(Recopilación Martha Santos de León) | Saltillo, Coah.- El arroyo del Pueblo guarda un gran misterio, dice Juan Marino Oyervides Aguirre en su libro “Cuentos y Tradiciones del Saltillo Antiguo”.

Relata que al final poniente de la antigua Calle de la Presa, ahora calle Luis Gutiérrez, en donde al terminar un antiguo trazo, en la época de la Colonia se cruzaba con el arroyo del Pueblo; dicen los ancianos moradores del lugar que sobre el mismo se construyó precisamente una presa o cortina que aún se puede apreciar hasta nuestros días, ahí detrás de la actual estación del ferrocarril. En ese lugar inicia la colonia Guayulera.

Viendo las autoridades de la ciudad que el agua, entonces cristalina, de las crecidas del arroyo habría de aprovecharla en retenes, dicen los historiadores que el calicanto fue levantado a principios del siglo 19, pero hay quien sostiene que fue a finales del mismo, su propósito fue aprovechar el agua para el regado de las parcelas de la antigua Nueva Tlaxcala (el pueblo) o también para la fabricación de ladrillos.

La cortina o calicanto de mampostería sirve asimismo para quebrantar la furia de la corriente del arroyo cuando ésta se crece.

Pues bien. Lo que a continuación relata Oyervides Aguirre lo supo por ancianos caleros y vendedores de cascajo que aún viven y tienen su morada cerca de la cortina y de las márgenes del arroyo.

Relatan los viejos vendedores de cascajo que la primera cortina a los pocos meses de levantada se abrió por la presión del agua, y que entonces un alarife venido del sur propuso que para asegurar la solidez del calicanto, se debía cumplir con una condición terrible y estrujante: construir en la base del mismo una especie de gruesa prominencia hueca en su interior, y lo más espeluznante de la proposición era que de sellarla, se debía colocar en dicho hueco un recién nacido y a su lado, una ánfora de cristal, llena de monedas.

La finalidad de tan descabellada medida era que al morir el niño sepultado, su espíritu daría solidez a la cortina, y que además, por los siglos de los siglos, avisaría con su llanto a los vecinos sobre alguna crecida fuerte, con horas de anticipación y en tal caso estuviesen preparados.

El llanto, se decía que por condición de orden sobrenatural, sería escuchado primero en el exterior, sobrepasando el espeso sello de piedras.

Cuentan los caleros que aquel malvado albañil con el propósito de asegurar su trabajo, aprovechó la oscuridad de la noche para hacer aquella obra siniestra, y que en efecto, han comprobado que un lloriqueo infantil se escucha hasta nuestros días, especialmente cuando Saltillo está seco y repentinamente llueve con abundancia allá por La Encantada, al sur del municipio. Ese es el anuncio de una crecida.

Asegura Juan Marino Oyervides que pudo observar cómo al pie de la cortina existe una prominencia que parte de la base y es mayor que el dique y en su parte superior, forma un semiarco escarzano, muere en uno de los contrafuertes, como si estuviese sellado algún hueco.

Incluso, Oyervides Aguirre dice que quien quiera comprobar la existencia de la protuberancia, puede observarla en el arroyo del Pueblo, rumbo a la Guayulera.

Créalo o no…