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Malaria, la realidad de cada día en el Congo

Por Agencias

Publicado el miércoles, 25 de abril del 2018 a las 17:38


La RDC es el segundo país con mayor número de muertes por el paludismo

RTVE | República Democrática del Congo.- Los efectos de la malaria son de esas cosas que duele ver. Sobre todo si lo haces a través de la mirada de Fatouma, una niña de dos años que acaba de recibir una transfusión de sangre. Está en el brazo de su madre, acostada en una de las camas del hospital de Lulingu, una de las localidades más aisladas en la provincia de Kivu del Sur. Sus ojos tienen poca fuerza y llora mucho. “Antes de ayer empezó con una fiebre muy alta”, señala una agotada madre. “Al llegar aquí vieron que tenía una anemia grande. Se ve que no está bien porque es una niña que siempre pasa el día jugando, pero ayer no podía moverse. No tenía fuerza”.

Ese es uno de los grandes síntomas. Que te quedas sin energía, vacío. Y esto, en un país donde hay que ganarse la vida cada minuto, es tremendamente duro, porque si ese día no trabajas, probablemente no puedas comer. Un círculo vicioso que sólo se puede tratar si acudes rápido a un centro sanitario que disponga de medicamentos. La reacción no es sencilla. Al lado de Fatouma está Seraphine, que tiene ocho años. Se mueve sin parar, grita cosas inconexas y no sabe si sonreír o llorar. Parece que la malaria ha llegado al cerebro. “Esto podría afectarle para toda su vida”, señala preocupada su madre. Otra madre, agotada. Siempre son ellas las que están a su lado con cara de incertidumbre. “Era la mejor de su clase y ahora está como perdida. No escucha, no obedece”, dice entre sollozos. De momento, los médicos siguen con el tratamiento, pero no son muy optimistas. Es difícil imaginar lo que puede ser vivir con una discapacidad neurológica en este sitio.

En Lulingu, Médicos sin Fronteras apoya su hospital con personal y material de todo tipo, ya que la población de esta zona vive alejada de todo y cada dos por tres sufre los estragos de la malaria. Conseguir sangre para pacientes no es tan fácil, aunque en los últimos meses han logrado formar un grupo de voluntarios que acuden periódicamente para surtir un banco que se mantiene a duras penas, pero que salva vidas donde hasta hace no mucho no había nada, y lo que había, era de pago. La madre de Fatouma dice que ahora, al menos, el tratamiento para los menores es gratis. Asegura que “si lo tienes que pagar por tu cuenta, te gastas todo el dinero que puedes ganar en un mes en el campo”. Aquí, la malaria te machaca. Y sólo puedes esperar tener una mosquitera bajo la que duerme toda una familia y soñar con no enfermar.

Esta es la realidad que viven cada día millones de personas en todo el mundo. En este país, la República Democrática del Congo, se estima que en 2016 murieron 60 mil personas por esta enfermedad, un 10% del total mundial. Solo por detrás de Nigeria, es el Estado que más sufre el impacto de esta enfermedad causado por un parásito que transmiten los mosquitos de la familia Anopheles.

Una batalla llena de obstáculos

La lucha contra la malaria a nivel mundial ha logrado grandes resultados en los últimos años, al reducir la mortalidad un 20%, pero todavía está lejos del objetivo marcado para 2030 de erradicar una enfermedad que hoy por hoy es la más letal del mundo. Mientras la investigación para encontrar una vacuna sigue sin arrojar resultados que permitan ser optimistas a corto plazo, por el camino surgen nuevas dificultades. Los científicos no esconden su alarma al comprobar cómo el parásito ha generado resistencias a determinados medicamentos, sobre todo en el sudeste asiático. Si esta variante llegara a África, la catástrofe sería aún mayor.

Por eso, en sitios como éste, además de luchar en los hospitales para evitar más muertos, también sueñan, a través de proyectos de investigación, con que llegue el día en el que la malaria no sea una condena. MSF tiene abiertas en esta provincia varias líneas de investigación para evitar la proliferación masiva de los mosquitos vectores. Se encarga de ponerla en marcha Severin Ndo, un entomólogo burkinés que intenta analizar la población de mosquitos en la región para hallar el insecticida más efectivo. “Si fumigamos con una base científica, seremos más efectivos y evitaremos las picaduras dentro de las casas, porque uno solo puede infectar a toda la familia. Además de dormir bajo una mosquitera, hay que reducir las posibilidades”, cuenta. Entre los miembros del equipo es conocido como Papá Moustique y recorre las zonas húmedas en búsqueda de posibles víctimas. Captura larvas de mosquitos para comprobar su crecimiento en determinadas circunstancias y también pone trampas con azúcar venenoso como cebo para evitar que los anopheles adultos transmitan el parásito de cuerpo en cuerpo.

Luego está el cambio climático. Ndo asegura que en esta zona del país han empezado a ver casos de malaria en lugares como Numbi, a 2 mil 200 metros de altitud y donde hace no mucho los mosquitos ni llegaban. “Cambia el medio ambiente, y el mosquito se abre paso”, afirma. La prueba nos llega por las calles de esta ciudad rodeada de montañas y con una temperatura más fría. Cuatro personas trasladan a toda prisa en camilla a Toisengue. Tiene 15 años y ha ingresado en el hospital con una malaria severa. Es la primera vez que la sufre en su vida y, por tanto, no ha desarrollado ninguna inmunidad. Es presa fácil. Llega en un estado preocupante, con fiebre muy alta y temblores que no puede controlar.

Dos días después, de nuevo en el centro médico construido y apoyado por MSF, hay una joven tendida en la cama. Han tenido que darle un sedante pues está muy nerviosa. “Parece que la malaria ha llegado al cerebro y por eso está tan inquieta”, asegura el cuerpo médico. Su madre cuenta que es la primera vez que tienen un caso de malaria en la familia y que por eso tardaron en reaccionar. El tiempo de respuesta ante la primera fiebre es fundamental para evitar males mayores y, en esta zona del país, es todo un reto, ya que no existen carreteras y la gente tiene que andar durante horas para llegar hasta este hospital. Si Toisenge se salva será gracias a sus vecinos. “Si no nos cuidamos nosotros, nadie lo hará”, dice esta madre que reconoce no saber qué esperar del futuro de su hija.

El descubrimiento de la malaria es algo que protagonizan cientos de personas de esta parte de la República Democrática del Congo que se ven obligadas a huir por la violencia y quedan expuestas rápidamente a la enfermedad en otros sitios más cálidos. Es la condena, que te persigue allá donde vayas. En este país, es la tragedia de cada día.

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