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Por Redacción
Publicado el jueves, 29 de octubre del 2009 a las 02:28
(Recopilación Martha Santos de León) | Saltillo, Coah.- Según narra Sixta Juárez Torres en el libro “Entre la Realidad y el Mito”, de María Concepción Recio Dávila, en los límites que conformaba entonces el pueblo de Castaños, en Coahuila, vivía relegado a la soledad un hombre que era repudiado por el resto de la población porque conservaba un criadero de cuervos.
En torno al caso se decía cantidad de cosas increíbles para la mayoría. Algunas eran realmente tergiversaciones de la verdad, pero no era falso que por la noche los detestables alados sobrevolaban el cielo de Castaños y uno de ellos, el más grande e imponente, era el propio Martín, su criador.
Ajeno a los muchos relatos falsos y reales que surgieron a partir de tan temible episodio, se extiende ése que, tan corto como es, se apega exclusivamente a los hechos tal y como sucedieron en el caso aquel de los cuervos. Cuentan que mucho antes de que aquello sucediera, había en el pueblo una mujer llamada Elodia. Era joven y poco escrupulosa, pues de ella se decía que no tenía remilgos a la hora de entregarse a los brazos de un hombre, ya fuera casado o no, si acaso le prometía una estupenda noche de pasión… y unos cuantos billetes.
Sin embargo, era un mal necesario la nefasta Elodia, pues era la comadrona del pueblo y conocía las hierbas que sanaban los males… y sabía también de las plantas que los provocaban tanto como de los secretos del infierno, pues sólo esto explicaba que haya ocurrido lo que sucedió en el caso de Martín.
La única compañía que tenía la funesta hembra era la de un cuervo tan negro como la noche que habitaba su pocilga, yendo a extender sus alas varias veces al día volando cerca, pero volvía siempre mansamente con su ama: el animal jamás causaba males, pero la gente le temía, repudiado por su desagradable aspecto. Sólo la oscura ave estaba presente la noche en que Martín se presentó al jacal de Elodia y mostrándole unos billetes, le pidió caricias, pero la orgullosa bruja lo despreció por andar borracho, porque además era un hombre feo y obeso que no despertaba sus apetitos de mujer… no estaba dispuesta a entregarse a él ni por dinero.
Para Martín aquel rechazo fue toda una afrenta y no estuvo dispuesto a dejarla así, por lo que con la fortaleza de su corpulencia atacó a la hembra que gritaba horrorizada sin saber cómo defenderse, mientras que el cuervo revoloteaba también nervioso ante la agitación de su ama, que para él debió de ser incomprensible.
En medio del alboroto, a la infeliz Elodia se le ocurrió ordenarle a su mascota que atacara, por lo que el ave la emprendió a picotazos contra el atacante, a quien le buscaba los ojos. Pero Martín se protegía la cara con un brazo y con el otro tanteó el sitio hasta que su mano topó con lo que le pareció un hacha.
Detestable presencia
Con su mano libre abanicaba el arma a un lado y a otro, a ciegas, porque no podía ver, pero su intención era liberarse del animal.
Por eso no percibió cómo la histérica Elodia, al ver al ave en peligro, se expuso ella misma, por lo cual recibió un hachazo en el pecho, y al momento de ir cayendo le advirtió a Martín que se iría al infierno.
Entonces el cuervo revoloteó unos segundos sobre el cuerpo de su ama, y en un instante pareció estremecerse antes de emitir un graznido sonoro y espeluznante tras el que salió volando, seguido del asesino que evadió la responsabilidad de su crimen. Pero aunque los humanos no lo castigaran… el demonio estuvo presto para hacerlo.
Fue después de ello que Martín se mudó a las afueras del pueblo repudiado por todos y encima con la pegajosa presencia continua del ave tenebrosa que lo seguía como su sombra. Pero pronto llegó otro cuervo, y otro y uno más…
Murió con la maldición
Los cuervos habitaban donde Martín, y no era que él los criara, sino que se había convertido en su líder. Por las noches que la parvada llegó a ser de unos 200 animales había un cuervo más grande que un águila, y ese era el ave que el resto seguía: era Martín que calladamente cumplía su condena.
Nadie alcanzaba a comprender su nefasto poder… convertirse en un cuervo por la noche… Pero la paz se rompió la mañana en que un buen hombre, un ranchero, amaneció muerto. Le habían sido extraídos los ojos.
Una turba de gente fue a Martín y comenzó a apedrearlo mientras la parvada de cuervos salió volando despavorida ante el ataque, y hasta que todo había acabado, los indignados agresores se percataron que a cada pedrada que recibió el maldito, cayó un ave muerta, y al morir la última, murió el condenado también, para cumplir con su destino infernal.
Créalo o no…
Temible ave
Noche del crimen
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