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Publicado el jueves, 29 de enero del 2009 a las 16:11
Ontario, Canadá.- Elisa cumplió su promesa, “regresó” a casa. Sus cenizas que viajaron desde Manila reposan ya en la sala. “Tuto”, su gato, como si reconociera su esencia, no se separó de la pequeña urna de color claro que ahora concentra el corazón valiente y el espíritu aventurero de la joven saltillense Elisa Loyo Gutiérrez.
“Lola”, para sus amigos del College (“la chef mexicana asesinada en Filipinas” para las noticias internacionales), y simplemente “Eli” para su madre y hermanas, fue víctima de la corrupción: asesinada en Manila por denunciar robos y malos tratos a los trabajadores ilegales. Su muerte es un golpe para el sueño de la globalización, de hacer del mundo realmente uno solo.
Entrevistados en Thunder Bay, en un conjunto de casas aplanadas por la nieve acumulada en los techos, la familia de Elisa, su madre Rosa de Guadalupe Gutiérrez, “Tita”; Dan Somerfield, y su mejor amiga, Ayesha Rage, tienen las pruebas.
Y no sólo se trata de la intuición de una madre, descartando la teoría de un suicidio como un mero acto de protección de la mente; tampoco de la experiencia de Dan Somerfield, trabajando con menores infractores, ni de los planes futuros confesados a Ayesha Rage; la familia de Elisa tiene dolorosa evidencia de la tortura y el sufrimiento ocasionado a Elisa.
Fotografías de la escena del crimen, sus últimos testimonios, el descartar un homicidio de un plumazo, todo apunta a que había problemas. Elisa quería volver y las autoridades Filipinas alimentaron el terror universal de cualquier madre: que sus hijos desaparezcan y no regresen jamás.
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