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¡PIEDRAS NEGRAS NO HA MUERTO!

Por Orquídea López Allec

Publicado el miércoles, 28 de junio del 2017 a las 09:00


Tras sonar la alarma de Bomberos, cientos de personas pudieron haber salido...

Piedras Negras, Coah.- Tras sonar la alarma de Bomberos, cientos de personas pudieron haber salido, pero muchas no lo hicieron, la gran mayoría se resistió, porque se creyeron seguros en sus casas, además de cuidar sus bienes.

Fueron muchas las familias que se quedaron en la ciudad y fueron ellas las que sufrieron una noche de horror, relata el profesor Manuel Humberto Faz Villarreal, al describir a detalle lo que sucedió ese fatídico 28 de junio de 1954 en Piedras Negras.

“El agua subía inexorablemente hacia donde ellos se encontraban refugiados y al escuchar los gritos pidiendo socorro, de quienes estaban en peores condiciones, el llanto de los niños, el ruido característico del derrumbe de viviendas que no resistían la fuerza de la corriente y después el silencio más absoluto que les encogía el corazón y que les hacía temer por su próximo fin”.

Es parte del relato que después de 63 años de la gran inundación, del profesor quien ese entonces era periodista del diario La Voz del Bravo y que hiciera luego de que se publicara el artículo del señor Dennegri en la Revista de Revistas, en la que aludía que Piedras Negras había quedado sepultada bajo el agua.

Esto lo motivó a que en la primera edición que pudo sacarse después de la inundación, publicó un artículo a ocho columnas titulado “Mienten, Piedras Negras no ha muerto”, con el cual mucha gente se motivó a luchar para levantar sus casas de entre los escombros y seguir avante.

El profesor Faz Villarreal explica en su crónica, cómo una tromba que cayó cerca de Ojinaga, Chihuahua, además de torrenciales aguaceros en Uvalde, La Pryor, Texas, así como en las lomas rocallosas en el área de los ríos Pecos y Diablo, como consecuencia del huracán Alicia, fueron las causas de una catástrofe sin precedentes en Ciudad Acuña, Jiménez, El Moral, Piedras Negras, Coahuila, Eagle Pass, Texas, Laredo, Texas y Nuevo Laredo, Tamaulipas.

Nadie lo imaginaba
Desde el sábado anterior, las autoridades norteamericanas de Eagle Pass, Texas, comunicaron a los mexicanos de Piedras Negras que el río Bravo traería un volumen excepcional de agua que pondría en peligro la vida de las ciudades afectadas.

Precisa que entonces el presidente municipal de Piedras Negras, Rolando González, con cierto recelo y motivado por el deseo de no causar un pánico en la población, empezó a tomar medidas precautorias, ordenando se salieran las personas que habitaban los barrios bajos de la ciudad, como las vegas del río, El Pocito y la colonia Bravo.

“El domingo, la alarma subió de punto. Las autoridades por medio de camionetas con magna voces y por las estaciones de radio, estuvieron urgiendo a los vecinos para que se salieran de la ciudad y se remontaran a las lomas que se encuentran entre Piedras Negras y Villa de Fuente”, indica.

Nadie hacía caso a las autoridades que trataban de reforzar los bordos de la defensa que se encontraban debilitados por los largos años de incuria oficial, por el tránsito de vehículos o por los agujeros de tuzas y otros animales.

Algunos habitantes del centro de la ciudad, detalla que alrededor del mediodía, empezaron a sacar sus muebles a los lugares más altos; pero en general la población se negaba a aceptar que sus vidas y sus bienes estuvieran en peligro.

Era la tarde-noche del domingo 27 de junio y aunque la zozobra aumentó al ver que el río subía su nivel, era un verdadero día de fiesta, pues ni el acostumbrado paseo en la plaza, ni los espectáculos públicos se suspendieron.

Algunas personas acudieron al río Bravo, empezaron a recorrer sus márgenes, algunos muchachos desafiaban entonces la impetuosa corriente del afluente que ya llevaba muebles, troncos de árboles, animales, tratando de rescatarlos.

“Muchos permanecimos en las cercanías de las garitas del puente”.

Muy ajenos, se encontraban esa noche del domingo 27 de junio, que ya la tragedia se desarrollaba en algunos lugares del suelo norteamericano, en Ozona cuya población había desaparecido bajo el turbión de las enfurecidas aguas y en Langtry, quedaba embotellado el tren de pasajeros del Subpacìfico.

Alrededor de las 4:00 de la madrugada, Manuel Humberto, precisa que quienes tenían sus domicilios por la calle Zaragoza, fueron despertados por varios disparos de arma de fuego, señal con la que se acostumbraba a dar la alarma, por cualquier cosa.

“Esto nos obligó a levantarnos y al salir a la calle pudimos darnos cuenta de que ya varias familias se encontraban expectantes a las puertas de sus casas.

Con el temor retratado en sus rostros”, describe.

“Como lo único que ocupaba nuestro pensamiento era el río, hacia allá nos dirigimos y con aprensión nos dimos cuenta de que este había aumentado notablemente su caudal y estaba por llegar al piso de los puentes”, añade.

En las primeras horas de ese 28 de junio, el periodista avisó a algunos familiares y a quienes podía, por donde pasaba, sobre el inminente peligro que se cernía sobre los habitantes de Piedras Negras.

Al llegar a la garita del Puente Urbano Internacional, se encontró al presidente municipal, Rolando González quien hacia recorrido junto con el inspector de la Policía, Roberto Cantú y el primer regidor Celso Castañeda y se unió a ellos como periodista.

Rememora cómo el inminente peligro despertó la solidaridad del pueblo y los habitantes ponían sus vehículos al servicio de la ciudad, especialmente la Unión de Cargadores y Estibadores de la Aduana.

“Los ferrocarrileros formaron un largo convoy con los carros de caja vacía y góndolas que se encontraban en los patios, para desalojar oportunamente a todas las familias que quisieran salirse hacia las partes altas, como efectivamente lo hicieron después, haciendo varios viajes, hasta que ya las aguas impidieron el regreso del convoy”, indica.

“En la calle de Abasolo, esquina con Zaragoza, frente a la Inspección de Policía, se concentraron casi la totalidad de los camiones de carga, y por las camionetas con magna voces se hizo saber al pueblo que estaban listos para desalojar a quien lo pidiera, inclusive con sus muebles”, añade.

El periodista hace referencia que las fuerzas federales custodiaban los puentes para no dejar pasar a los curiosos, en previsión de una catástrofe, igual a la que narra Vasconcelos en su Ulises Criollo, en la que centenares de curiosos nigropetenses murieron trágicamente al arrastrar el torrente uno o dos tramos del puente en que se encontraban.

Un refugio para
la vida
La avenida Progreso, se convertía entonces en un refugio, el periodista pudo observarlo, luego de visitar a su familia que se resguardaba en casa de su cuñado Benjamín Chuck.

Eran aproximadamente las 14:00 horas cuando el agua del Bravo había empezado a brincar el puente Urbano y amenazaba con derramarse sobre la ciudad.

Acompañado de Pedro Faz, regresó a su casa, sacó provisiones y aseguró las puertas para evitar que salieran flotando los muebles, para dirigirse a la oficina de Telégrafos para recoger a la esposa e hijos del jefe de esa dependencia, Arturo Rodríguez Faz, pues él se negaba a abandonar su puesto.

“Al pasar por la calle de Hidalgo, frente al Casino Nacional, me di cuenta de que un avión norteamericano de propulsión a chorro pasaba a baja altura sobre el puente internacional y a continuación oí una explosión apagada que levantó infinidad de fragmentos al cielo”.

Relata que con precisión matemática, fue volado la parte del puente que pertenece a Eagle Pass, Texas, ya que había acumulado entre sus pilares una gran cantidad de ramazón, que lo hacía peligrar.

“Muchos de los mirones que aún permanecían en las orillas del río, al oír la explosión y ver desaparecer la estructura del puente se llenaron de pánico y a carrera desenfrenada se dirigían hacia el poniente de la ciudad posiblemente para sus casas o, quizá para ponerse a salvo en las lomas cercanas”, apunta.

“Pedro recogió a su familia en la calle de Juárez y tratamos de sacar de la Telefónica a la señorita Margarita Chuck García, pero esta se negó a salir, manifestando que no podía abandonar el servicio hasta las 5:00 de la tarde”, agrega.

El caos
Al transitar por la calle Morelos y al llegar a Allende, que es la de la salida de la ciudad, pudieron ver que el caos comenzaba, centenares de conductores trataban de poner sus vehículos a salvo.

El periodista y el señor Pedro, subieron a la familia Perea en la calle Allende, con gran escándalo e impaciencia de los que venían detrás de ellos y que era oportunidad para quienes huían a pie de subirse a su vehículo.

“A partir de allí fue la nuestra una carrera desenfrenada, loca, aguijoneados por el pensamiento de que si se había roto el bordo, las aguas que éste había estado represando por el norte, en la Laguna de los García, se derramarían incontenibles sobre la calzada Emilio Carranza y las colonias Roma y González, por donde forzosamente tendríamos que pasar para ganar las alturas próximas”, detalla.

Al llegar a la avenida Emilio Carranza, Manuel Humberto, aprovechó para sacar fotografías.

La población fue advertida a las 17:00 horas mediante cinco toques con la sirena de Bomberos, que abandonaran la ciudad y Pedro, relata que aín tuvo tiempo de regresar y trajo a Margarita Chuck y otras personas a salvo.

Un incendio llamó la atención a las 20:00 horas, luego supieron que era el Garaje Bress en donde se había derramado sobre el agua un tanque de gasolina y prendió fuego, tornándose en un mar de llamas, poniendo en peligro a muchos que salían del lugar con el agua ya en la cintura.

Esa noche, gritos de socorro se escucharon, el llanto de niños, el ruido de viviendas que se vencían ante la fuerza de la corriente y luego, relata, que el silencio más absoluto les encogió el corazón al temor su final.

La casa de don Refugio Montemayor que nunca había sufrido una inundación, quedó invadida por el agua y su familia tuvo que salir con el agua a la cintura.

Cientos de personas se refugiaron en una loma, pero el periodista, sus familiares, amigos y quienes habían rescatado, no pudieron hacerlo, porque los automóviles se quedaron sin gasolina.

“Sólo quedaba carburante para un viaje y se resolvió esperar, tanto más que a mi hijo Rubén de 7 años, lo habíamos sacado de la ciudad con una fiebre muy alta”, comparte.

Toda la noche la pasaron en vela, vigilando la subida del agua, que ya tenían a escasos cien metros.

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