Internacional
Por AP
Publicado el domingo, 27 de marzo del 2011 a las 21:35
Nueva York, EU.- Luego de recibirse de médica en Bogotá, Maria Anjélica Montenegro hizo de todo: obstetricia, pediatría, emergencias, incluso cirugía.
Nada de eso le sirvió para los empleos que ha conseguido en Estados Unidos: vendedora, cuidadora de bebés, asistente médica.
El caso de Montenegro dista de ser singular, dada la tasa elevada de desempleo. Su situación refleja una tendencia que los investigadores llaman el “derroche de cerebros”: inmigrantes muy capacitados en sus países de origen no encuentran empleos que les permitan aplicar sus conocimientos y educación.
La mayoría de estos inmigrantes sólo consiguen empleos por debajo de su capacidad debido a problemas con el idioma, la falta de acceso a las bolsas de trabajo o problemas para revalidar sus credenciales. Para colmo, algunos son indocumentados.
Un análisis del Instituto de Políticas de Migración, dedicado a los problemas de inmigración, estima que de los 6,7 millones de inmigrantes con título universitario, 1,2 millones tienen empleos por debajo de su capacitación. El análisis, basado en una encuesta de comunidades de la Oficina del Censo, no distingue entre los inmigrantes legales y los ilegales.
El derroche de cerebros tiene consecuencias para los inmigrantes, los empleadores y la economía en general, dijo Jeanne Batalova, coautora de un trabajo de investigación del tema.
Para el inmigrante, significa obtener ingresos inferiores a los que podría ganar. Para los empleadores, significa menos mano de obra calificada en la oferta de trabajo. Adicionalmente, el país en general pierde la oportunidad de aprovechar a profesionales capacitados en zonas donde son escasos.
Hay “pérdida cuando el talento y el potencial humanos no se aprovechan al máximo”, dijo Batalova.
Nikki Cicerani, directora ejecutiva de Upwardly Global, una organización sin fines de lucro que ayuda a los inmigrantes documentados a encontrar trabajos en sus profesiones, dijo que muchos provienen de medios donde la búsqueda de empleo se realiza de manera distinta. No saben cómo trabajar dentro del sistema, sea para crear redes de contactos o redactar un currículo a la manera que esperan los empleadores.
La entrevista laboral suele plantear una grave dificultad. “En muchos países, lo que cuenta es el nivel educativo y la experiencia laboral”, dijo Cicerani, “mientras que en Estados Unidos lo decisivo es la entrevista”.
“Ellos no tienen claro cómo evaluar a un graduado extranjero, comparado con un candidato que estudió en Estados Unidos”, añadió Cicerani.
Montenegro llegó a Estados Unidos en el 2004, para cuidar a su madre, a quien se había diagnosticado cáncer de mama. Se quedó en el país luego de casarse con un hombre a quien conoció aquí y de convertirse en ciudadana estadounidense.
Ahora, vive en el barrio neoyorquino de Queens, con su marido y dos hijos.
La lengua fue el primer obstáculo que encontró Montenegro. Debió mejorar su inglés, pero también necesitaba trabajar.
Aceptó un empleo como cajera en un centro comercial cercano y, aunque pensó que era extraño el que un médico trabajara en un comercio minorista, al menos eso le ayudaría a dominar el inglés.
Luego se topó con obstáculos más grandes, que no eran eludibles ni con un inglés perfecto. Hay una serie de exámenes, el primero de los cuales cuesta 1.000 dólares, dijo Montenegro. Tiene también que completar su residencia médica, un requisito para todos los graduados de las escuelas estadounidenses de medicina.
Hay un número limitado de cupos para residencia, lo que intensifica la competencia entre los aspirantes, particularmente si son graduados de facultades extranjeras.
Montenegro tiene que aprobar un examen más antes de que pueda solicitar la residencia, un proceso que tomará al menos uno o dos años. No hay garantías de que sea aceptada para la residencia.
A veces, la mujer colombiana teme que nunca podrá ejercer la medicina en Estados Unidos.
“En muchas ocasiones me dan ganas de empacar mis pertenencias, tomar mi pasaporte y regresar a mi país”, dijo Montenegro. Al paso de los años, ha escuchado historias sobre el buen nivel de vida que algunos amigos suyos, médicos también, alcanzaron en Colombia, mientras que ella debe conformarse aquí con empleos de baja remuneración.
Aunque Montenegro entiende que sus estudios y su capacidad de dar una buena atención médica deben ser sujetos de evaluación antes de que se le permita laborar en este país, piensa que la necesidad de entrenar de nuevo como practicante general resulta absurda, pues ella tiene ya experiencia.
Señala que su caso representa un desperdicio de talento para Estados Unidos. La mujer destaca que podría prestar mucha ayuda, pues habla español y sería una profesional valiosa en cualquier comunidad hispanohablante que necesite atención médica.
“Estoy lista para hacer eso y ayudar a la gente”, aseguró.
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