Nacional
Por Agencias
Publicado el viernes, 9 de junio del 2017 a las 16:24
Letra Roja | Ciudad de México.- “La soledad de la habitación remite al vacío aunque todas sus cosas están ahí, en el mismo lugar, igual que las dejó aquel día antes de salir. Las causas no importan, lo importante es que su ausencia me ha provocado una gran desesperación porque mi hijo ya no está más conmigo.”
Lo anterior son las sensaciones que cualquier madre o padre puede experimentar ante la muerte de un hijo.
Es bien sabido que el hombre o mujer que pierde a su pareja se le denomina como viudo o viuda, al hijo que pierde a alguno de sus padres, se le llama huérfano, pero el vacío que deja un hijo es tan grande, que alcanza hasta al lenguaje, pues no existe una palabra para referirse a los padres que llegan a perder a su hijo.
La escritora colombiana Bella Ventura desarrollo un término para aludir a los padres que pierden a su hijo, los nombró como “Alma mocha”, frase que transmite la idea de que el alma queda rota o quizás que sufre una amputación.
Ahora bien, ¿de dónde provienen las emociones que provocan la muerte de un hijo?, ¿por qué cuesta tanto trabajo superar el duelo por el hijo muerto?, ¿por qué duele tanto?
Una de las principales razones está en relación con lo que el hijo resulta ser —y no puede ser de otra manera—-, un “objeto narcisista”, es decir; los padres ven en los hijos a su imagen y semejanza, sangre de su sangre.
El saberse padres y contemplar al hijo, es probable que se produzca la misma sensación de éxtasis, amor y satisfacción que sentía Narciso al contemplarse en el riachuelo.
Para los padres el hijo es portador de todo lo que el padre es, —-inteligente, trabajador—-, y también de todo lo que no es pero lo hubiera gustado ser —-profesionista, exitoso——, para el padre, incluso es portador de su nombre —en algunos casos el nombre de pila y en todos, los apellidos—-, es garante de la continuidad generacional.
Por todo lo que un hijo representa para un padre es que su muerte es vivida con una gran angustia de desintegración, pues una gran parte de su ser deja de existir. Por otra parte, el sentimiento de culpa surge de manera inmediata ante la muerte de un descendiente; los padres suelen sentirse responsables por lo qué hicieron o no hicieron, con la supuesta idea de haber podido evitar esa muerte.
Por el sentimiento de culpa es que el duelo por la muerte de un hijo se puede prolongar por largo tiempo incluso hasta volverse patológico, como si el dolor y el sufrimiento mantuviera vivo el recuerdo del hijo
El nacimiento de un retoño convierte a cualquier sujeto hombre o mujer en padres, quien desde ese momento sabe que va a dejar de serlo hasta su propia muerte; pero si la línea de la vida se ve interrumpida por la muerte del hijo, resulta antinatural, es contradecir la ley natural de la vida.
¿Será posible prepararse para contradecir la ley natural según la cual un hijo entierra a su padre, pero no un padre a su hijo?
Por todo lo anterior expuesto en líneas arriba es claro que no, que la muerte de un hijo es la amputación del alma.
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