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El Faro Rojo: Abrasado por la pasión

Por Ruta Libre

Publicado el lunes, 12 de junio del 2017 a las 15:28


Tocar a la mujer de otro le costó morir de la forma más cruel y despiadada que puede existir

Por: Rosendo Zavala

Saltillo, Coah.- Sorprendidos porque el ingeniero aún respiraba, los ilegales encobijaron el cuerpo y tras aventarlo a la camioneta se enfilaron a un terreno baldío, donde le prendieron fuego para culminar la escalofriante obra con que saldarían su deuda de honor.

Mientras Lenis contemplaba fijamente las llamas que consumían a su rival de amores, Dulce María vagaba en el instante que desató la tragedia inmisericordemente, porque junto a la turba de bárbaros, ella se había convertido en partícipe del suceso, algo que la marcó para siempre.

Borrachera mexicana

Levantando la voz para que todos escucharan las hazañas que lo encumbraban como profeta en tierra ajena, Lenis Eduardo alardeaba los pasajes vividos en su andar por territorio mexicano. Habían pasado varios meses desde que renunció a su familia para probar suerte en Estados Unidos.

Sin embargo, los pesares de sortear la maldad eran una constante que abrumaba su realidad de inmigrante, por lo que asentarse en Saltillo era la mejor de sus odiseas. Con la mirada enrojecida por el humo que turbaba su realidad, “El Rocky” se retorcía en la silla donde postraba sus ilusiones, mientras se embriagaba con sus compañeros de andanza que padecían el mismo trauma de haberse autoexiliado.

Y es que el fin de semana se repetía como una copia para todos los que vivían en Coahuila, con las bacanales de cebada que animaban la triste realidad, mientras ideaban el momento de subir al tren que los llevara a la frontera norte, esa que los separaba de una buena vida para mantenerlos arraigados en la pobreza latinoamericana.

Marginado de la bonanza que idealizaba fervientemente, Lenis confrontaba su paupérrima condición, y junto a Dulce pretendía crear el futuro que le espantara la amargura emocional que padecía desde que salió de Honduras.

Atracción fatal

En pleno domingo de marzo, “El Rocky” intercambiaba mentiras emocionales con otros compatriotas, pero también con Sergio, el ingeniero de Campeche que habían adoptado como uno de los suyos por la etiqueta de foráneo que portaba desde que llegó a estudiar a la Narro.

Con el atardecer de primavera que lo animaba como de costumbre, el anfitrión se sentó a la mesa junto al profesionista Jorge “El Grande”, y “El Chapín”, un guatemalteco que también se había ganado la amistad de los presentes por la afinidad que sentían entre todos.

Al calor del festejo, la tragedia cruzó con forma de mujer por el sitio donde se entretenían los reunidos, porque Sergio se atrevió a decir a Lenis que le gustaba su novia, ocasionando el enfado de este que junto a los presentes le haría comerse sus palabras repentinamente.

Iluminando su rostro con una sonrisa que parecía coquetear al mexicano, Dulce pasó frente a este que, nublado por el alcohol, estiró la mano para agarrarle las tetas sin pensar en las consecuencias de su atrevimiento, porque reaccionando con furia, “El Rocky” le reclamó mientras “El Grande” y “El Chapín” lo emulaban, como queriendo prender la flama de la venganza.

Lenis Eduardo sujetó a Sergio por los brazos, mientras el guatemalteco se le arrojaba a las piernas para inmovilizarlo, ahorcándolo e infligiéndole la paliza orquestada por Jorge para aplacar sus ansias sexuales de una vez por todas.

Creyendo que lo habían matado, los victimarios salieron corriendo de la casa para subir en el auto que rompió la tranquilidad de la noche, arrancando a toda prisa para perderse entre las calles de La Aurora, buscando evadir el ataque que acababan de perpetrar.

Cobijados por el manto de la madrugada, los ilegales regresaron a la escena del crimen para constatar su mala obra y observando con terror que el egresado de la Narro se quejaba tendido en el suelo, por lo que decidieron actuar con presteza.

Multiplicando esfuerzos, los rijosos tomaron un cobertor que sacaron de la recámara para envolver a su rival de ocasión, cargando el bulto que con dificultad subieron a la camioneta con que se fueron a la colonia Landín, donde se detuvieron en el baldío que utilizaron para ultimar al campechano.

Resueltos a cobrar justicia por cuenta propia, uno de los ofendidos sacó de entre sus ropas el encendedor con el que quemó vivo al ingeniero, quien con un grito ensordecedor mató la tranquilidad reinante, mientras los artífices lo veían consumirse lentamente.

Convencidos de que el destino ahora sí le había cobrado factura al campechano amoroso, los montoneros se despidieron para tomar caminos diferentes, aspirando a mantener su libertad intacta, fugándose de Saltillo lo antes posible.

Mientras representantes de la milicia sumaban esfuerzos a las diligencias ministeriales que tomaban conocimiento del crimen, los enamorados hacían lo suyo por su libertad, viajando en el autobús de paso que los llevaría a San Luis Potosí, donde comenzarían una nueva etapa en su relación.

En el poblado Los Núñez, un policía local detuvo la marcha del camión “pollero” y subió para efectuar una revisión de rutina, parando su andar frente a los prófugos al detectarlos con actitud sospechosa y cuestionándolos, mientras generaba la incertidumbre que enrareció el ambiente, la pareja aceptó el crimen.

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