19 Junio 2018 04:00:00
Querido Jazi
QUERIDA ANA:
Quisiera ver si le interesara publicar en su apreciada columna lo que leí hace años en un periódico, cuando era aún bastante joven y que me sirvió desde entonces a lo largo de mi vida. Ahora tengo 81 años y no sabe cuánto me fue útil conocer esto. Espero que encuentre con algún valor estas observaciones y si piensa que son buenas para sus lectores, decida publicarlas. Y quiero decirle que le agradezco el haberse esmerado tanto en su trabajo con el paso de los años.
JAZI
QUERIDO JAZI:
Por supuesto que publico sus aprendizajes a lo largo de su existencia. Este espléndido plan de vida es el detalle de una vida bien vivida y estoy segura de que mis lectores van a aprender de él. Gracias a usted y deseo que Dios le siga dando muchos años más de vida para futuras aportaciones. Aquí está:
ANA
VIVE Y APRENDE:
A los 18 años aprendí que las madres siempre saben qué es lo mejor para sus hijos, y a veces los padres también.
A los 20 años aprendí que el delito no paga, aun si está bien hecho.
A los 25 años aprendí que un nuevo bebé evita que la madre tenga un tranquilo día de ocho horas, y un padre tenga una noche de ocho horas de sueño.
A los 30 años aprendí que la fuerza es el encanto de un hombre y el encanto es la fuerza de una mujer.
A los 35 años aprendí que el futuro no es lo que heredas, sino lo que produces.
A los 40 años aprendí que el secreto de vivir feliz es no hacer lo que te gusta, sino que te guste lo que haces.
A los 45 años aprendí que la vida es 10 por ciento lo que te sucede a ti y el 90 por ciento como reaccionas a ello.
A los 50 años aprendí que un perro es el mejor amigo del hombre y el dogma de un hombre puede ser su peor enemigo.
A los 55 años aprendí que las decisiones pequeñas deben ser tomadas por la cabeza y las decisiones grandes por el corazón.
A los 60 años aprendí que puedes dar sin amar, pero nunca puedes amar sin dar.
A los 65 años aprendí que para gozar de una larga vida, uno debe comer lo que quiere después de haber comido lo que debe.
A los 70 años aprendí que la vida no es cuestión de tener las cartas buenas, sino también jugar una mala mano.
A los 75 años aprendí que mientras pienses que estás verde, continuarás creciendo, y tan pronto pienses que estás maduro, estás podrido.
A los 80 años aprendí que amar y ser amado es la mayor alegría del mundo.
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