fue enterrado en el área del cuello, después, en un momento de furia, de coraje, pero sobre todo de impotencia, levantó el arma y de un sólo tajo lo enterró en el pecho de Sonia.

“Cayó al piso, en eso me hinqué y le quité el cuchillo”, dijo.

La sangre comenzó a brotar y a rodear el cuerpo de Sonia, quien permanecía con los ojos abiertos, viendo a su asesino, mirándolo por última vez, como queriendo suplicar por la vida de su hija Sofía, que todavía permanecía en aquel cuarto… jugando.

TRES VECES

Eduardo estaba en cuclillas, pasmado por lo que sus manos habían hecho segundos antes en contra de su prima, pero de pronto sintió una mirada, una que lo mantenía atrapado; era Sofía que se encontraba en pie, observando el correr de la sangre.

“Vio a su mamá bañada en sangre, fue cuando empezó a llorar y a gritar, me desesperé mucho, por lo que la tomé del cuello con una de mis manos”, argumentó.

Su mano cubrió todo el cuello de la pequeña de apenas 89 centímetros de estatura, Eduardo la apretaba con fuerza, quería que la única testigo de su brutal asesinato se esfumara, se perdiera en el limbo.

“Me di cuenta que ya no se movía, fue cuando la dejo arriba del cuerpo de su mamá y me voy al cuarto en donde se encontraba la niña y comienzo a desordenar todo y tomar las cosas de valor; quería que todo pareciera un robo”, aseguró.

En eso, paró su delirante caminar y observó que los pies de Sofía aún se movían, aún la vida de la pequeña pedía al Cielo una oportunidad por sobrevivir, por conocer el mundo, pero Eduardo no iba dejar que eso pasara. Corrió hacia donde se encontraba y con el cordón de un bolso de dama que alcanzó a su paso, la tomó del cuello y la volvió asfixiar, cuatro vueltas bastaron para dejarla sin oxígeno.

“Me regreso a los cuartos y comienzo a tomar cosas; una cámara, una computadora, las cuales las guardé en una mochila que me encontré por ahí”, aseveró.

Un ruido se volvió a escuchar, eran las piernitas de Sofía que pedían clemencia, que exigían un rescate oportuno. Sofía estaba viva, una vez más respiró y sintió que podía ponerse en pie, pero no iba a ser así, el asesino se había dado cuenta…

“Con el mismo cordón con el que le había dado las vueltas la volví a asfixiar, pero ahora emplee más fuerza sobre su cuello y para asegurarme que la niña se encontraba muerta que me la llevé hasta el baño, ahí la colgué sobre la perilla, ahí ya no se movió”, contó la terrible historia.

Sofía terminó sostenida en la perilla, con su cuerpo pendiendo al vacío, sólo se movía de un lado para otro producto de la misma inercia que daba su cuerpo ya inerte.

“Yo tomé todo cuanto pude. También tomé las identificaciones de Sonia, pero antes me di cuenta de que mi camisa estaba manchada de sangre y mi pantalón también, así que me cambié ahí mismo, con ropa que estaba colgada en el tendedero”, comentó.

Con la mochila en su poder, cargando en ella varios objetos que había tomado, se detuvo a disfrutar una vez más la escena, sonrió nervioso y salió para perderse entre las calles de la Saltillo 2000.

Así, pasaron las horas, los cuerpos Sonia y su hija permanecían en el olvido, las almas rondaban por los cuartos de la casa, hasta que de pronto, cerca de las 23:30 horas del 18 de agosto, a la puerta llegó Javier Alejandro, el amante eterno, quien se dio cuenta del sangriento y cruel asesinato.

(LA HISTORIA DE CÓMO LAS ASESINÓ ES PARTE DE LA DECLARACIÓN DEL HOMICIDA Y DE LA HIPÓTESIS MANEJADA POR LA FGE)

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