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El Faro Rojo: Verdugo de su propia sangre

Por Ruta Libre

Publicado el lunes, 27 de marzo del 2017 a las 16:20


Enardecido por los regaños de su padre y su abuela, se convirtió en el asesino de quienes procuraron su existencia

Por Rosendo Zavala

Saltillo, Coah.- Temblando de coraje porque los regaños no paraban, Vicente empuñó los tubos del abanico que acababa de destrozar y con furia inaudita arremetió contra su abuela, propinándole una brutal golpiza que la dejó moribunda en la entrada de la casa, mientras la tragedia flotaba en el ambiente buscando una víctima.

Decidido a culminar su tétrica obra, el borracho alcanzó a la anciana en el umbral para repetirle la dosis de castigo que la mandó al otro mundo, concretando el bestial ataque sin imaginar que pagaría su osadía con cárcel.

Otra parranda más

Agitado por el esfuerzo de caminar con prisa desde la tienda de doña Mary, “El Chente” se detuvo frente a la desvencijada barda de la casa donde vivía y, aspirando hondo, se recargó para descansar, mitigando el cansancio que amenazaba con infartarlo.

Mientras la esencia del sábado comenzaba a tomar forma en todas partes, en la esquina grafiteada donde se embriagaba pasaba lo mismo, porque sin importar la soledad que sufría cuando se sumergía en el vino, intentó revivir los tiempos mejores de la absurda realdad que padecía.

Con la bebida como su única aliada, el vago destapó la caguama que abonaría a la parranda solitaria que le proveía placer momentáneo, ignorando los gritos de sus padres que desde adentro de la casa le pedían que ya no siguiera tomando.

En un franco reto a la gente que lo quería, el rebelde vio pasar las horas, emborrachándose frente a todos sin mostrar arrepentimiento, desatando el enfado de quienes intentaron convencerlo de que se fuera a dormir.

Lejos de eso, la escandalera de Vicente creció a la par de la madrugada, cuando comenzó el ramillete de reclamos donde la muerte se mezcló sin que nadie se diera cuenta de lo que eso representaría para los Márquez minutos después.

Lluvia de regaños

Cantando sobre la barda plasmada de arte callejero donde reposaba sus vicios, el rebelde del barrio sintió una sensación extraña que lo sacó del letargo en que se estaba sumiendo, era don Juan, que recriminando su actitud le pedía que dejara de embriagase.

Visiblemente molesto, el regañado se metió a la recámara para disimular que se acostaría, pero mientas el jefe de la casa se descuidaba, su vástago maquinaba el plan que lo convertiría en el verdugo de su propia sangre.
Resuelto a callar las palabras de don Juan, Vicente salió corriendo para atacarlo con los fierros del ventilador que poco antes había destruido en un ataque de cólera, porque en ese momento su único objetivo de vida era seguir la parranda a costa de todo.

Olvidando parentescos, el sanguinario masacró a su progenitor, que desesperado gritó pidiendo ayuda, siendo entonces cuando Heriberto salió corriendo de la sala para intervenir en la absurda paliza que le estaban dando a su padre.

Con la cabeza destrozada y el rostro ensangrentado por la lluvia de palos que le cayeron, don Juan fue arrastrado por Heriberto hasta la casa de otro familiar, mientas el agresor los veía sin emitir palabra alguna sobre la forma como se estaba comportando.

Pero mientras su primera víctima era llevada a un lugar seguro, “El Chente” se anclaba en la esquina donde, sin imaginar, comenzaba la odisea que lo transformaría en criminal de un momento a otro… gracias a su gusto por la botella.

Horrendo crimen

Aún con los sermones de la familia tatuados en la mente, el desdichado parrandero retomó la piedra donde mataba el tiempo y se sentó para seguir la juerga, fabricando sin querer la desgracia que le caería encima minutos después.

Rompiendo la tranquilidad de la noche, Genoveva gritó desesperada exigiendo al adicto que terminara la juerga, pidiéndole que se fuera a su cuarto porque la madrugada se había hecho adulta y no dejaba descansar ni a los vecinos.

Reviviendo el instante de cólera que había padecido en voz de su padre, Vicente regresó a la pieza donde guardaba los vestigios del ventilador destrozado, retomándolos para de inmediato dirigirse al sitio donde se encontraba su abuela, agrediéndola salvajemente con el trozo de metal que tiñó de rojo por obra de la crueldad.

Arrastrando sus 88 años de vida por el suelo de la casa que se convertiría en su tumba, Genoveva llegó hasta el marco de la puerta donde se recargó intentando pedir ayuda, pero su destino estaba escrito y se desvaneció, cayendo a merced del sujeto que tantas veces alivió con su cariño maternal, pensando en que se convertiría en un hombre bueno.

Visualizando la imagen de una venganza consumada, el agresivo nieto fabricó la ofensiva con que dio colofón al drama donde puso fin de su libertad, porque fue arrestado por policías que rondaban el sector mientras intentaba darse a la fuga.

Convencido de que nada podía hacer para resarcir sus errores, el homicida fue llevado por los designios de la justicia, que lo mandó guardar en el Cereso local, mientas el resto de su familia despedía a la abuela en el viaje sin regreso que le patrocinó su propio nieto.

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