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Los enigmas de la Zona del Silencio; los fenómenos sin exlicación aparente

Por Edith Mendoza

Publicado el sábado, 25 de julio del 2009 a las 14:00


Leonor tenía 14 años cuando cayó el cono del cohete Athena. La gran bola de fuego que observaron desde lo lejos

Saltillo, Coah.- Leonor tenía 14 años cuando cayó el cono del cohete Athena. La gran bola de fuego que observaron desde lo lejos al volver de un baile en una ranchería cercana al ejido la Flor en Durango, les hizo pensar en la llegada de los jinetes del apocalipsis descrito en la Biblia, pero se trataba del hecho que pondría sobre el mapa la llamada Zona del Silencio.

Un par de años atrás ya se escuchaban algunos rumores. Pero fue durante la década de los 70 cuando Harry de la Peña llegó a Ceballos, un pequeño pueblo localizado a unos 150 kilómetros de Torreón, Coahuila.

Estaba buscando petróleo cuando se percató de anormalidades en las frecuencias en una región aledaña y nunca imaginó lo que encontraría.

A raíz del percance, del cual ya han transcurrido unos 40 años, muchas personas llegan al sitio en la búsqueda de situaciones paranormales, fenómenos mitológicos y científicos que se ven cuando se quieren ver, y aunque ha sido protagonista de muchas experiencias “raras”, Leo, como le dicen de cariño, nunca ha visto un ovni o algo que se le parezca. Hace largas caminatas por las veredas, buscando “estrellas”.

LARGO TRAYECTO HACIA LO ENIGMATICO

Desde Saltillo, son poco menos de 5 horas de viaje entre carreteras, autopistas y terracería. Aunque sólo éramos tres personas; el fotógrafo, el biólogo y la reportera, el equipaje y los víveres, hacían suponer que serían varios días lo que acamparíamos en el desierto. Partimos un par de horas antes de la salida del sol.

Pasando Torreón está Lerdo, una ciudad del norte de Durango, por donde hay que pasar para llegar a Bermejillo. El polvo y la alta temperatura, cada vez es más evidente.

Ceballos es un pequeño pueblo de Mapimí, aún en la Comarca Lagunera. Junto a la iglesia de la avenida principal se encuentra el letrero que indica la dirección hacia la Zona del Silencio. Un largo y sinuoso camino en línea recta mal pavimentado.

Colosales columnas de polvo levantadas por el viento y algunas pequeñas comunidades tan abandonadas que dan la impresión de ser pueblos fantasmas anuncian la proximidad hacia la Zona del Silencio.

Es un lugar de tal magnetismo que ha jalado la mirada de propios y extraños, basado en ciertos fenómenos dejando de lado la importancia biológica de la región.

El ejido La Flor es la primera comunidad en este trayecto. La bienvenida corre a cargo de un centro de atención a visitantes, que se encuentra en un edificio construido al estilo de los tiempos de la Revolución, a unos 100 metros de las cinco o seis viviendas.

La puerta no tenía llave y no hubo problema para entrar, por lo menos a una sala donde se exponen piezas que han sido encontradas en la totalidad de la reserva de la biósfera que supera por mucho los límites de la Zona del Silencio. El lugar no es muy frecuentado, algunas telarañas lo evidencian.

Luego de observar detenidamente la muestra, ya afuera del edificio, se aproximó hacia nosotros un desaliñado hombre de complexión mediana.

Se trataba de Rodolfo, quien forma parte del programa de protección del sitio, a cargo de la Comisión Nacional de Áreas Protegidas (CONANP), y quien indicó el procedimiento.

Julia ya nos esperaba en la casa que comparte con sus suegros, su esposo y sus dos hijos. El recibimiento de toda la familia fue como si nos conocieran de hace años. Incluso nos invitaron a su mesa, donde intercambiamos alimentos y experiencias. Ya en la noche fuimos sorprendidos con tortillas de harina cocidas con una plancha de carbón.

EL COHETE EXTRAVIADO

Había que seguir el camino. El primer objetivo era llegar al Laboratorio del Desierto: un albergue para investigadores de distintas universidades, Administrado por el Instituto Nacional de Ecología Asociación Civil, que estudian desde la biodiversidad hasta los fenómenos por lo que la región ha cobrado fama internacional.

El trayecto se caracteriza por arena suelta y rocas de origen volcánico. En el cerro de San Ignacio la vegetación cambia relativamente con el resto del camino, prevalece el nopal y se intensifica el color rojizo de la tierra y las rocas, al pasar el cerro se encuentra una casa abandonada, de unas 5 habitaciones.

Dentro del rancho San Ignacio se forma un bolsón donde se ha acumulado agua, como una especie de lagunilla, donde habitan patos silvestres. En sus alrededores dicha humedad favorece a la ganadería y la siembra.

Existen varias elevaciones como este cerro, pero ninguno con su fama. Algunos piensan que su magnetismo puede llegar a jalar hasta aviones, como el efecto sobre los barcos en el Triángulo de las Bermudas.

Historias como ésta, son las que buscan los turistas. Pero sobre todo, el día de la caída del Athena. La familia y vecinos de Julia cuentan cada detalle que recuerdan. Finalmente han transcurrido por lo menos 6 generaciones.

“Yo en ese entonces era muy inocente, cuando yo vi esa gran bola de lumbre, yo pensé que eso era, ya nos habían dicho que se iba a acabar, después nos dimos cuenta que cayó sobre la Zona del Silencio, ya se escuchaban mitos”, dijo Leonor.

En 1970 la cabeza del cohete de la NASA se estrelló a unos 6 kilómetros del rancho de San Ignacio en plena Zona del Silencio, presuntamente por un problema técnico.

Los extranjeros trajeron equipo y hasta introdujeron vías de ferrocarril desde la estación Carrillo, misma que oficialmente les sería de ayuda para regresar los restos que contenían material radioactivo. Existen diversas versiones al respecto. Por lo menos las personas que radican en las comunidades cercanas describen con indignación el saqueo. Coinciden en que vieron pasar furgones llenos de piedras, arena y algunas especies de flora y fauna de ese lugar.

Varias semanas duro su búsqueda. Se menciona que llegaron a montar una serie de laboratorios y exploraciones más allá del cono, bajo un fuerte dispositivo de seguridad.

Con frecuencia es comparada con el Triángulo de las Bermudas, con las Pirámides Egipcias y con las Ciudades Sagradas del Tíbet, por su coincidencia geográfica.

Por lo menos en lo que comprende a Durango y Coahuila, en esta tierra caliente se cuenta con muy pocos lugares de asentamientos humanos, pero en Chihuahua, por ejemplo, en carrillo, donde se produce sal, permite mayor actividad.

FENOMENOS EXTRAÑOS

Las voces cuentan que en ese sitio todo se vuelve silencio, se pierde la señal de la radio, se paran los relojes, los coches no arrancan, las brújulas se vuelven locas, sucesos extraterrestres… pero algunos se quedan en mitos y leyendas.

Sergio Herrera, un hombre recio de sombrero apaleado, miembro de la Asociación Civil que controla el acceso del turismo a esta zona que además forma parte de la Reserva de la Biósfera de Mapimí, cuenta con sus experiencias, ya que desean que el lugar cobre importancia, pero desde el punto de vista de la riqueza biológica que comprende.

Dicha asociación está formada por unos 19 integrantes provenientes de 11 ejidos y 4 pequeñas propiedades conforman el área natural protegida, misma que tiene una extensión de 342 mil 387 hectáreas que abarca parte de los 3 estados.

Por su parte, Julia recordó la visita de un astrólogo, quien al llegar a la zona donde cayó el cono del cohete quiso marcar un punto con su GPS, pero no lo logró, le dio mucha curiosidad.

Se cuentan muchas historias, pero sólo unas cuantas “casi todos han visto”, dijo Sergio. Se refería al fenómeno conocido como la luz del carro de anda o de banda que tiene lugar por las noches en los caminos al conducir un vehículo. Una luz similar a la del vehículo, avanza paralelamente con una distancia de unos 50 metros al auto que se conduce, cuando de pronto desaparece.

“Es de lo más raro, pero la mayoría de la gente lo ha visto. Me tocó verla, yo estaba con unos biólogos, (…) teníamos que cruzar una reja. Nos paramos y cuando abrí la luz se va. Ya como a los 100 metros viene de regreso. Se le hace el cambio de luz y también te da el cambio”, dijo.

Otra de sus experiencias es que en una ocasión observó un prisma plateado, pero no le tomó mucha importancia, y otra más relacionada con objetos voladores no identificados.

“Yo trabajé una vez con una bióloga en la noche, salíamos a revisar trampas. De repente que se aparecen seis luces frente a nosotros, se quedan juntas, o sea parejitas. De pronto salen por nuestro costado y se desaparecen”, mencionó.

Lo cierto es que esta área ha despertado mucho interés en estudiosos de todo el mundo y científicos norteamericanos han declarado que por sus características, la Zona del Silencio sería un sitio ideal para establecer una base de lanzamiento de naves interplanetarias, una planta nuclear y varias cosas más.

El biólogo Carlos René Delgado explicó que este sitio se caracteriza por un gran magnetismo. Al pasar un imán cerca del suelo es posible que jale una buena cantidad de rocas pequeñas y polvo, por lo que la brújula no siempre se dirige al norte. La Zona del Silencio posee algunas particularidades, tales como una gran concentración de hierro en el subsuelo, que llega incluso hasta los arroyos en los márgenes de las comunidades, ya que las lluvias, que no son nada frecuentes, llegan a arrastrarlo hasta ahí.

Después de numerosos estudios, se comprobó que la zona se encuentra totalmente magnetizada y las ondas hertzianas o de radio no pueden propagarse. Las brújulas y relojes antimagnéticos pueden fallar.

La estación de radio más cercana se encuentra en Ceballos, Durango, la población inmediata más poblada a unos 30 minutos aproximadamente. Las frecuencias de radio se pierden. Pero el ruido generado por la estática no es del todo normal. Por momentos se llega a escuchar estruendosos altibajos.

Contrario a lo que muchas personas suponen, las ondas sonoras no se pierden. Se puede conversar igual que en un restaurante citadino y los aparatos abastecidos de energía con baterías alcalinas y los motores de los vehículos funcionan igual que como lo hacen fuera de ese sitio.

TIERRA DE CONTRASTES

Tal vez la fascinación que produce este sitio surge de la aparente imposibilidad de supervivencia, en contraste con todo el mundo de especies que soportan a diario al inclemente sol que impone su presencia sin nada que se lo impida.

Sólo pequeñas elevaciones montañosas sorprenden a la planicie de esa región del desierto chihuahuense caracterizado por un suelo cuyo calor traspasa los zapatos y cuenta con especies de flora y fauna únicas en el mundo.

Además esta zona es rica en recursos históricos, culturales y paleontológicos. Las tribus nómadas habitaron la región y se han encontrado vestigios desde pinturas rupestres y puntas de flecha.

La visita a este lugar se complementa en la noche. Acampar en este desierto es una experiencia radicalmente diferente. El crujir de la madera mientras se quema en la fogata, y de fondo, una sinfonía de lobos que se llaman de un valle a otro.

Con frecuencia se pueden apreciar numerosas estrellas fugaces que “caen” hacia el desierto y se acercan tanto que parecen bolas de fuego.

Otro fenómeno que se presenta constantemente en este territorio es la continua caída de material espacial, como si fueran atraídos por un gigantesco imán, principalmente en el Valle de los Meteoritos, ubicado en una propiedad privada, donde además se han encontrado numerosos restos fósiles principalmente de fauna y flora de mar, que habitaron hace por lo menos 70 millones de años. Y es que lo que hoy es un despiadado desierto, durante la era mesozoica albergó al mar Tetis.

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