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Seis aterradoras historias de brujas

Por Néstor Jiménez

Publicado el martes, 31 de octubre del 2017 a las 10:00


Son leyendas que han pasado de boca en boca, y ciertas o no, todavía erizan la piel de quien las escucha.

Monclova, Coah.- Cuando el tío Mario llegaba de visita a la casa a mediados de la década de los ochentas, con gusto, junto a mis hermanos y primos esperábamos las historias que tenía para contar. Eran la mayoría leyendas que escuchó de boca en boca a sus familiares, amigos y conocidos.

Narraciones que infundían miedo y hacían que nuestra mente imaginara cada uno de los incidentes que escuchábamos mientras que los escalofríos recorrían hasta la médula. El tío era una persona fornida, alto, curtido en sus años mozos en el campo y posteriormente en Altos Hornos de México, donde laboró en el departamento Ladrillo Refractario.

Nació un 4 de junio de 1940 y en muchas ocasiones nos paseó en su camioneta Ford modelo 1966 color rojo, recorriendo el monte cuando aún no existía el Libramiento Carlos Salinas de Gortari.

Siempre llevaba en su cabeza el casco de seguridad con el cual escondía su calvicie; finalmente llegaba el momento cuando caía la tarde: tenía la facilidad para describir las increíbles anécdotas que le compartían o que aseguraba fue testigo mientras su mujer Margarita (Mague) Jiménez platicaba con mis padres. Sus leyendas eran recordadas principalmente la noche de brujas, quien las escuchó de su boca nunca las olvidaría. Desgraciadamente jamás volvería a relatar algo…murió el pasado 23 de marzo pero sus narraciones perduran y aún tengo el recuerdo vívido de cómo se acomodaba el casco e iniciaba con el clásico “Hace mucho tiempo…” Y en recuerdo de Mario Barboza Quiroz, a quien siempre le apasionó el tema, disfrutemos de seis extrañas historias de brujas para leerse pero…¡acompañado!

CUANDO CONSTRUÍAN MERCO CARRANZA…

Allá en la década de los setentas en Monclova estaba en construcción el hoy extinto y prestigiado centro comercial Merco Carranza donde uno de los trabajadores, Arnulfo Barboza Sifuentes, a mediodía se trasladaba desde Ciudad Frontera para iniciar su jornada.

Estaba asignado al desyerbe del terreno donde se edificaría el negocio. Era una gran extensión de tierra repleta de matorrales y mezquites así como huizaches. Ya entrada la madrugada regresaba a su casa en la colonia Occidental. Fue un viernes cerca de las 20:00 horas cuando escuchó unos extraños gruñidos, como si un animal estuviera herido, detrás de unos montones de tierra.

Curioso, Arnulfo se armó de valor no sin antes tomar un garrote para asomarse a ver de qué se trataba; lo que observó lo espantó, se trataba de un gran animal, emplumado, similar a un guajolote pero de un tamaño descomunal y con ojos rojos.

Temiendo lo peor alzó el garrote y se dispuso a matar a aquel ente, sin embargo casi se desmaya al escuchar que el animal le habló.

“No me mates, me dispararon con un rifle en el ala cuando volaba, préstame tu pañuelo para vendarme”.

El trabajador prestó la prenda y el misterioso pajarraco le prometió: “No tengas miedo, no te voy a hacer daño ni te lo haré mientras viva, ni a ti ni a tu familia, si es que la tienes”. Acto seguido emprendió el vuelo.

Así pasó el tiempo y cierta madrugada miró con sorpresa a una vecina con un brazo vendado. Al llegar su esposa Juanita, le preguntó: “¿Qué le pasó a doña Paulina, vieja?, trae vendado un brazo”.

“¡Qué te cuento viejo!” dijo la esposa “Allá por donde trabajas le dieron un balazo cuando regresaba de ver a un familiar enfermo”. Lo que escuchó Arnulfo le heló la sangre pero hizo de tripas corazón y al amanecer visitó a doña Paulina, quien al ser cuestionada le narró su verdad y más aún, le entregó aquel pañuelo que él le había prestado para cubrir su herida y le agradeció a su vecino.

LA LARGUIRUCHA Y LA ENANA

Víctor era un obrero de maquiladora que todos los días salía de su casa en la colonia California en Castaños rumbo a la planta en la Avenida Sidermex, al Sur de Monclova. A pesar de que amaba a su novia, la madre de esta no lo quería ni en pintura.

La chica le daba ánimos para ignorar el plan hostil de su madre y cierta noche que platicaba con su amigo Pedro, frente a su casa, sobre los desaires y malas caras de su suegra, algo les llamó la atención.

Era la 1:00 de la mañana e hicieron a un lado el cartón de cerveza que consumían para ver cómo dos mujeres vestidas de negro, una sumamente alta y la otra chaparra, bajaban de un flamante auto.

Mientras la diminuta hacía un pocito cerca del medidor de la luz de la casa de Víctor la otra sacaba de entre sus ropas un frasco y ambas lo enterraron, pero al verse descubiertas subieron al coche y huyeron. Víctor y Pedro no pudieron alcanzarlas en la camioneta y regresaron.

El pocito lo taparon con tierra y sal y al abrir el frasco estaba un mono de cera con la fotografía del empleado de la Hanes “hirviendo” de alfileres, que no dudó en ir con una señora que sabía de brujería.

Tras una serie de limpias y curaciones le quitó el mal que le hicieron, incluso le reveló que quien lo dañó fue su suegra.

Hoy en día Víctor está casado con su novia, su suegra ya es anciana y como si se le hubiera regresado el mal por designio divino, está tullida y confinada a una silla de ruedas.

LO TENÍAN ‘EMPLAZADO’

Alveza vivía junto con su marido José Ángel y sus hijos en un amplio terreno del municipio de Ocampo, donde sembraban todo tipo de árboles frutales. Además tenían gallinas y otros animalitos, a mediación de terreno estaba una mesa hecha de madera al pie de una gran y vetusta palma. Con todos se llevaban bien, y una comadre los frecuentaba para platicar.

Sucedió que don José comenzó a enfermar inexplicablemente y tras llevarlo con doctores no encontraban una explicación, ya que para ellos estaba sano.

Juana, su comadre, todos los días al mediodía llevaba un platón con comida, regularmente era sopa, albóndigas o caldo.

“Ándele comadre, déle para que se recupere” decía, y luego platicaban de cosas triviales. Por las noches escuchaban cómo lechuzas se paraban en un tejabán, y de acuerdo a la narración los pajarracos parecían burlarse.

Alveza sospechó de algún “mal” y eso se lo corroboró una señora que hacía “trabajos” revelándole con espanto que don José Ángel estaba “emplazado” (término que en brujería significa que ya estaba marcado el día de su fallecimiento).

Lo barrió con pirul y un huevo que al quebrarlo su interior salió negro y nauseabundo. La bruja buena lo lanzó al monte y les aseguró que era alguien muy cercano el que lo estaba dañando.

A la mañana siguiente llegó la comadre con el plato de sopa y don José le pidió que lo pusiera en la mesita junto a la palma, pues no estaba Alveza. Al regresar, ésta iba a recoger el plato pero en lugar de sopa había cucarachas y lombrices.

La familia quemó la mesa, el plato y la palma y decidieron radicar en Monclova para dejar atrás todo ese asunto. Nunca buscaron represalias contra la malvada comadre.

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