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Los obligaron a practicar el Islam para sobrevivir

Por Agencias

Publicado el sábado, 18 de noviembre del 2017 a las 18:21


Las selvas tropicales de Sumatra, en Indonesia, son el hogar de los Orang Rimba, la gente de la jungla.

BBC / Indonesia.- Las selvas tropicales de Sumatra, en Indonesia, son el hogar de los Orang Rimba, la gente de la jungla.

Su fe y su modo de vida nómada no son reconocidos por el Estado y, a medida que sus bosques son destruidos para dar paso a las plantaciones de palmas aceiteras, muchos se ven obligados a convertirse al Islam para sobrevivir.

En una cabaña de madera sobre pilotes, un grupo de niños vestidos de blanco se sientan en el piso. Cantan “Protegeré al Islam hasta que muera” y gritan “No hay más dios que Alá”, al unísono.

Hace tres meses, las 58 familias que componen la tribu Celitai de los Orang Rimba se convirtieron al Islam.

Los recogieron y los llevaron a Jambi, la ciudad más cercana, y les dieron ropa y tapetes de oración.

El Frente de Defensores Islámicos, un grupo de vigilantes cuyo líder enfrenta cargos de incitación a la violencia religiosa, ayudó a facilitar la conversión.

Ustad Reyhan, del grupo misionero islámico Hidayatullah, se ha quedado para asegurarse de que se practique la nueva fe.

“Por ahora nos estamos enfocando en los niños. Es más fácil convertirlos: su mente no está llena de otras cosas. Con los mayores es más difícil”, dice.

“Antes del Islam solo creían en espíritus, dioses y diosas, no en el dios supremo Alá. Cuando alguien moría, ni siquiera enterraban a los muertos, simplemente dejaban el cuerpo en el bosque. Ahora su vida tiene sentido y dirección”, afirma.

“(Antes) vivían en el bosque. Vivían el día a día. Cuando morían, morían. Pero ahora tienen una religión, saben que hay una vida después de la muerte”.

‘Sin elección’

Pero el líder de la aldea, Muhammad Yusuf, -Yuguk era como lo conocían entre los Orang Rimba- asegura que, al convertirse al Islam, en realidad estaban pensando en sobrevivir.

“Fue una decisión muy pesada y difícil, pero sentimos que no tenemos otra opción si queremos avanzar”, dice en voz baja.

“Para que nuestros hijos puedan tener las mismas oportunidades que los de afuera, la gente de la luz, no teníamos otra opción. Todos teníamos que convertirnos al Islam”.

Los forasteros son la “gente de la luz”, porque viven en áreas abiertas y a menudo están bajo el sol, a diferencia de la gente de la jungla.

La población musulmana mayoritaria circundante llama a los Orang Rimba “Kubu”.

“Significa que están muy sucios, son basura, que ni siquiera se pueden mirar porque son muy desagradables”, explica el antropólogo Butet Manurung, que ha vivido con los Orang Rimba durante muchos años.

“También significa primitivo, estúpido, mal olor. Básicamente prehumanos. La gente dice que su evolución no es completa”.

Se cree que hay unos 3 mil Orang Rimba viviendo en el centro de Sumatra.

“Si hubieras venido antes, habrías visto nuestro bosque. Era prístino, con árboles enormes”, dice Yusuf.

Ahora parece que hay un sinfín de fantasmagóricos palos blancos quemados en una misma dirección y palmas aceiteras en hileras ordenadas en la otra.

La ausencia de sonidos naturales es espeluznante.

“Todo se acabó. Sucedió solo en los últimos años. Las plantaciones de palma entraron y luego el bosque comenzó a arder”, agrega Yusuf, refiriéndose a los devastadores incendios del 2015, que quemaron más de 21 mil kilómetros cuadrados de bosques.

Cada año, los propios terratenientes inician los incendios para quemar la maleza, pero tienen efectos devastadores. Los de hace dos años fueron catastróficos debido a una temporada seca más larga.

Medio millón de personas se vieron afectadas por la neblina tóxica del fuego y docenas murieron por problemas respiratorios.

“Estaba aterrorizado. Teníamos mucho miedo a las llamas y al humo a nuestro alrededor”, comenta Yusuf.

Su tribu corrió al pueblo más cercano para escapar y aquí fue donde comenzó el proceso de conversión.

Población en peligro de extinción

“Después de un tiempo, queríamos enviar a nuestros hijos a la escuela, pero la maestra quería ver sus certificados de nacimiento, y para eso debe tener una religión estatal que el gobierno reconozca. Así que tuvimos una reunión tribal, y discutimos qué religión elegiríamos, y decidimos elegir el Islam”, explica Yusuf.

Indonesia, el país musulmán más grande del mundo, reconoce oficialmente seis religiones: el islam, el protestantismo, el catolicismo, el hinduismo, el budismo y el confucianismo.

Los organismos de derechos indígenas están luchando para obtener el reconocimiento de los cientos de otras religiones practicadas en toda Indonesia.

El Tribunal Constitucional del país dictaminó recientemente a su favor y consideró que era contrario a la Constitución obligar a las personas a declarar una religión.

Rukka Sombolinggi, directora de la Alianza de Pueblos Indígenas del Archipiélago, ha sido una figura clave en esta lucha.

“Hemos estado presentes antes de que llegaran las nuevas religiones, pero ahora es como si nos gobernaran y quisieran eliminarnos de este país. Tenemos que luchar”, dice.

Asegura que los Orang Rimba son una de las tribus indígenas más amenazadas en Indonesia.

“Llegaron al punto de total desesperanza y tuvieron que abrazar una de las religiones oficiales que probablemente les ayudaría a salir de esta situación tan crítica. Es una cuestión de supervivencia”.

‘No hay espacio para vivir’

Experimenté una sensación de discriminación hacia los Orang Rimba cuando conocí a una tribu remota que todavía practicaba esta forma de vida nómada y politeísta.

Estábamos comiendo con ellos en la jungla cuando llegaron un oficial de policía y funcionarios del gobierno local y nos preguntaron qué hacíamos y si teníamos permisos.

Nuestra guía de los Orang Rimba, Miyak, estaba visiblemente molesto, y les preguntó por qué serían necesarios tales documentos en su propia tierra.

“No tenemos espacio para vivir. Siempre nos dicen que somos nómadas sin religión, sin cultura”, dice mi guía.

“Nuestra religión no es respetada. El gobierno siempre insiste en que nos convirtamos y vivamos en un solo lugar. No podemos hacer eso. Nuestra forma de vida no es así”.

El oficial, Budi Jayapura, me llevó a un lado para revisar mis documentos y me dijo: “Tenemos que vigilarlos”.

“No entienden el concepto de robo. Dicen que la fruta creció sola en el árbol para que pueda ser tomada, pero fue plantada por alguien. Tal vez en su sistema de creencias está bien, pero no en nuestra sociedad”, afirma después.

El problema del cerdo

El hecho de que los Orang Rimba cacen y coman cerdos salvajes también crea tensiones sociales.

“Esta es una comunidad musulmana. Si ven la sangre del cerdo y las sobras, se sienten perturbados”, explica el oficial.

Lo que es tabú, o haram, para los Orang Rimba contrasta directamente con lo que comen los musulmanes, explica Manurung.

“Los Orang Rimba no comen animales domésticos como gallinas, vacas u ovejas. Piensan que es una forma de traición. Alimentas al animal, y cuando engorda, lo comes. Lo justo es luchar. Quien gana puede comer al perdedor”.

Este choque de culturas comenzó en la década de 1980, cuando el entonces presidente Suharto dio tierras e incentivos a los migrantes de la superpoblada Java para que se movieran y abrieran las selvas de Sumatra.

Desde entonces, vastas áreas de bosques, tradicionalmente hogar de los Orang Rimba, han sido entregadas a compañías de aceite de palma, caucho y pulpa sin compensación a las tribus indígenas.

Zulkarnai, un funcionario del Ministerio de Silvicultura, que ayudó a facilitar la conversión masiva de la tribu Celitai, admite que cuando era niño, pensó que los Orang Rimba no eran humanos.

“Un día, un niño ‘Kubu’ le robó fruta a uno de mis vecinos, y él le disparó. Nos acercamos al cuerpo y me di cuenta de que no era una especie de animal, sino un humano, como nosotros. Me di cuenta de que tenemos que ayudarlos. Lo siento por ellos. Se morirán de hambre si no cambian”.

En las últimas décadas, se han arrasado millones de hectáreas de selva tropical en Indonesia, en lo que algunos estudios consideran la tasa de deforestación más rápida del mundo.

Tierra contaminada

Las nuevas plantaciones de palmas aceiteras han aumentado a un ritmo de entre 300.000 y 500.000 hectáreas por año durante los últimos 10 años.

En los últimos 30 años, más de la mitad de los bosques de Sumatra han desaparecido, reemplazados por plantaciones de monocultivo de palma.

La familia de Sigungang vive en una plantación de este tipo. Él trata de cazar cerdos salvajes cuando vienen.

“Pero si no podemos encontrar nada, nos vemos obligados a comer fruta de palma. Te hace dar vueltas la cabeza”, dice.

Los ríos en la plantación están contaminados con pesticidas y las familias tienen problemas estomacales por beber de ellos.

“No hay bosque para que puedan cazar. El agua de la que pescaron y bebieron está contaminada, y también el aire. Así que les estamos dando casas, pueblos para vivir”, dice con naturalidad el ministro de Asuntos Sociales, Khofifah Parawansa.

El gobierno, trabajando con empresas de plantaciones, ha construido varias urbanizaciones para los Orang Rimba.

El año pasado, el presidente Joko Widodo anunció que entregaría más viviendas nuevas y algo de tierra para ellos, luego de una reunión con líderes tribales, la primera organizada por un jefe de estado indonesio.

El ministro Khofifah dice que la fe es parte de este proceso.

“En la tarjeta de identidad, tienen que decir qué religión tienen. Hay quienes se han convertido en musulmanes, algunos se han convertido en cristianos. Así que ahora están conociendo a Dios”.

Pero muchas de las urbanizaciones han fallado y son ahora pueblos fantasmas.

Sin trabajo o una manera de alimentar a su familia, muchos Orang Rimba que vivieron allí volvieron brevemente a los rastros de jungla que quedan.

“Lo que queremos es que dejen de llevarse nuestro bosque. No queremos casas como las de afuera”, dice Ngantap, uno de los ancianos de una tribu.

“Estoy en paz y feliz en el bosque, soy una persona de la jungla”.

Ngantap usa el taparrabos tradicional de los Rimba, con una bolsa de cigarrillos colgando del costado.

Las mujeres solteras tradicionalmente llevan pareos sencillos que cubren los senos. Una vez casadas, el sarong se ata a la cintura dejando los pechos abiertos para alimentar a los bebés. Muchas ahora usan ropa traída desde las ciudades.

Pero Ngantap insiste en que se están aferrando a su fe.

“Está mal decir que no tenemos fe. La religión es un derecho personal de todas las personas. Es muy incorrecto desacreditar la fe de alguien. Si nuestro sistema de creencias se pierde, y los dioses y la diosa no tienen un hogar en el bosque, el desastre reinará”.

La esposa de Ngantap, Ngerung, me dice que están conectados a los árboles desde el nacimiento.

“Cuando nace un bebé, se deben plantar tres árboles, uno para la placenta, uno para el bebé, uno para el nombre. Nunca se pueden cortar ni herir. Cuando caminamos por nuestro bosque, le recordamos a la gente esto”.

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