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Expediente criminal: ‘Los migrantes’

Por Pedro Martínez

Publicado el jueves, 21 de junio del 2012 a las 00:11


Secuestraban y sembraban el terror.

Saltillo.- Las suelas de sus zapatos ya mostraban el desgaste de los miles de kilómetros recorridos, sus rostros eran la triste fotografía del cansancio, de la tristeza, pero sobre todo de aquella melancolía por haber dejado su hogar en busca del sueño americano, uno que jamás llegaría.

Por eso la vulnerabilidad de los tres migrantes, de los viajeros incansables, era obvia. Cada uno de ellos debía de sortear la vida para llegar, por lo menos, a la frontera de México con Estados Unidos.

“Nos golpearon, nos humillaron e intentaron violar a mi amiga”, confesó Édgar René AJ. Say, de origen guatemalteco, en su declaración ministerial en la Procuraduría General de la República en 2010.

EL CAMINO

No era nada fuera de lo común. Édgar era sólo uno más de los miles de centroamericanos que buscaban alcanzar la meta, la dicha de encontrar una mejor remuneración económica en Norteamérica, por lo que su decisión de abandonar a su esposa y a sus cuatro hijos era bien vista por sus seres cercanos.

Aquel hombre, de voz ronca, de 1.75 metros de estatura y de piel morena, cargó con lo que él, en su momento, creyó que era lo necesario: una botella de agua de un litro y medio, algo de comida para soportar los primeros cinco días de viaje y una cobija. Todo en una pequeña mochila, una que perdería semanas después en la habitación de una casa en la ciudad de Saltillo, Coahuila.

Con la mentalidad firme de pasar a Estados Unidos, lugar en donde lo esperaba su primo Sergio Morales, Édgar abrazó a sus hijos, le dio un beso a su esposa y partió.

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Las 6:00 horas, y apenas algunos rayos del sol se asomaban en aquel miércoles de la penúltima semana de febrero de 2010. El hombre sabía que el camino sería difícil, complicado, en donde la serenidad no iba a ser una de sus aliadas.

Pero primero tenía que pasar la frontera de su país, Guatemala, uno de los vecinos y hermanos de la República Mexicana, la cual colinda con el estado de Chiapas.

“Estuve ahí unos días, después cruzamos la frontera de Guatemala en balsas, ahí conocí a una mujer, de nombre Vilma”, dijo en su declaración ante la PGR, misma que se encuentra integrada en el expediente 23/2010-11 en el Juzgado de Primera Instancia en materia penal.

La balsa no era más que un desperfecto, estaba construida a base de tablas y neumáticos y se balanceaba por las aguas turbias del río Suchiate, el cual respetaba el valor de los hombres y mujeres que se jugaban la vida por encontrar un soplo de ayuda, de un mejor futuro.

“Llegamos a Tapachula, en aquel lugar decidimos descansar un día para después dedicarnos a nuestro viaje”, aseguró en la testimonial (Exp. 23/2010-11).

El sonido de “La Bestia” los despertó, era un estruendo conocido para los pobladores cercanos a las vías del tren, pero desconocido para los nuevos viajeros.

Era un grupo grande, recordó Édgar con entusiasmo en la declaración, de por lo menos 200 personas. Cada uno de ellos se levantó del lugar que les dio cobijo durante la noche y salieron corriendo, apresurados a tomar de donde fuera a la llamada “Bestia”.

La máquina de acero que bufaba cada cierto tiempo y se imponía ante la mirada atónita de los migrantes, logró asentar por lo menos a Édgar y a Vilma Socop Domínguez

Colgados, con la mirada nostálgica, triste, con pedazos de miedo escurriendo de ellos, los amigos se adentraron al mundo de la máquina de acero por varios días, semanas…

“Pasamos por varios estados, recuerdo que fue por la ciudad de Ixtepec, Oaxaca, así como Veracruz, Celaya, hasta llegar a San Luis Potosí”, aseguró.

Los eternos viajeros se habían quedado sin dinero, sin un pedazo de pan para solventar el día, por eso decidieron parar camino en la casa del migrante del estado de San Luis Potosí.

“Recuerdo que ahí hablé con mi primo, que vive en Estados Unidos, para que me depositara algo de dinero, y así fue, me mandó 50 dólares”, dijo ante la autoridad el guatemalteco.

Y es que Édgar salió de su casa con la cantidad de 700 pesos, efectivo que le dio para “poder vivir” los primeros días de viaje, aguantando hambre y sed en cada pasar.

Motivados por tener algo en la bolsa, los amigos caminaron de nuevo a la Casa del Migrante, se introdujeron, tomaron sus mochilas y comenzaron una vez más su viaje. Siguiente parada: Saltillo, Coahuila, una ciudad que los devoraría en unos segundos.

SALTILLO

Al abrir la puerta del albergue, Édgar y Vilma fueron sorprendidos por uno de los centroamericanos que aguardaban la oportunidad de poder lograr el sueño americano, su nombre era Luis Alberto Mencos Flores, de 22 años, también de origen guatemalteco. Un sujeto que decidió aventurarse una vez más, pero ahora no lo quería hacer solo.

“No nos dijo su nombre, hablaba poco, pero siempre estuvo detrás de nosotros, era muy serio, que en ocasiones daba miedo”, señaló Vilma Socop (Exp. 23/2010-11).

Caminaron unos cuantos minutos cuando de pronto, a lo lejos, entre la ilusión efímera que causaba el sol, se veía “La Bestia”, abrumadora, fuerte, fiel a su apodo.

“Nos fuimos colgados otra vez hasta que llegamos a Saltillo”, confesó Mencos Flores a la autoridad ministerial.

Ya no eran tres los que subieron en San Luis Potosí, el grupo ya era de cinco viajeros los que se habían estacionado en la capital de Coahuila.

“Cuando llegamos era lunes (1 marzo) a Saltillo y decidimos ir en busca de llamada Casa del Migrante”, comentó Édgar.

Los viajeros caminaron por varias horas en busca de lo que sería un descanso, uno que dirigía y que en este momento dirige el padre Pedro Pantoja. Una esperanza ante el dolor que el mismo cansancio les había generado en aquel viaje.

Pero en su camino, cargados de mochilas y cobijas, sólo con unas gotas de agua en sus botellas de plástico, se toparon con tres sujetos, quienes se acercaron de manera sigilosa hacia ellos.

“Nos dijeron que nos podían ayudar a encontrar la casa; la verdad nos dieron confianza porque dos de ellos eran de Guatemala y uno de Honduras”, aseveró el indocumentado.

Con la confianza a flote, pero con algo de timidez por el trote en un lugar desconocido, a Édgar se le ocurrió decir que Vilma era su esposa, su mujer, todo para tratar de protegerla.

En eso, los tres desconocidos se le acercan a Édgar y le sugieren que hiciera caso a todo lo que le mandaran, pues si no Vilma podría morir. “Volteó a ver a Vilma y me dijo que siguiera caminando”, argumentó.

Pero Vilma ya había sido amenazada. Uno de ellos se le acercó exigiéndole que caminara y que no hiciera nada por escapar, pues del interior de su chamarra una pistola aguardaba.

“Seguimos caminando, estas personas no nos habían dicho sus nombres, es más, todavía nos dijeron que nos iban a ayudar a cruzar la frontera”, aseveró.

Fue un camino de una hora, tortuoso, lleno de dudas. Los cinco migrantes no sabían lo que les deparaba, sólo pensaban en sus familias, sobre todo en las ilusiones caídas, en esos sueños detenidos.

SECUESTRO

Las suelas de los zapatos ya estaban por convertirse en las plantas de los pies. Los viajeros estaban perdidos en una situación abrumadora, poco confiable, por eso, cuando uno de ellos levantó la voz para exigir que pararan su caminar, lo hicieron sin dudar.

Sus ojos se centraron en una casa humilde, de dos plantas, pintada de color blanco y que daba a relucir el poco cuidado de ella. Ahí, entre las amenazas de sus compatriotas, ingresaron.

Uno de ellos, Luis Alberto, vio el número marcado a un costado de la puerta principal; el 124 de la calle Quinta, de la colonia 15 de Abril.

“Nos metieron al cuarto, no sabíamos qué era lo que querían; sólo teníamos miedo”, comentó Luis en una de sus declaraciones ante la autoridad.

Eran un cuarto pequeño en el que fueron aventados uno por uno. En él tres colchonetas y varios catres los esperaban, y un baño con todo lo necesario los arropaba.

Lo extraño, refirió una de las víctimas en su declaración, era que las ventanas de aquel cuarto estaban cerradas y cubiertas con papel periódico. La luz del sol era imposible de actuar en él.

“Al principio nos trataron muy bien, nos dieron de comer y nos dijeron que descansáramos porque mañana (2 marzo) nos iban a llevar a la frontera”, mencionó Édgar.

Aquellos hombres de mal humor salieron del cuarto y se instalaron en otro lugar de la casa, y empezaron a ingerir una botella de licor para agarrar valor, pues sabían que lo que iban a realizar no era de humanos.

Los centroamericanos, Jorge Armando Palacios González, de Guatemala; Adán Enrique Sarmiento y Ever Martín Ávila, ambos originarios de Honduras, paseaban indecisos en uno de los cuartos de la segunda planta, en donde habitaba uno de ellos (Adán).

Eran personas que ya tenían tiempo habitando en Saltillo, desde 2009, habían dejado su hogar para buscar un futuro más viable para su familia, pero que prefirieron quedarse estancados en la ciudad más importante de Coahuila.

De oficios diferentes, electricista (Jorge), lavacoches (Ever) y albañil (Adán), pensaron que la mejor forma de obtener dinero fácil era secuestrando a los que iban de paso por tierras coahuilenses y, así, mediante el juego de la intimidación, obtener unos cuantos miles de pesos o de dólares por parte de sus familiares que tenían residencia en Estados Unidos.

Por eso, cuando el alcohol ya había causado estragos en las mentes distorsionadas de los indocumentados, bajaron al cuarto en donde permanecían los viajeros.

“Uno de ellos me despertó, yo pensé que era el momento de viajar, pero no fue así, todo cambió por completo…”, relató ante la autoridad ministerial Édgar.

LA TORTURA Y EL ESCAPE

Primero fue Édgar, el líder de la bandada centroamericana que sólo quería llegar a la Casa del Migrante, que sólo anhelaba un pan y un vaso con agua para enaltecer ese sentimiento de búsqueda del sueño americano.

“Eran como la una y media de la mañana cuando me despertaron para que los acompañara a otro cuarto, el cual estaba en la segunda planta”, dijo.

En el camino, Adán le preguntó si tenía dinero, a lo que Édgar le contestó que no, que ni siquiera traía para soportar el intenso viaje que faltaba para llegar a los Estados Unidos.

“Me dijeron que tenía que conseguir donde fuera, que les diera el teléfono de algún familiar que habitara en EU para que les mandara el dinero”, narró.

Jorge, Adán y Ever ya no eran los cariñosos sujetos que buscaban ayudar, sino todo lo contrario, se habían transformado en unos animales salvajes en busca de una presa débil.

“En eso me agarran entre dos y me amarraron de las manos a un tubo de la cama que tenían en el cuarto, estaba indefenso”, manifestó.

Comenzaron los golpes, los insultos y las amenazas de muerte: “¡Si no consigues el dinero te vamos a matar hijo de tu pinche madre, así que tú sabes!”, supuestamente le gritó Adán.

“Pero como no pudieron, uno de ellos bajó y se trajo a Vilma; la traía tomada del pelo”, dijo.

La mujer de 28 años también fue amarrada con un listón de los zapatos y puesta al deseo de los tres sujetos, quienes sólo buscaban algo de dinero para sobrevivir en un país en donde tampoco eran queridos, bien recibidos.

“Uno de ellos cargaba un machete, pensé que nos iban a matar en cualquier momento que no les respondiéramos bien”, comentó.

De pronto, en un arranque de impotencia, los tres maleantes comenzaron a arrancarle la ropa a Vilma y a Édgar, pues pensaban que estaban diciéndoles mentiras y que el efectivo lo guardaban en recovecos de su cuerpo.

“Nos dejaron en calzoncillos, querían que a fuerza les diéramos algún teléfono para conseguir el dinero”, afirmó.

Con la sangre fría, Adán comenzó con sugerencias más fuertes, le pidió a sus compañeros que violaran a la mujer y que saciaran sus instintos carnales y animales para que el supuesto esposo les diera algo de información.

“Me asusté y le di el número del primo de Vilma, fue cuando dejaron de molestarla”, prosiguió, “en eso nos dicen que sólo por la cantidad de 5 mil dólares por cada uno nos iban soltar”.

Pero no llenaron, en eso ven entrar al cuarto de la tortura a Luis Alberto Mencos, quien para su suerte no fue violentado por ninguno de sus captores.

“Uno de ellos estaba muy enojado y con el machete me dio un fuerte golpe en las costillas, la verdad no podía hacer nada porque estaba amarrado”, enfatizó, “en eso otro de los captores, a los que identifiqué muy bien, le dijo que no me pegara, que me dejara, ocasionando un pleito entre ellos”.

Esa pequeña discusión llevó a que salieran del cuarto, dejando a la deriva a sus víctimas, quienes como pudieron comenzaron una lucha para tratar de zafarse de los listones y así auxiliar a los amigos, a los viajeros.

“Me pude zafar, fue cuando ayudé a mis amigos”, enfatizó, “en eso escuchamos que se estaban peleando en la planta baja, por lo que tomamos nuestra ropa y salimos por uno de los pasillos que daban a la azotea, después brincamos hacia la casa de al lado y comenzamos a correr”.

La adrenalina comenzó a brotar, los tres amigos no voltearon atrás, sólo corrieron hasta perderse entre la oscuridad de la noche, sin saber que su búsqueda por la libertad los llevaría a la puerta de la llamada Casa del Migrante.

Ahí, los viajeros vieron una esperanza que pensaron haber perdido horas atrás, haber olvidado, pues de entre las sombras creadas por la luz de la luna se dejó ver un hombre, era Pedro Pantoja, el sacerdote encargado de la protección y cuidado de los que van de paso en busca de su sueño.

“Le platicamos todo lo que habíamos pasado, de las torturas que recibimos por parte de estas personas, por lo que sin dudar nos ayudó…”, afirmó.

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