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Infierno en movimiento

Por Rodolfo Naró

Publicado el domingo, 24 de septiembre del 2017 a las 09:05


De los escombros aún es posible rescatar vida u objetos.

Saltillo, Coahuila.- El viento hacía lo suyo. Llevaba el polvo del derrumbe atrás de nuestros ojos. Éramos miles los que salimos a la calle a ayudar. Se formaron cadenas humanas para pasar las piedras de mano en mano, muebles inútiles y enterregados. No sé cómo nos organizamos, una voz hablaba con autoridad, dirigía, apremiaba. Nadie lo había escogido como líder, sin embargo, lo seguíamos.

Una mujer, como cadenera de un infierno en movimiento, cuerda en mano, contenía las filas. “Hagan cuatro filas, no se desesperen, todos van a pasar”. Al fondo de la calle Torreón esquina con Viaducto, en la Narvarte, un edificio de cinco pisos se había venido abajo. Conforme pasaba una cadena humana, se formaba otra y otra, sobre Obrero Mundial, donde había instalada una gran carpa con víveres, agua y materiales de reconstrucción.

A seis calles de ahí, por Esperanza y Rébsamen, había más daños y otro puesto de socorros, así como en Escocia y Mancera. Mi labor fue llevar alimento, palas, de un sitio a otro. Las calles de mi colonia estaban irreconocibles, montones de piedras y fierros retorcidos a cada paso. Nubes de polvo en el horizonte.

Miles de personas de un lado a otro, diciendo qué llevar a cada sitio, qué se había terminado. Todos con los rostros demacrados y la templanza en el cuerpo. Los habitantes de las colonias vecinas, Roma y Condesa estaban en la calle. A mi paso escuché cuanto acento latiamericano: argentinos, venezolanos, chilenos, peruanos. Todos en lo suyo, tristes, pero sin llanto.

Fue tal la organización de la sociedad civil, sobre todo de jóvenes, mujeres y hombres con la energía puesta en el corazón, que hasta las fuerzas militares acataban órdenes de ese joven nombrado líder por la desgracia del destino.

El día sería interminable y la ayuda no dejaría de llegar. Las más jóvenes repartían, envueltas en servilletas: tortas, fruta, trozos de pizza, refrescos, agua fresca. Pronto aquello se convirtió en un banquete sin hambre, en un laberíntico triángulo de las Bermudas.

Al final de ese día, miércoles 20 de septiembre, entre el desastre de la calle Torreón, se rescataron seis personas y 11 cuerpos sin vida. Andrea y yo dejamos aquellas ruinas, mientras el viento hacía lo suyo, entre el polvo, movía de un lado a otro las servilletas blancas como banderas de una paz que aún tardaría en llegar.

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