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Parrense es testigo de la tragedia del Titanic

Por Ruta Libre

Publicado el lunes, 17 de abril del 2017 a las 15:00


Gustavo Aguirre Benavides fue, por azares del destino, testigo del naufragio más famoso del mundo

Por: Jesús Castro

Saltillo, Coah.- Para llegar a la casa donde vivió don Gustavo Aguirre Benavides, Elvia Morales y su padre tenían que caminar un largo camino de terracería, bordeado por una acequia de cristalinas aguas y musical torrente. El sol ya estaba por ocultarse tras el cerro del Santo Madero, en Parras de la Fuente, Coahuila, cuando comenzaban las pláticas de los mayores. Elvia escuchaba atenta.

A su corta edad aquellas historias le maravillaban. La casa enclavada en medio del jardín botánico de don Gustavo olía a tortillas de harina recién hechas, rellenas con ate de membrillo y queso. La luna de vez en cuando se asomaba por entre las ramas del ahuehuete plantado a un costado de la acequia, muy cerca de la casa, para iluminar aquella tertulia parrense.

Una historia repasa Elvia con detenimiento. Aquella que le recordaba las aventuras en los libros de su padre. Esa que hablaba de un barco muy grande que se hundió hace mucho tiempo y del que don Gustavo platicaba con tanta familiaridad.

La noticia sobre el hundimiento del barco más grande de la historia a principios del siglo pasado no estuvo en las primeras planas de los periódicos de Coahuila, ni en las conversaciones de los adultos de la época, más preocupados por don Francisco I. Madero y el nuevo rumbo de la Revolución, que de los barcos que se hundían en el Atlántico.

Sólo en la casa de una familia parrense se supo del acontecimiento. Todavía no finalizaba abril de 1912 cuando don Rafael Aguirre y Jovita Benavides recibieron carta de su hijo Gustavo, desde Bremen, Alemania. En el sobre junto a las cartas de su hijo descubrieron un extraño mapa sobre el que había dibujado un barquito al centro de la ruta.

“Muy queridos papacitos: esta es la carta del trayecto que hice desde Galveston el día 6 de abril de 1912 para Bremen. Llegué el 21 del mismo mes. Ahí dice quién es el capitál del barco, las millas que se caminaban por día y el lugar donde dice ‘Titanic’ es donde estuvimos buscando a los que sucumbieron en tan terrible catástrofe”.

HUIR DE LA REVOLUCIÓN

Eran tiempos de convulsión en México. Los hijos mayores de don Rafael y doña Jovita, muy amigos de don Francisco I. Madero, se habían ido a “la bola” para derrocar a don Porfirio Díaz. Sin Luis y Eugenio Aguirre Benavides, en casa quedaba el muchacho menor, Gustavo, con estudios básicos, un inglés fluido y un alemán incipiente.

De aquellas conversaciones veraniegas en casa de don Gustavo, Elvia supo que don Gustavo nació en la casa grande frente a la plaza de armas de Parras, ahí donde hoy está la Escuela Normal, y que habitaron los Aguirre Benavides hasta que se fueron a vivir a Torreón por negocios de la familia.

Allá decidieron que el muchacho de tan sólo 15 años se iría a estudiar a Alemania la carrera de Ingeniería Industrial Eléctrica para cumplir el deseo de don Rafael, quien estaba entusiasmado con la novedad de la energía eléctrica, una novedad en aquel entonces, de la que auguraba un gran futuro sobre todo en los negocios familiares. Pero también querían alejarlo de la Revolución que estaba regando de sangre al país.

Salió el chico de Torreón rumbo a Galveston, en Texas, donde su padre ya le había comprado el boleto a Bremen, Alemania, y hasta le habían conseguido un acompañante mexicano, un muchacho mayor que él, de nombre Segundo Iturrios, conocido por su elocuente plática y amena compañía.


Gustavo Aguirre Benavides (centro) nació en Parras de la Fuente y creció en el edificio que hoy alberga la Escuela Normal Oficial Dora Madero.

El 6 de abril de 1912 subieron los dos únicos pasajeros mexicanos al barco alemán Frankfurt. Ambos con carácter afable y aventurero, comenzaron a pasear por todos lados hasta que se hicieron amigos de la tripulación.

Platica Elvia Morales, cronista de Parras, que don Gustavo decía haber visitado la cabina del capitán del barco todos los días desde que zarparon en Estados Unidos, hasta que llegaron a Bremen, conversando en inglés con aquellos alemanes a los que les pareció un jovencito muy simpático y atento.

DESEMPOLVANDO EL PASADO

Había pocos detalles en las pláticas de don Gustavo sobre su experiencia a bordo del buque Frankfurt. Sus historias se perdieron entre lo vivido después de su viaje y sus andanzas al volver a México. Muchos de los secretos atesorados entre sus libros salieron a la luz luego de su muerte.

Fue su hijo Eugenio Aguirre Aguirre, a finales de los años 90, quien desempolvó aquella carta que los abuelos recibieron en abril de 1912 y se la mostró al historiador Alejandro Rosas, quien acudió a Parras de la Fuente a entrevistar a los descendientes de su familia buscando historias sobre la revolución y don Francisco I. Madero, oriundo de aquel municipio.

Acababa de volver a ser noticia el Titanic al estrenar Hollywood una superproducción cinematográfica que recreó el hundimiento más famoso de la historia naval moderna, y todo lo que tuviera que ver con el legendario barco se volvió también noticia.

Para cuando se cumplió el primer siglo del hundimiento, en abril del 2012, ya se había divulgado la historia de un coahuilense en torno al Titanic en el libro Cartas Desde el Atlántico, de Alejandro Rosas. Fue hasta entonces cuando Elvia Morales, amiga de la familia, también se interesó en saber más detalles de las historias que don Gustavo les contaba cuando ella era niña.

Así conoció aquel documento que don Eugenio mostró al historiador, y que celosas guardan ahora sus hijas, nietas de don Gustavo: Patricia y Male-na Aguirre, quienes aún viven en Parras, donde el abuelo fue más conocido por sus estudios como botánico que por su historia en torno al Titanic.

SOS, ICEBERGS

La tripulación del Titanic no era la única que sabía del peligro que representaban los icebergs en aquella época del año. De acuerdo con la narración de Ricardo Rosas, todos los buques bordeaban las heladas montañas de hielo en su paso por el Atlántico. También el Frankfurt.


Un pasajero fotografió el iceberg contra el que se estrelló el Titanic.

Al Titanic le enviaron más de cinco mensajes telegráficos advirtiéndole sobre el peligro de iceberg entre el 12 y el 14 de abril. Todavía el día 14, cerca de las 11 de la noche, un barco francés les envió una advertencia más: “Estamos parados y rodeados por el hielo”.

Ninguna advertencia sirvió. A las 11:40 de la noche el lado de estribor del RMS Titanic chocó contra un iceberg y comenzó a hundirse. Mientras se iba perdiendo entre las heladas aguas del Atlántico y los pasajeros intentaban salvarse, fue enviado el SOS llamado de alerta internacional de auxilio a todo barco que se encontrara cerca.

El telegrafista del Frankfurt recibió la señal y el capital Hattorf decidió ir en su ayuda, ordenando enfilar hacia la posición 41°46’N, 50°14’W. Conforme el buque avanzaba al lugar donde las coordenadas le indicaban había sido la tragedia, en su paso aparecían icebergs de todo tamaño.

Era la madrugada del 15 de abril cuando supieron que sólo un barco había llegado ya a rescatar sobrevivientes. Era el Carpathia, que arribó al sitio del hundimiento a las 3:30 horas. Había pasado ya una hora con 10 minutos desde que el Titanic yacía en el fondo del océano y sus restos, junto con 710 personas sobre botes salvavidas, flotaban a la deriva.

Cuarenta minutos después de bordear hielo, cuerpos inertes y pedazos de barco, los tripulantes del Carpathia observaron a los primeros sobrevivientes y comenzó el rescate que se prolongó pasadas las 8:00 horas.

EN LOS OJOS DEL PARRENSE

El Frankfurt seguía navegando hacia el Titanic cuando Gustavo Aguirre Benavides abrió los ojos. Se levantó, tomó un baño, se abrigó bien y decidió salir rumbo a la cabina del capitán, sin esperar a su amigo Segundo, que seguía dormido.

Cuando llegó al puente de mando, Gustavo recibió la noticia. Desde la madrugada se había hundido el Titanic y acudían al llamado de auxilio, con la esperanza de encontrar sobrevivientes. Eran las 10 de la mañana cuando los vigías del Frankfurt vieron el primer iceberg. Disminuyeron la velocidad y continuaron avanzando.

De regreso a proa, Gustavo encontró a su amigo Segundo y le contó sobre el hundimiento. Ambos ya no se despegaron del barandal observando el océano. Casi eran las 11 de la mañana cuando el buque alemán alcanzó las últimas coordenadas que le envió el Titanic.

“Nada se percibe, ningún desecho sobre el agua, ningún ser humano, ¡Ningún bote! En el norte, hasta donde la vista alcanza, sólo hielo, extensos campos de hielo… Volvemos nuestra proa hacia el este, con dirección a los témpanos más grandes. ¡Quién sabe si allí esperan su salvación, pobres sobrevivientes, medio helados!”, escribió Gustavo Aguirre.

Conforme avanzaba, la presencia de grandes masas de hielo le hacía perder la esperanza de ver a algún sobreviviente a quien ayudar. A lo lejos una formación alargada le llamaba la atención. No estaba fija, se movía de forma distinta a la de los icebergs que había visto. Parecía más una larga plancha de hielo que se movía con el vaivén del agua.

Conforme se acercaban a aquella masa, Gustavo observaba fijamente hasta que el barco comenzó a girar para bordearla. Cuando ya estuvieron lo suficientemente cerca, el horror y la tristeza se apoderó de los pasajeros del Frankfurt.

Aquella masa blanca eran decenas de cadáveres humanos flotando todavía con sus chalecos salvavidas puestos. Cuerpos teñidos de azul al ser congelados por las bajas temperaturas del océano, y que se quedaron flotando en espera de ser rescatados por uno de los 20 botes salvavidas del Titanic que vieron perderse en la oscuridad, pero ya no regresaron.

Gustavo observó en silencio aquella escena y le quedaron grabados tres cuerpos en particular. Ni el golpeteo de pedazos de madera, sillas, puertas o cajas restos del hundimiento que se estrellaban contra el buque lo desconcentraron de aquel trance que más tarde describiría en una carta dirigida a sus padres.

Corrió Gustavo a ver a su amigo el capitán Hattorf para preguntarle si rescatarían los cadáveres. Le contestó que no, el buque no estaba preparado para conservar cuerpos en descomposición durante los nueve días restantes de viaje hacia Alemania.

Conforme se fue alejando el barco, los cuerpos flotantes se perdieron en el horizonte; mientras, el joven parrense subía nuevamente al puente de mando para observar al capitán hacer los últimos cálculos en un mapa de navegación y dar instrucciones para continuar hacia Bremen.

LA CARTA

Platica la maestra Elvia, cronista de Parras, que el barco alemán llegó a puerto el 24 de abril. Pero antes de bajar Gustavo de él, lo alcanzó el capitán para hacerle un obsequio. Lo que recibió el coahuilense fue la carta de navegación usada por el Frankfurt, indicando todas las coordenadas, rutas y rumbo que había seguido desde que salió de Galveston.

El mapa contenía casi al centro un dibujo pequeño de un buque con la inscripción ‘Titanic’ indicando el lugar donde se hundió el trasatlántico y la tumba de mil 513 personas, entre ellas, los cuerpos que Gustavo observó flotar a la deriva.

Fue esa carta de navegación la que el coahuilense envió a sus padres para contarles sobre lo sucedido durante la travesía. Así la noticia del hundimiento del Titanic llegó a Coahuila, donde su madre, doña Jovita, se había estado quejando de lo parco que había sido su hijo en las anteriores comunicaciones.

Alguna impresión le debió causar aquella carta a doña Jovita y a don Rafael, que guardaron el documento dentro de un libro, y ahí permaneció por años, hasta que, luego de que murieron, la carta regresó a manos de Gustavo, quien tampoco tuvo ningún interés de darla a conocer a la opinión pública.

“Don Gustavo era un hombre muy sencillo, no alardeaba, no creo que haya considerado dar más importancia a aquello más que como una anécdota de su vida, que pienso yo, él creía que no debía importarle a nadie más que a quienes nos sentábamos a escucharlo platicar esas historias”, comenta la profesora Elvia.

Esa carta y otros documentos importantes de don Gustavo pasaron a manos de su hijo Eugenio Aguirre Aguirre, quien hizo pública la historia de su padre en 1999. Ahora quienes conservan aquellos escritos son sus hijas Malena y Patricia, quienes todavía viven en Parras de la Fuente.

LO ENVUELVE LA GUERRA

Pero ahí no terminaron las aventuras de don Gustavo. Estudiando en Alemania le tocó vivir el inicio de la Primera Guerra Mundial. El conflicto lo hizo huir de Berlín sin un peso en la bolsa, porque toda comunicación con el continente americano se obstruyó y su padre no pudo enviarle más dinero para su manutención.

“Seguramente su carácter lo ayudó a salir adelante: se ganaba el cariño que de quien fuera. Lo que hace es arreglar para subir a un barco que viniera para América, pero como no tenía dinero, se contrató como fogonero, y así pagó su trasporte a los Estados Unidos”, platica la cronista Elvia.

Al llegar al puerto de Nueva York, el joven mexicano fue detenido por las autoridades de migración al no contar con papelería, y aunque alegó estar huyendo de la guerra en Europa, fue detenido durante horas por las autoridades estaduunidenses.

Por fortuna, en aquel entonces el cónsul de México en Nueva York era Salvador Madero, hijo de don Evaristo Madero, era amigo de la familia Aguirre. De alguna manera Gustavo se pudo comunicar con don Rafael y este último con Salvador, quien abogó para que Gustavo saliera libre.

El muchacho delgado, oscuro del hollín que desprendía el carbón con el que trabajó, exhausto y mal comido, encontró asilo en la casa del cónsul durante su estancia, mientras le arreglaba su papelería y preparaba el viaje de regreso a México. Gustavo regresó a Parras un tiempo, pero se volvió a ir para terminar su carrera de ingeniero en Estados Unidos.

Cuando se graduó, volvió a Parras y se hizo cargo del negocio familiar para el que su padre lo mandó a estudiar. En 1919 se hizo cargo de la Compañía de Luz y Fuerza Motriz, S.A., que le daba electricidad a Parras, logrando importantes mejoras en las dos plantas hidroeléctricas, la del Estanque de La Luz y la del antiguo Molino del Pueblo.


Hogar de Gustavo Aguirre en Parras de la Fuente tras regresar de Europa.

LÁGRIMAS DE CORTÉS

Pero había una pasión oculta en Gustavo, la de la botánica. La había practicado en Alemania, donde acudía a un jardín botánico para empaparse de aquellos conocimientos sobre plantas. Pero para él primero estaba la obediencia a su padre, y por eso terminó los estudios que don Rafael le indicó. Así que cuando volvió a México, comenzó a estudiar por su cuenta esta disciplina.

Luego de casarse, decidió irse a vivir con su familia a la Ciudad de México, donde se empleó como maestro, mientras seguía acrecentando sus conocimientos como botánico, hasta ser reconocido miembro de la Sociedad Botánica de México y de la Sociedad de Ciencias Naturales.

Estando en la Ciudad de México le toca vivir otra aventura. Un miércoles 10 de enero de 1980 se enteró de que en un acto vandálico, algunas personas habían rociado gasolina sobre el llamado Árbol de la Noche Triste, ubicado en Popotla.


Ahuehute que creció de una rama del conocido Árbol de la Noche Triste.

Aquel frondoso ahuehuete era considerado un monumento nacional viviente, cuya importancia estaba en que, según los historiadores, sobre ese árbol lloró Hernán Cortés en julio de 1520, cuando fue derrotado por los guerreros que defendían la Gran Tenochtitlán.

Don Gustavo no podía creer que un árbol tan imponente e importante histórica y botánicamente se estuviera consumiendo por las llamas. Decidió acercarse a tomar una ramita todavía viva del árbol y la trasplantó.

Después, al darse cuenta que brotaba, llevó el ahuehuete a su casa en Parras de la Fuente y ahí lo plantó, junto a la acequia y frente al jardín botánico que desarrolló por año. El árbol echó raíces en suelo párrense y se convirtió en el orgullo de don Gustavo. Mientras que en la Ciudad de México, no pudieron salvar la vida al ahuehuete original y actualmente quedan un tronco seco tras una placa conmemorativa y unas rejas de metal.

En cambio, el ahuehuete de don Gustavo todavía existe. De imponente altura y con poco más de 5 metros de diámetro en el tronco, la única rama viva del Árbol de la Noche Triste sobre el que lloró Cortés sigue viva en Parras de la Fuente.

“Se podría decir que tenemos en Parras las últimas gotas de las lágrimas del conquistador Hernán Cortez, gracias a don Gustavo Aguirre Benavides”, dice orgullosa la cronista Elvia Morales, quien cuenta que volvió don Gustavo a Parras ya siendo un hombre maduro, admirado y reconocido, para ser elegido presidente municipal por un trienio y luego ocupar el cargo de diputado local.

Por eso una secundaria, un kínder y varias calles de Coahuila llevan su nombre, pero también con su nombre fueron bautizadas algunas cactáceas que fueron descubiertas y clasificadas gracias a su trabajo científico.


Don Gustavo Aguirre fue un apasionado de la botánica.

Más aportes importantes a la botánica hizo don Gustavo antes de morir en la Ciudad de México, un 14 de abril de 1982, fecha en la que se conmemoraba el 70 aniversario del hundimiento del RMS Titanic.

El viernes pasado se cumplieron 35 años de su muerte y 105 desde que le tocó ver flotar, en las aguas del Atlántico, los cuerpos congelados de una parte de las mil 513 víctimas de una de las peores tragedias en la historia de la humanidad.

MEXICANO EN EL TITANIC

Hay sólo dos mexicanos ligados al Titanic. El coahuilense Gustavo Aguirre Benavides, quien observó desde un buque alemán los cuerpos de las víctimas flotar, y Manuel Uruchurtu Ramírez, originario de Hermosillo, Sonora, quien murió en el hundimiento.

Uruchurtu Ramírez era un político y diputado porfirista que se exilió en Europa al triunfar la revolución maderista. En marzo de 1912 compró un boleto para viajar el 10 de abril en el trasatlántico París, de Cherburgo, Francia, al puerto de Veracruz, en México.

A principios de abril Manuel llegó a París y se reunió con Guillermo Obregón, yerno de Ramón Corral, presidente de la Gran Comisión de la Cámara de Diputados. Para ese momento, Guillermo había comprado ya un boleto en primera clase para abordar el viaje inaugural del RMS Titanic.

Por alguna razón que no explica la historia, Guillermo cambió de opinión respecto a su viaje y decidió intercambiar lugar con Uruchurtu, de esta manera, el sonorense le entregó su pase, y en consecuencia él recibió el boleto No. PC 17601.

Manuel envió a su familia en Hermosillo una postal con la foto del Titanic, avisándoles que viajaría en el más grande y lujoso barco de aquella época. La postal está fechada el miércoles 10 de abril de 1912, antes de abordar el Titanic.

Existen algunas historias en torno a un supuesto acto heroico del mexicano, a quien sus descendientes le atribuyen haber llegado hasta un bote salvavidas, pero que debido a su caballerosidad cedió su lugar a una dama inglesa de nombre Elizabeth Ramell-Nye. Pero algunos escritores mexicanos, entre ellos Guadalupe Loaeza, dudan de la veracidad del hecho.

De lo que sí no dudan es de que Uruchurtu si abordó el Titanic y que no aparece en las listas ni de los que fueron salvados, ni de los cuerpos rescatados. Ni siquiera aparece su nombre en las listas oficiales porque el boleto fue comprado con otro nombre. Se sabe que murió en el Titanic por el testimonio de quien le intercambió el boleto, quien sí vivió para contarlo.

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