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Expediente Criminal: ‘El psicópata’

Por Pedro Martínez

Publicado el jueves, 14 de junio del 2012 a las 00:39


"Se subió a mi cuerpo y me dijo: '¡Te voy a violar!'"

Saltillo.- Las voces en su cabeza lo aturdían y le recreaban imágenes intensas, con pasión, salvajismo, pero sobre todo, le clamaban el cuerpo de una mujer de las llamadas “fáciles”, que entregaban su aliento por unos cuantos billetes de 100 pesos.

Así era el caminar intranquilo de “El Loco”, un solitario pandillero que retornó de Estados Unidos para ayudar en casa y así olvidarse de las aventuras insaciables que vivió por varios años en el vecino país.

“Tengo problemas mentales, me dijeron que estaba enfermo, incluso los doctores me llamaron psicópata…”, confesó en su declaración ministerial (Exp. 53/2009), “…no la quise matar, sólo quería tener relaciones sexuales”.

Por eso, aquellas veces que tomaba por sorpresa a las mujeres de falda corta, tacón alto, con cuerpos exuberantes y que en repetidas ocasiones abusaba sexualmente de ellas, mantenía la excusa perfecta: “Tengo problemas mentales”.

DE BAR EN BAR

Los días eran placenteros en los primeros meses de 2009. El bulevar Otilio González se regodeaba por tener los bares y cantinas de mala fama más famosos de Saltillo y presumía por contar con mujeres de todo estilo, peso, talla y color.

Entre ellos se podían distinguir unos cuantos: “El Sari’s”, “El Ficho”, “Las Isabeles” y, el más concurrido de todos, “El Júniors”, en ellos la asistencia era diaria y el gasto por persona oscilaba entre los 100 y 800 pesos.

Ahí se podía ver el paso de mujeres que trataban de sacar unos cuantos pesos para mantener a sus hijos, para pagar gastos de escuela, casa, vestido y comida, pues la mayoría de ellas eran madres solteras.

Desde una copa pagada por el cliente, pasando por una simple plática, hasta llegar a la práctica del sexo, ya sea sólo oral o completo, eran los servicios que a menudo ofrecían las damas de la noche.

revista vision saltilloEntre ellas se encontraba Erika Yudilia Rivera Mendoza, una mujer de 29 años, que acudía desde hacía cuatro a saborear las mieles de la humillación permanente.

“Mi hermana no tenía trabajo, por lo que los fines de semana trabajaba como mesera los días viernes y sábados, esto lo hacía en bares como ‘Danielita’, ‘Fichos’ o ‘El Júnior’”, mencionó María Guadalupe en su declaración testimonial frente al Ministerio Público del Cuarto Grupo de Homicidios en 2009 y que en este momento es parte del archivo del Juzgado Tercero de Primera Instancia en Materia Penal (Exp. 53/2009)

Pero no sólo le gustaba divertirse con los hombres para tratar de obtener dinero, sino que también disfrutaba de vez en cuando de unas cuantas cervezas. Una práctica que había aprendido con los años, inclusive su mamá, María Mendoza, le había enseñado sin querer en sus años mozos como mesera.

“Erika tenía una niña pequeña, la quería mucho”, afirmaron seres cercanos a la mesera y a la familia.

De bar en bar. De Lomas de Zapalinamé, en donde tenía su domicilio, a los bares ubicados sobre Otilio González, Érika, también conocida como “La Chaparra”, paseaba y conquistaba a todo cliente que se interpusiera en su camino. Sin duda, su vestimenta provocativa resaltaba sus voluptuosos atributos.

Un día, el 7 marzo de 2009, Erika salió de su domicilio en compañía de su mamá para dirigirse al bar denominado “Sari’s”.

“Eran como las 3:30 horas y la acompañé al bar, pero al llegar le dije que nos fuéramos porque ahí no la querían, que mejor nos fuéramos al rancho Agua Nueva, ahí íbamos a trabajar en uno de los bares de la patrona, pero ella prefirió quedarse”, confesó la mamá.

Así pasaron las horas y al bar se dieron cita varios hombres, entre ellos uno de nombre Julián Villanueva Gámez, encargado del bar, quienes se sentaron para disfrutar de unas cuantas cervezas.

Entre el alcohol pasajero, de esos que derrumba en demasía a cualquiera, los compadres de Julián (Juan, Pepe, Samuel y Rafael) comenzaron a molestar a algunas de las empleadas del lugar.

“Ese día mi hermana (Érika) cumplía años y como regalo uno de los clientes le dio 800 pesos para que se comprara un pastel”, afirmó en su declaración María, a la que este medio tuvo acceso.

María fue de las últimas personas que convivieron con Érika, por lo que ese día, cerca de las siete de la tarde, le contó su difícil pasar en la cantina, también conocida como “Sari’s”.

“Los demás le dijeron que si ya le habían dado lana, pues que prestara las ‘nalgas’ y que le decían muchas groserías como ‘pinche culera’, así como ‘te crees muy buena pinche puta’, a lo que ella les contestaba: ‘no más lo que es papi’”, refirió ante la autoridad.

Aquellas voces humillantes, denigrantes, de unos pobres borrachos, la llevaron a sentirse sucia, mal habida; el desprecio que sentía era cada vez más penoso y le calaba hasta lo más profundo.

“Ese día, en la casa, ella tenía mucho miedo, de hecho cuando pasaban carros ella se escondía; la verdad algo le pasaba, pero no nos contó”, comentó.

Aunque se sentía mal, Érika se armó de valor y salió una vez más a trabajar, ahora sería al bar Júniors, no sin antes pedirle una cachucha a su cuñado, quitarse la falda corta que traía para ponerse un pantalón de mezclilla. Así salió, tapada, algo extraño estaba pasando, algo malo el día de su cumpleaños.

‘EL LOCO’

Los rumores eran cada vez más fuertes. Las meseras de los bares amigos hablaban de una persona, de un loco que manejaba una camioneta pick up Chevrolet negra por el bulevar Otilio González a altas horas de la madrugada, el cual terminaba por “levantar” a las mujeres que vendían su cuerpo al mejor postor… ¡Las violaba!

Por eso, ese 7 de marzo de 2009, se presumió que Érika salió así, sin utilizar las ropas provocativas de cada fin de semana, las que le daban la gloria ante los ojos de los clientes y que le hacían ganar varios cientos de pesos. Ese día no, sus virtudes estaban escondidas; el miedo resonaba en el viento fresco de la noche.

Así lo platicó ante la autoridad una de las meseras del bar “Júnior’s” (se omitirá su nombre), quien a principios del mes de enero de 2009 fue objeto de un abuso sexual, uno que hasta el momento no ha podido olvidar.

“Era un domingo en la madrugada cuando salí del bar, pero cuando me dirigía a mi domicilio, en la colonia Universidad Pueblo, recuerdo que ese día estaba lloviendo y hacía frío”, aseguró en su testimonial, misma que realizó horas después de que se enteró del homicidio gestado el día 7 marzo.

Mientras caminaba, el viento circulaba en su contra. El frío que persistía sobre el bulevar Otilio González era intenso. Ese día, Esperanza (como se le llamara) vestía un suéter color blanco, bajo éste una blusa negra de tirantes, así como un pantalón de mezclilla color azul.

“En ese momento mientras caminaba una camioneta color negra pasó; eran cerca de las 2:30 de la mañana cuando de pronto el conductor me pregunta para dónde iba”, mencionó la mujer en su declaración.

No le dio importancia, pues se dio cuenta de que el conductor de la camioneta no mostraba signos de briaguez o de que alguna sustancia hubiera entrado a su cuerpo, pero le volvió a decir que no, que no quería ser partícipe de sus pedimentos.

“Cuando me dice que va para la misma colonia que yo, fue cuando acepté”, comentó, “tomamos Otilio González, pero al pasar el primer vado, en donde están los ‘yonkes’, el sujeto dio vuelta y se detuvo en un expendio”.

Aquel individuo, del cual se supo después que era el “psicópata” del oriente de la ciudad, le mintió, estacionó la camioneta en un paraje sin luz, empedrado y se abalanzó hacia ella.

“Se subió a mi cuerpo y me dijo: ‘¡Te voy a violar! ‘¡Si haces pedo te va a llevar tu chingada madre!’”, admitió ante la autoridad. “Por temor le dije: ‘voy a dejar que me hagas lo que quieras, pero no me hagas daño porque tengo a mis hijos y para ellos trabajo’”.

En eso, el perturbado sujeto la tomó a la fuerza, le quitó el pantalón de mezclilla que traía puesto y después de arrancarse su pantalón, con su brazo derecho la tomó con fuerza del cuello, la apretó, la sucumbió por completo.

“Comenzó a meter su pene en mi vagina; siempre permaneció callado. Después de 15 minutos se retiró de mi cuerpo”, aseguró.

La mujer, con el cólera recorriendo su cuerpo, pero sobre todo con un miedo insospechable, lo miró una vez más, quería que su rostro quedara grabado en su mente.

“Me pregunta si traigo dinero, le digo que en el pantalón, después me toma de las greñas y me saca de la camioneta, sin mi pantalón”, prosiguió la mujer, “después corrí, lloré mucho, fue cuando un taxi se detuvo y me llevó a mi casa”.

Pasaron los días, la desdicha de haber sido atacada por aquel animal, por el sujeto que en días anteriores había abusado de más mujeres, era fuerte, pero soportable.

“Un día, a mediados del mes de enero, acudí en compañía de mi pareja al bar Júnior’s, ahí estuvimos tomando cuando de pronto entró el hermano de mi novio, Luis, con un amigo, pero ese amigo era sin duda la persona que me había violado; lo reconocí de inmediato”, aseguró.

Aunque en aquella cantina de mala muerte, bajo el cobijo de los caguamones, hubo una pequeña discusión, misma que llevaría a una riña días más tarde entre el novio de la víctima y el abusador, pero que no dejaría tragedias a su paso, todo quedó ahí, por lo que Esperanza se resignó, sabía que no le podía hacer nada, que la ley no estaría a su favor.

“Vengo a denunciarlo, porque creo que se trata de la misma persona que me violó e intentó ahorcarme, por eso les di los generales de mi ex pareja, quien sabe dónde localizarlo”, dijo en su declaración (Exp. 53/2009).

No sólo era ella, el psicópata, quien después se supo que era Francisco Enrique Nájera Almaguer, era un violador en serie, era un feroz animal en busca de una presa vulnerable, incapaz de contener su furia.

“A mí me golpeó cuando estaba en el piso, en las costillas y en la espalda porque no pudo violarme, cuando intentó meter su pene lo golpee en sus testículos, después corrí hacia una casa, después se fue”, parte de la testimonial de una mesera (Rosa) del bar “Fichos”, realizada ante la autoridad el 15 de junio del 2009.

Por eso aquel 7 de marzo, Erika salió de su casa con miedo, ataviada con una vestimenta que dejaba poco a la imaginación y que no daba pie a que el cazador le diera alcance con su sagaz y fructífera forma de atentar.

VIOLACIÓN Y MUERTE

Érika caminó por las calles sin pavimentar de Lomas de Zapalinamé, pero se detuvo en una de ellas, se dio cuenta que un amigo de antaño, Anselmo Ibarra, se encontraba en el exterior de su domicilio sosteniendo un bote “Modelo” y se acercó a él.

“Me pidió de favor si la llevaba al bar ‘Júnior’s’, el cual se encuentra en el bulevar Otilio González y calle 25, en la misma colonia donde vivimos; la llevé en mi carro”, confesó en una de las diligencias efectuadas por el Ministerio Público, argumentos que se encuentran en el número de proceso 53/2009.

Los dos amigos permanecieron juntos un rato en aquella cantina. Mientras él no paraba de ingerir sus cervezas de botella de media, ella seducía con la mirada a hombres distintos, de estilo sucio y de cabellera desalineada.

“De pronto se fue de mi lado, se fue a platicar con clientes, yo me quedé un rato nada más, pues como a las 2:30 de la madrugada decidí retirarme, pues ya no aguantaba, me sentía muy mareado”, refirió.

Pasaron las horas. Las manecillas del reloj del bar ya marcaban cerca de las 3:30 horas de la mañana (8 de marzo) y Erika, la mujer que decidió festejar su cumpleaños con la compañía de extraños, salió del bar en el que se encontraba (Júnior’s) en busca de un taxi.

Ahí, ante la soledad abrupta de un sector peligroso, con poca vigilancia, “La Chaparra” comenzó a caminar una vez más, cubriéndose el pecho del viento fresco de la madrugada y con la idea de no toparse con el ser extraño que sólo cazaba bajo el cobijo de la noche.

Pero se desentendió del miedo por unos instantes. Érika estaba bajo los efectos del alcohol, por lo que su vista se desviaba a momentos particulares, sin trascendencia, su actuar era el de una mujer que sólo buscaba llegar a su casa.

Sin saber, esa noche la oscuridad le tenía una mala jugada, un destino maldito. Érika seguía su caminar entre los fantasmas de la noche, cuando de pronto el sonido de una camioneta la impacientó, la sacó de ese trance.

“La vi caminando, recuerdo que me le acerqué y le pregunté que ‘qué andaba haciendo’, cuando de pronto subió a la camioneta; después di vuelta por la calle 25 y seguí mi camino como cinco cuadras, pero no recuerdo bien, andaba muy pedo”, afirmó Nájera Almaguer en su declaración ministerial, misma que efectuó el 11 de junio minutos después de ser detenido.

La camioneta de modelo antiguo siguió su curso. La velocidad era lenta, simulaba el estado en el que se encontraban ambos; serios, sin mucha plática y con el sueño derrumbándolos poco a poco.

Así llegaron a la calle 27, sin pavimentar, sin alumbrado público y se estacionaron. “El Loco” o “El Lucas”, como también era conocido, se abalanzó a su cuerpo y comenzó a saciar sus instintos sexuales,

“Después de eyacular, le pedí que lo hiciéramos otra vez, pues yo quería más, pero se negó, fue entonces cuando la sujeté del cuello con una mano mientras estaba recostada con los pies al volante, la penetré”, confesó sin lamentos, sin tapujos (Exp. 53/2009).

Erika luchó, trató de retirar la sucia mano de Francisco, de aventarlo hasta el asiento del piloto con una de sus piernas, pero sus fuerzas eran pocas y su aguante nulo, por eso dejó de pelear, bajó la guardia y dejó que le arrebataran el último aliento.

Asustado porque no respondía su víctima, encendió el vehículo y siguió su marcha por varias calles hasta llegar a la Diecinueve, esquina con calle Dos, apagó el motor y como si nada aventó el cuerpo desnudo de Érika en un baldío lleno de piedras y de tierra.

“Estoy arrepentido, no lo hice en mis cinco sentidos, de hecho unos doctores me dijeron que era un psicópata y que si no tomaba el medicamento me iba a volver un loco violento…”, razón expuesta ante la autoridad.

Cubierta sólo por una sábana de tierra, misma que trataba de ocultar su intimidad maltrecha y violentada por Francisco, Erika terminó ahí, al desnudo, a la vista de quien por la mañana transitaba con la prisa cotidiana.

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