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Niños por siempre; entre recuerdos y risas

Por Alberto Rojas

Publicado el domingo, 30 de abril del 2017 a las 09:00


Muchos no tuvieron tiempo para jugar en su infancia, tampoco celebraron el Día del Niño, pero hoy disfrutan la tranquilidad.

Monclova, Coah.- En el Asilo de Ancianos el tiempo se echó a soñar, siglos acumulados en esas instalaciones decoradas con sonrisas infantiles que muestran ausencia de piezas dentales, falta de equilibrio al caminar como niños dando sus primeros pasos con pañales, y el retorno a la lactancia.

En la guardería de Adultos Mayores, a los inquilinos la vida los devolvió a la infancia, pero ellos son “todoterreno”, es decir, como vehículos adaptados para desplazarse por terrenos complicados.

Han transitado por baches, pozos, lomas y hoyancos de los difíciles caminos de la vida, pero también frágiles como un niño travieso y juguetón que luce su sonrisa sin piezas dentales y escasa cabellera como bebé, en el caso de los varones.

Hoy en el Día del Niño, la bandera aún flamea fuerte en el Asilo de Ancianos, los moradores se echan un clavado a su infancia y la recuerdan felices como tratando de regresar al pasado a través del túnel del tiempo, otros recuerdan rudas faenas porque desde corta edad tuvieron que trabajar en el campo al lado de su padre.

No había tiempo para jugar, ni tampoco dedicar mucho tiempo a la escuela, porque la pobreza era como un intruso que llegó para quedarse. Las canicas, pelotas y juegos infantiles los cambiaron por el arado bajo los inclementes rayos solares o cortar leña en el crudo invierno de aquella época cuando las ráfagas de viento helado herían como cuchilladas.

Mientras en las calles de Monclova los rayos solares parecen incinerar el tiempo, en el Asilo de Ancianos huele a niñez donde sus moradores pasean por el jardín hojeando páginas de su vida y cargan en sus espaldas curvas interminables historias, inmenso catálogo de anécdotas y recuerdos, sentimientos y alegría.

Víctor Flores, con 87 años de edad, recuerda aquellos inolvidables días de su infancia cuando ayudaba a su padre en la siembra y cosecha de maíz, frijol, calabacita y ajonjolí. En los escasos ratos libres, un palo de escoba y una pelota de hule era suficiente para jugar beisbol en los vastos llanos del San Buenaventura de aquel entonces.

De pronto, no sabe qué responder cuando se le pregunta si le gustaría volver a la infancia, finalmente lo hace, pero expresa; “obviamente es imposible, pero claro que me gustaría, aunque mi infancia no fue muy agradable porque tenía que trabajar muy duro en el campo con mi padre, ya que había muchas necesidades en casa”.

De aquellas primeras páginas de su vida, don Víctor se mira con un morral colgado al hombro descargando semillas en el campo al lado del arado, lo que posteriormente se convertía en producción y venta de alimentos para mantener la familia.

Con 90 años de edad, a Isabel Delgadillo como a todos los niños le gusta celebrar su cumpleaños con pastel, piñatas y cascarones de huevo repletos de confeti, y entonces invita sus amigos y amigas del internado que algunos llaman Asilo de Ancianos y otros Guardería de Adultos Mayores.

Ella elabora cascarones con confeti y los ofrece a 60 pesos la docena, luego la diversión se estaciona en el asilo cuando los eternamente niños los quiebran en la cabeza en medio de risa y alborotos.

No existe absolutamente ninguna diferencia entre un asilo de ancianos y una guardería, porque en ambos casos el personal siempre vigila el cambio de pañal, el llamado al médico a las primeras señales de algún malestar o síntomas de afectaciones en salud, además las tres comidas y hasta la merienda por la tarde.

Doña Chabelita, recuerda la década de los años treinta cuando jugaba brincando la cuerda, y otros juegos infantiles de la época, diversión sana, donde obviamente no había entretenimiento de juegos electrónicos y redes sociales que mantienen secuestros a un sector de la niñez actual.

Ella creció en la colonia Primero de Mayo y aún le sobreviven tres hermanas, también tiene una hija de casi 70 años de edad. Varios tataranietos hacen de su existencia una delicia y la visitan periódicamente. Sin embargo, ella considera también hermanitos y hermanitas a sus compañeras del internamiento con quienes convive y sonríe a diario.

Juanita Catalina Vázquez Charles, como presidenta del Patronato, es la dirigente de la “palomilla de niños” y siempre está vigilando que nada falte en lo material, por eso la alacena y refrigerador siempre están saturados de productos alimenticios, lo mismo que la mini farmacia de medicamentos.

Los amplios jardines del asilo invitan a la lectura, en los interiores los mini split apagan de inmediato el calor, además en las habitaciones el televisor es entretenimiento para los huéspedes en su etapa de la vida invernal y primaveral a la vez.

María Dolores Villarreal con 70 años de edad, vivió parte de su infancia cuidando a su madre y su mirada se pierde en la nada, cuando se le pregunta si le gustaría regresar a la niñez, pero responde que como todo niño, el juego era la actividad principal.

Son recuerdos aunque a veces con tragos amargos de los primeros años de la vida, pero también con amplios episodios de felicidades y anécdotas imborrables que parecen extinguirse conforme pasan los años. Tal vez algunas lejanas imágenes de la infancia se alojan en su cerebro, o capítulos como una película corriendo de reversa.

Sergio Guerra de León, de 73 años de edad, vivió una infancia económicamente distinta a sus compañeros, viajaba mucho al lado de sus padres debido al trabajo que tenían, y originario de la Ciudad de México, señala que en el pasado la infancia se vivía muy diferente a la actual.

Guadalupe Ibarra Maldonado, es originaria de Congregación Rodríguez, municipio de Escobedo. Sonríe al recordar su infancia con aquellos días de risas, saltos, juegos y correr por esa localidad al lado de sus amiguitos.

“Jugábamos a las muñecas y a las comiditas”, dice Lupita quien además deleita a sus amiguitos y amiguitas del Asilo con un amplio repertorio de canciones rancheras, gran exponente de la canción bravía.

Niños y ancianos, en ambos casos no se pueden valer por sí mismos; necesitan cuidadores, el niño no puede hacer muchas cosas él solo, tampoco el senecto. Al final de nuestras vidas siendo ancianos, necesitamos cuidados y mimos como cuando éramos niños, del llanto se pasa a la risa y viceversa.

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