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El Faro Rojo: Torpe ladrón

Por Ruta Libre

Publicado el lunes, 25 de septiembre del 2017 a las 18:18


Se plantó en el banco para asaltarlo, pero un pequeño detalle le frustró sus intenciones

Por: Rosendo Zavala

Saltillo, Coah.- Mientras leía el recado donde le exigían el dinero que guardaba en su gaveta, el cajero checaba de reojo los movimientos del solitario ladrón que, emulando sacar un arma de entre sus ropas, logró asaltar el banco ignorando que cometería el error más grave de su vida.

Y es que tras huir del edificio que allanó con sepulcral silencio, el victimario dejó el papel de la amenaza sin recordar que minutos antes lo había recibido como receta en un consultorio, donde dio sus generales al médico, que colaboró con las autoridades para que lo aprehendieran de inmediato.

Triste realidad

Con la mente turbada por la depresión que lo mataba lentamente, Juan se revolcaba en la cama sin conciliar el sueño, viendo pasar las horas entre la penumbra del cuartucho donde intentaba dormir sin éxito.

Repentinamente, un rayo de sol invadió la pieza y el veracruzano se levantó con la pereza intacta, sabía que en viernes sus funciones en la fábrica comenzaban tarde y decidió aprovechar la mañana para sanar su cuerpo en la clínica de siempre.

Impulsado por el resorte de la inercia, rebuscó entre la montaña de ropa sucia que tenía a su alcance y cubriéndose el frío con la chamarra azul que tenía tirada en una silla afrontó la realidad con presteza.

Minutos después, el obrero de ilusiones ficticias se dejaba llevar por las recomendaciones del galeno que le dio una receta, la que intentó validar sin éxito en la farmacia de la Clínica 2 del IMSS porque, como casi siempre, no tenían el medicamento que solicitaba.

Entristecido por su mala suerte, caminó lentamente hasta llegar a la puerta de cristal donde se detuvo algunos minutos y, sabiendo que no tenía dinero para surtir la medicina en otra parte, ideó la forma de no regresar a casa con las manos vacías.

Observando el vaivén de la gente que marchaba indiferente por la acera de la calle Hinojosa, giró su vista hacia la izquierda y contempló el edificio rojo que presuntuoso se erguía sobre el bulevar Venustiano Carranza; fue entonces cuando los malos pensamientos lo traicionaron en automático.

Decidido a recuperar la salud a costa de todo, enfiló su rumbo hacia la avenida que cruzó con cautela, sin dejar de mirar el objetivo mientras en la mente le revoloteaban los fantasmas de la maldad que concretaría sin la ayuda de nadie.

Ya en el exterior del banco Santander, Juan sacó una pluma y tembloroso escribió tras la receta las palabras con que intimidaría a su víctima de ocasión, sabiendo que todo podía pasar en su primera incursión como asaltabancos improvisado.

Respirando hondo, abrió el acceso principal para entrar al inmueble que lucía común, con la muchedumbre que sutilmente escondía sus ansias citadinas en el boleto de espera, mientras la potencial catástrofe flotaba en el ambiente.

Simulando ser un cliente más, el operario se formó en la fila que daba hacia una de las cajas donde, tras varios minutos de incertidumbre, se vio parado frente al empleado que lo cuestionó sobre el motivo de su visita.

Con la voz apagada por el miedo que sentía, el ladrón le entregó el recado mientras susurraba que estaba cometiendo un asalto, provocando pánico en el trabajador que, sin emitir ni un sonido le entregó los 18 mil 500 pesos que tenía reunidos en uno de los cajones del escritorio.

Tras su fatídica acción, el victimario regresó a la calle para de inmediato tomar un taxi, dirigiendo su destino a la parada de autobuses donde abordó el camión en que huyó a Monterrey creyendo que allá estaría a salvo.

Arrepentimiento tardío

Mientras Juan paseaba por las céntricas calles de la capital regia, la Policía tomaba conocimiento del atraco que resolvería en cuestión de horas, al tomar como evidencia principal el recado que, en realidad, era la receta que le habían expedido al delincuente en la clínica de enfrente.

Al darse cuenta de que Juan radicaba en la colonia Santa Cristina, agentes ministeriales sitiaron el domicilio realizando una guardia que se acabó de improviso cuando Juan regresó arrepentido, pero sin saber que sus días de libertad estaban contados.

En una rápida ofensiva, los efectivos policiales aprehendieron al infortunado ladrón que decidió no oponer resistencia, mostrando la pesadumbre que desparramó verbalmente frente a la autoridad para evadir su virtual encierro en el Cereso local.

El obrero manifestó ante la Policía haber ido al vecino estado por la necesidad de poner en orden sus pensamientos, alegando que en su estadía gastó parte del dinero robado con la pistola imaginaria.

Como parte de las diligencias, el asaltante declaró frente a la jueza penal, encargada del caso, sus motivos para delinquir, aunque poco después fue absuelto al demostrar una incapacidad física y recibir el beneficio de la libertad condicionada.

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