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Cuatro religiones, una misma noche

Por Ruta Libre

Publicado el lunes, 26 de diciembre del 2016 a las 16:58


Para los católicos, el 24 de diciembre es un día de festejo, ¿pero qué significa esa noche en otras religiones?

Por: Rosalío González

Saltillo, Coah.- La familia está reunida. En un tazón de vidrio transparente han servido la ensalada navideña: manzana, pasas, piña y nuez de la sierra. Es uno de los platillos tradicionales en los hogares católicos. Series de luces iluminan por dentro y fuera las casas. De fondo, villancicos llenan el ambiente. Hoy es Nochebuena y el ritual católico sigue su curso.

Ocho de cada 10 familias celebran así, pero ¿qué hacen los que no celebran Navidad, los que ignoran el sabor del pavo en una noche invernal? Esta es una peregrinación de pastorcillos por hogares en Saltillo que profesan diferentes religiones. La ciudad arropa a tantas doctrinas como colores hay en el mundo: judíos, musulmanes, budistas, hindús, protestantes, santeros…

Ahí el día 24 del último mes del año no huele a canela con manzana, ni se espera que sobre el techo aterrice el mítico Rodolfo “El Reno”, ni siquiera comparten el calendario católico, ni consideran a Jesús como Salvador de nadie, ¿en qué creen?, ¿qué cenan?, ¿qué visten y por qué esa noche en que ellos no festejan Navidad?

La celebración judía sería la más importante en el país, si omitiéramos las fiestas católicas, porque según el INEGI, el judaísmo es la segunda religión más grande en México. 67 mil 500 personas se declararon judías en 2010.

Los budistas confiesan: “nosotros no gastamos ni compramos exageradamente, pero de repente hay buenas promociones en estas fechas y compramos lo que necesitamos”, y es que a una caja de chocolates a mitad de precio o a un dos por uno en una zapatería no se les resiste casi nadie.

Los judíos tampoco se irritan con la algarabía católica. “Nosotros somos más fiesteros. Nuestro Janucá dura ocho días seguidos, así que no hay problema, incluso hemos ido a cenas de Navidad con amigos”.

Y para los musulmanes, la natividad del Salvador según el cristianismo es “una fecha muy normal, aunque se aprovecha el ambiente de paz, y se busca convivir mejor con la gente. Nosotros no estamos peleados con eso, respetamos las otras religiones”.

Lo que en Navidad se celebró no fue la llegada de san Nicolás, comercial y popularmente llamado Santa Claus, sino el nacimiento de Jesucristo, el hijo de una deidad que es compartida por casi todas las religiones: judíos, musulmanes y católicos que tiene el mismo Dios, solamente que no todos creen en que Cristo haya sido su hijo ni mucho menos que los haya salvado.

“Creo que saber cómo celebran otras religiones o cómo pasamos la noche del 24 las personas que no creemos en Cristo es una obligación, porque ahora el mundo está globalizado. Tenemos la oportunidad y la obligación de conocer más allá de lo que nosotros creemos, ¿o me equivoco?”, comentó el coordinador de los budistas en Saltillo.

Histórica luna de Janucá

Desde el patio frontal de la casa se ve una frágil flama que baila detrás del vidrio de la ventana, “en los peores tiempos (el Holocausto) así identificaban a los hogares judíos del resto de las religiones”, porque son quienes celebran la fiesta de las luces, el Janucá, el resurgimiento de su templo, la piedra angular de su creencia.

Este año es histórico porque los dos calendarios religiosamente más importantes: el lunar y el gregoriano han coincidido en las fechas, la Nochebuena católica fue también el primero de los ocho días del Janucá judío.

La relación entre una y otra fiesta es nula: los católicos y cristianos celebran el nacimiento del Salvador y los judíos el milagro de su victoria ante los griegos que habían invadido su región. En la balanza de la historia, uno y otro acontecimiento tienen 200 años de diferencia: primero el Janucá, después la Navidad.

“Los judíos ponemos luz natural en nuestra fiesta porque tiene un significado muy importante”, aclaran antes de continuar, y es que mientras en los hogares católicos se han encendido pinos, decorado estancias, techos, puertas y todo con series de pequeñas y coloridas bombillas, los judíos siguen a pie la tradición de las velas naturales.

Cuenta la historia que en el siglo 2 antes de Cristo, cuando Egipto, Roma y Grecia ejercían gran poder en la zona del Mediterráneo, estos últimos invadieron Israel y utilizaron el templo judío para sus propios dioses y trataron de destruir los centros ceremoniales: las sinagogas.

“Cuando se recupera el templo principal, después de una batalla, lo encontraron lleno de dioses paganos, así que se dieron a la tarea de reconstruirlo”, comenta Rubén mientras cálidamente sostiene la mano de su esposa Carmen, quien ha preparado la cena para la festividad.

El problema fue que no había aceite suficiente para encender la luz. Los judíos sólo encontraron líquido para un día, sin embargo, ellos atribuyen a un milagro el que esa raquítica cantidad de combustible les haya alcanzado para ocho días y sus noches.

Comenzó la celebración a las 10 de la noche del 24 de diciembre. Un día antes, el viernes 23, se habían reunido para celebrar el Shabat, cena que se realiza la noche antes del sábado para recibir el día sagrado que, según la religión, Dios consagró para el descanso.

Llegaron los hijos, nietos, nueras y yerno a casa de Rubén y Carmen, “judíos ortodoxos que siguen los protocolos religiosos”. Don Rubén, patriarca de la familia, acompañado por uno de sus nietos, encendió la primera de las ocho velas de la januquilla, un candelabro metálico con nueve brazos.

“La januquilla es como la que usaron los judíos cuando recuperaron el templo”, y en cada uno de sus brazos colocan una vela y las van encendiendo una por día, recordando los días que duró aquel aceite. La novena vela va al centro y es el piloto, no tiene ningún significado, solamente sirve para encender las demás.

“Nosotros agradecemos a Dios por todo: por el alimento, por la familia, por el trabajo y, claro, por la luz que nos da en estas fiestas y que se prolonga para todos nuestros días”, dice Rubén Hernández, quien cálidamente sostiene la mano de su esposa Carmen, anfitriona y encargada de la preparación de la cena.

Hasta antes de que se encendiera la primera vela, la casa de los Hernández tenía pocas diferencias físicas con un hogar católico. Fue hasta hecha la primera oración en hebreo y puesta a arder la cera que todo cambió.

“La januquilla se coloca en una mesa pegada a la ventana para que aluce y los que pasen vean que se está celebrando la luz de Janucá”, explican antes de pasar del salón al comedor, que es imponente y que fue previamente preparado con copas, platos, cubiertos y más luces.

Al centro de la mesa se encuentran dos velas en una bandeja, “se les llaman zahor y major, y son encendidas por la mujer de la casa”, explicó doña Carmen, que para la cena vistió un hiyab negro, un velo que le cubrió el cabello y parte del pecho, mientras que todos los hombres en la mesa se pusieron la kipá sobre su cabeza. “La kipá es un recordatorio de que Dios está sobre nosotros”.

Todos tomaron sus sillas. En la cabecera, Rubén y Carmen, alrededor sus hijos: Rubén, Frida y Eduardo, acompañados de sus parejas y sus hijos, nietos de los anfitriones. “Vamos a cantar por Janucá”, anuncian, antes de destapar el vino.

De unos libros en hebreo se seleccionaron las canciones para la noche. El hebreo es la lengua del pueblo judío y los cantos y bendiciones se realizan en ese idioma, que es exquisito en su pronunciación, pues su sonido parece resbalar con suavidad por entre los labios.

Después de cantar, Rubén y Carmen se levantaron de la mesa para bendecir a su descendencia; él a los hombres, ella hace lo propio con las mujeres. El lesimejá es para los varones: “Dios te haga como a Efráim y Menashé”; para ellas es el lesimej: “Dios te haga como a Sará y Rivká, Rajel y Leá”.

Bendecido todo, llegó el vino a la mesa. “Nosotros (los judíos) no tomamos cualquier vino. Es especial. Tiene que tener el sello kosher que certifica a la bebida o al alimento de que no tiene ingredientes que nosotros no acostumbramos, como el cerdo”, comentó Rubén antes de servirlo.

El vino espeso como ninguno y su sabor a vid es de una concentración estridente, basta un sorbo para sentir el diluvio de aromas y gustillos. “Es una lástima que no haya en Saltillo quien lo venda. Tenemos que ir a comprarlo a Estados Unidos o si no a Monterrey a tiendas especiales para los judíos”.

Al centro de la mesa una tela blanca tapó tres bultos que fueron evidenciados para ser bendecidos. Es jaláojalot, el pan tradicional de la gastronomía judía. Su sabor es tímido, austero. “Se hace con harina, sal, agua, aceite, huevos y levadura”. Después de hacer la debida oración, el hombre de la casa tomó los panes en sus manos y los partió con la mínima fuerza para pasarlos de mano en mano hasta que todos tuvieran su porción.

El jalá fue solamente el inicio del festín que continuó con un plato judío con un par de falafeles: albóndigas con textura similar al pan, rellenas de zubdamiot, una mermelada de frutos rojos con queso cottage y un puré rosado de pera y manzana.

Al finalizar la cena del inicio de Janucá, la familia conversó hasta medianoche, para después compartir los obsequios de la primera de ocho noches de fiesta. “Los niños son los más bendecidos con obsequios”.

“Antes o después de los regalos jugamos el Sevivon. Es una especie de toma todo que tiene letras hebreas en sus caras”, y en el juego se apuestan chocolates o dulces que después se comen en familia como postre.

“Nosotros vivimos nuestra fe y nuestra religión con mucha felicidad y alegría, es el objetivo de nuestra creencia, y respetamos la religión de cada quien”.

Los Hernández han asistido a cenas de Nochebuena a casa de sus amigos católicos o cristianos. “Personalmente no profesamos ni creemos lo mismo que ellos, pero compartimos, al fin todo es luz en estas fechas”.

La rectitud de Buda sobre un zafu

No hay más decoración que un Buda y un portarretratos con la fotografía del dalái lama. En esta casa no hay cena ni ruido ni cantos en lenguas interesantes. La noche del 24 de diciembre solamente se escuchó un silbido que se intercambiaba con la caída del agua y el grillar de los insectos proveniente de una acolchonada bocina.

Sobre un zabuton, Jorge Castro, budista saltillense inhala y exhala con los ojos cerrados frente a una pequeña estatua metálica de Buda y no logra hacer la posición de loto porque se requiere de máxima concentración. “No celebramos Navidad. Eso es de otra religión, aunque nosotros aprovechamos el ambiente para meditar”.

Igual que en el judaísmo, las fiestas del budismo están relacionadas con el calendario lunar. “Dependen mucho de las lunas llenas o las lunas nuevas”, comenta el coordinador de la Casa Tíbet en la ciudad y uno de los líderes de la comunidad budista en Saltillo.

“Para nosotros el día 24 de diciembre es un día normal. Hasta el 26 es el retiro de meditación. Nosotros aprovechamos que en estas fechas la mayoría de la gente tiene actitud positiva o está dispuesta a dar a los demás para convocarlos a la meditación”.

Este año, mientras los católicos y cristianos celebraban el nacimiento de su Salvador y los judíos encendían velas en honor a la victoria, los budistas fueron a dormir con la misma tranquilidad de todos los días.

El budismo como el catolicismo también celebra el nacimiento de su profeta y fundador: Buda. Pero la fecha está lejos del mes de diciembre. “El cumpleaños de Buda puede ser en abril o en mayo”, depende del satélite natural.

Se cree que Buda nació un día de luna llena. Y que a diferencia de la imagen que se tiene de él, éste es delgado como ninguno. “Ese Buda gordo que venden no sé qué Buda sea porque nuestro profeta era delgado”.

Y así como celebran la natividad de su profeta, los budistas también tienen su propia Fiesta de las Luces, como el Janucá judío, pero esta se celebra en febrero (el 22 en 2016), y se llama Magha Puja.

Esta fiesta recuerda el discurso que Buda ofreció frente a mil 250 monjes iniciadores y con el que quedaron fundadas las bases del budismo. Es decir, celebran lo mismo que los judíos: el nacimiento o renacimiento de su religión.

Del Magha Puja se desprenden las sorprendentes imágenes de cientos o miles de budistas sentados a nivel de piso con una vela encendida en las manos a la mitad de la noche, “esa es la celebración más importante que tenemos”.

Inundada de luz, la estancia de la casa reluce. “Lamento decepcionarlos. Nosotros no tenemos una gastronomía específica. Creo que solamente somos vegetarianos, no todos, pero sí la mayoría. Lo de no comer animales es por el precepto que tenemos de no violencia contra nadie ni nada”.

Incluso hay corrientes dentro del budismo que consideran que hasta alimentarse de plantas o vegetales puede alterar la vida de otros seres vivos. De igual forma hay quienes creen que la carne, siempre y cuando no sea de puerco, puede ser comida. El budismo convive geográficamente con el hinduismo, una religión que tiene a las vacas como animales sagrados.

Tan sagrados como el tiempo de meditación de los fieles a esta religión, que más que religión es un estilo de vida, una forma de ver y tomar las cosas, señaló Castro.

Como las otras creencias, el budismo también busca la felicidad, quizá no haya pinos navideños ni exquisitos vinos, pero aquí cuando se celebra se hace en silencio.

“Nuestras fiestas generalmente son meditando, concentrándonos”, y es que uno de los fines es lograr la máxima concentración, la conexión con la tierra y el entorno en general, estar en armonía con lo natural. “Esa es la enseñanza de Buda y nosotros creemos en ella, por eso nos convertimos a esta religión”.

Comienza la celebración. Es necesario que todos abandonen sus zapatos en la puerta del salón alfombrado. “La ropa no es exclusiva, solamente tiene que ser cómoda”, holgada, en la mayoría de los casos algodonada para que nada moleste al cuerpo.

En el piso hay una especie de cojines de diferentes formas y tamaños, cada uno tiene su nombre y su función: el zazen es una colchoneta delgada en la que se pueden hacer posiciones como la de loto, en la que se doblan y cruzan totalitariamente las piernas. “Esa posición para meditar y celebrar es la más complicada”.

En el centro ceremonial también hay zabutones, que son aproximadamente de un metro cuadrado y están más levantados que los zazen. “Estos son para las personas que no hacen posiciones tan difíciles o que prefieren sentarse en zabutones porque es más cómodo”, explicó Castro.

Los que mayor curiosidad causan son los zafus, que son como una almohada circular con dos caras planas y que se ocupa para posiciones donde el budista debe estar más separado del piso. “Generalmente se pone sobre cualquiera de los otros dos instrumentos, y sentarse en ellos es muy cómodo, sin embargo, te obliga a mantener tu espalda recta”.

Cada religión tiene sus prioridades particulares. Para los budistas, conservar la espalda recta mientras meditan es elemental. “Primero porque es enseñanza de Buda y segundo porque es parte de la conexión que hacemos con la vida y con la naturaleza”.

En una mesa, frente a todos los asistentes a la ceremonia se encuentra el altar a Buda. “Tenemos imágenes de él, que luego la gente confunde con imágenes que son del hinduismo porque como ambas religiones vienen de oriente, las personas que no estudian ninguna de las dos creencias las confunden o lo peor, las mezclan”.

Uno de los asistentes a la fiesta de meditación golpea con suavidad el cuenco tibetano, similar a un plato metálico físicamente hecho para que al ser golpeado su sonido se esparza como ondas durante un largo tiempo. Sus tonos son míticos, se van ahogando conforme el tiempo pasa y toman una gravidez que llena al cuerpo de tranquilidad.

Entre Buda y el cuenco se encuentra una hoja del árbol bodhi, un ficus religioso a cuya sombra el profeta se sentó a meditar y alcanzó la iluminación espiritual. “En esta religión hay escalones, tu avanzas conforme más concentración alcances y más bien hagas por los demás”.

Terminada la meditación en aquel salón a media luz de ambiente entumecido, pero en el que cada fiel trae un mundo latiendo dentro de su cuerpo, todos pasan a otra habitación donde escuchan los pensamientos del dalái lama, “quien fue líder político y religioso de la región del Tíbet”, pero que vive desterrado desde que los chinos invadieron su tierra.

Una vez escuchados los cánones del Lama, se dan a la tarea de discutirlos. “Nosotros no creemos en las verdades absolutas, al contrario, debatimos sobre lo que pensamos, compartimos puntos de vista para poder crecer”.

Y ahí se quedan algunos minutos o varias horas, dependiendo del tema que estén discutiendo, en un cortés debate que contrasta con la tranquilidad de la que disfrutaron en el salón anterior. “Esa es nuestra forma de celebrar, y que ahora está de moda. La gente practica meditación aun sin ser budista, y está bien porque esto te sana el corazón, te hace dar giros de 180 grados”.

Noches de cordero y Ramadán

Con un hiyab de color azul claro e intenso como el del océano Pacífico cuando revienta sus olas en las costas del sudeste asiático, Winda, una musulmana indonesia que vive en Saltillo sirve unas tazas con agua hirviendo, y coloca los tarros con café y azúcar sobre la mesa de centro.

El islam es una de las religiones que más crece en Saltillo debido a la llegada de empresas asiáticas que traen consigo trabajadores que practican esta religión. También hay quienes se mudan de otras a esta religión.

Regidos por el Antiguo Testamento y el Corán, los musulmanes pasaron el 24 de diciembre con normalidad. “Nosotros no celebramos la Navidad”, porque según su fe, Cristo fue un profeta, pero no el Salvador.

“Para nosotros, en la cruz, el que está crucificado es Judas no Jesucristo”, explica mientras sorbe ligeramente el café. Winda siempre cubre su cabello. La mayoría de las veces con el hiyab en otras ocasiones con prendas que aunque no sean musulmanas le permiten tapar su cabellera.

Aunque el nacimiento de Jesucristo no se celebra en su religión, Winda y su familia han asistido como invitados a casas católicas o cristianas para compartir la festividad. “Respeto las creencias de cada persona”, dice mezclando el inglés y el español, “entiendo bien el español, pero no puedo hablarlo bien”.

El Islam fue fundado por Mahoma, considerado por los musulmanes como “el último de los profetas”, y a quien precede entre otros el mismísimo Jesús de Nazaret. Esta religión comparte deidad con el judaísmo y el catolicismo, aunque ellos le llaman Alá, una palabra árabe que en español significa Dios.

“Nosotros tenemos dos festividades importantes: el sacrificio del cordero y el Ramadán”. El primero recuerda el capítulo bíblico en el que Dios le pidió a Abraham que sacrificara a su hijo Ismael, como muestra de su fidelidad, pero segundos antes del suceso, Dios canceló su orden. “Entonces fue que un cordero apareció y Alá pidió que se sacrificara al animal en lugar de a Ismael”.

La celebración del sacrificio también depende del calendario lunar. Este año fue el 12 de septiembre, y los musulmanes acostumbran ayunar ese día, y quienes pueden peregrinan en el hajj a La Meca (Arabia Saudita) la ciudad donde se encuentran mezquitas sagradas para el Islam.

En lo que al Ramadán, concierne, esta fiesta dura un mes completo (este año fue de junio a julio) y en él se tiene que ayunar todos los días durante el día, “podemos romper el ayuno en la noche, después de que se va el sol y antes de que salga”, aunque los musulmanes que son niños, que padecen alguna discapacidad mental o que son mujeres y están en etapa de menstruación pueden omitirlo.

“En el Ramadán el profeta Mahoma tuvo la primera revelación para escribir el Corán, por eso se celebra”, entonces igual que las otras religiones, celebran el resurgimiento de su religión, su libro sagrado y el nacimiento de su profeta: los judíos le llaman Janucá, los católicos Navidad y los budistas Magha Puja”

Comenzó la celebración, con una invitación a cenar, y es que “la fiesta musulmana es característica porque se comparte con los de la misma religión y con gente de otra religión”, dice Winda y las amigas que la acompañan.

La cena es carne de cordero o vaca, y se come condimentada con especias y aceites originarios del Oriente y Oriente Medio, “es bonito que todo dependa de la Luna”, comenta Winda, en un esbozo de tranquilidad.

En países con mayorías musulmanas como Turquía, Argelia, Túnez y Malasia hasta en la bandera tienen la media luna y una estrella como escudo, símbolo religioso y político. “Nosotros no somos violentos”, dice la anfitriona, “nosotros defendemos la vida, nosotros somos buenos”, esos fueron los primeros torpedos con los que los musulmanes en Saltillo demolieron el cliché de que su religión y la violencia son inseparables.

“La gente terrorista, los que hacen mal, no son personas que sigan la religión correctamente. Nuestra fe es amor, es hermosa, en ningún momento nos dicen que tengamos que ser violentos”.

Winda tiene una paz transmisible, con su ropa holgada, tiene una sonrisa franca y lejana de cualquier indicio de enojo. “Creo que la gente tiene una idea errónea del Islam y del Corán, creen que todos somos como el Estado Islámico”.

El odio que en occidente se ha generado contra el islamismo desde el derribo de las Torres Gemelas, incluso antes es tanto que hasta nombre tiene: Islamofobia, “para poder hablar de una religión hay que conocerla, hay que platicar con la gente, como lo hacemos ahorita”.

De risas entre panes y café, se pasan los minutos como agua en el río, los musulmanes celebraron la noche del 24 de diciembre con una cena normal, pero igual contagiados un poco del entorno de paz con el que se cubrió la ciudad. “Aprovechamos la paz que hay, porque eso es nuestra religión, paz y felicidad, eso sí, nada de Santa Claus”, aclaran antes de reír.

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