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Expediente criminal: ‘El operario’

Por Pedro Martínez

Publicado el miércoles, 7 de diciembre del 2011 a las 00:13


El asesino luchó hasta donde pudo por hacer creer a las autoridades que se había tratado sólo de un accidente

Saltillo, Coah.- Mientras tomaba con su mano izquierda por el cabello a Estela y la jaloneaba de un lado a otro en la recámara de su casa, con su brazo derecho sostenía un tubo, el cual terminó no sólo por desfigurar el rostro de aquella mujer, sino que acabó con su vida misma.

A pocos días de que la Nochebuena se estacionara en Saltillo para aliviar los corazones malditos y las almas intranquilas, en la casa marcada con el 222 de la calle Polonia, en la colonia Europa, una nube obscura cubrió por completo el lugar y enardeció los instintos asesinos de un hombre. Corría el 16 de diciembre de 2005.

“Yo no le hice nada, ella se cayó, yo soy inocente”, fueron las palabras de Luis Javier Urbano Zamora, quien en el 2005 contaba con 20 años de edad y a quien se le encontró culpable debido a las pruebas periciales y a testimonios de varias personas.

SIN CULPA
La noche era joven ese 15 de diciembre de 2005 y un grupo de amigos estaba dispuesto a preparar una rica carne asada en algún lugar de Saltillo, eran Luis y sus compañeros de trabajo, Ricardo, Francisco y Miguel, quienes hicieron hasta la imposible para no desperdiciar aquel buen momento.

Con la mirada plena y la conciencia tranquila de saber que no le debían nada a nadie, los cuatro salieron de la empresa Tienda de Fábrica, Vitro Casa, ubicada en Allende, entre Lerdo y Múzquiz, en pleno Centro de la ciudad de Saltillo. Eran las 20:00 horas y la sed los consumía por completo.

Con algunos pesos de más en los bolsillos por ser día de pago, tanto Luis como Ricardo motivaron a sus compañeros a ir a una cantina a saciar sus deseos de fiesta y tratar de calmar el frío que en ese momento se sentía en la capital de Coahuila.

“Hace mucho frío como para estar en una casa al aire libre, mejor vamos echar algo en una cantinita”, comentó Ricardo Ramírez Martínez, uno de los que declararon ante el Ministerio Público horas después de que su amigo cometiera el asesinato.

Por la calle Allende, los cuatro trabajadores tomaron un taxi que los llevaría a un bar denominado Club, mismo que se localiza sobre la calle Hidalgo, antes de llegar a Presidente Cárdenas.

“Llegamos y pedimos una mesa; nos la dieron rápido, entonces comenzamos a tomar pura cerveza”, aseguró Ricardo.

La plática seguía, incluso las cervezas convirtieron aquella charla en debate; hablaron de futbol, de trabajo y hasta de las mujeres que los habían hecho pedazos en algún momento de sus vidas.

“Seguimos tomando, no paramos; la verdad estábamos muy bien”, confesó Luis en su declaración puesta en el expediente 252/2005, el cual se encuentra en el Juzgado Tercero del Ramo Penal.

El tiempo transcurrió rápido, las tinas cargadas de Tecate eran la constante. El reloj marcó la 1 de la madrugada y el día 16 de diciembre les llegó de sorpresa, es más, ni cuenta se dieron hasta que dos de ellos se decidieron retirarse.

“Como a la 1:15, Francisco y Miguel se fueron, dijeron que tenían que trabajar ‘tempra’, creo que entraban a las 9, pero Luis y yo decidimos quedarnos, todavía traíamos cuerda”, expuso Ricardo ante la autoridad hace seis años.

Así, con un lenguaje entrecortado por la sobredosis de “cebada” y con la mirada pérdida entre el caminar de las meseras y de las tinas, Luis y Ricardo seguían sentados en uno de los rincones de aquel bar de mala muerte, que sólo “derrumbaba a los hombres de poco aguante”.

“Nos dieron las tres y media; en eso nos dicen que ya iban a cerrar, que si por favor pedíamos la cuenta”, argumentó.

Con el trastabilleo común de quien se pierde en el alcohol, los compadres salieron de la cantina, se pararon a un costado de la entrada y comenzaron a planear qué hacer para llegar a sus hogares.

“Le hablé a un primo, se llama Carlos Sifuentes, quien fue por mí, por eso le dije a Luis que se fuera con nosotros a la colonia San Ramón, lugar en donde vive mi novia, ya que me iba a quedar ahí con ella”, manifestó Ricardo.

En el vehículo compacto, los dos amigos seguían conversando sobre el tema más importante y que dejaron pendiente en la mesa oxidada de la cantina: las mujeres.

Pero antes de llegar a la casa de la pareja de Ricardo, los trabajadores decidieron que el primo detuviera el automóvil sobre la calle Escuela: “Nos tomamos una última cerveza, nos bajamos y lo acompañé hasta LEA, de ahí ya no supe nada de él”.

PERDIDO EN EL ALCOHOL
Las 4:00 horas del 16 de diciembre. Por el periférico Luis Echeverría Álvarez transitaba Sotero de Jesús Rodríguez en su vehículo del servicio público local 1998, pero una sombra que en realidad no alcanzó a distinguir le hizo la parada.

“Él se subió y me dijo que le diera para el Dorian, para esto yo presto servicio en ese bar y en el llamado Angelus”, comentó.

El bar, el cual en este 2011 todavía atiende a los hombres necesitados de amor, pero principalmente a aquellos que son adictos al sexo de poco costo, se ubica en calle Camino Real, de la colonia Avícola.

La velocidad era mínima y de todas maneras llegaron pronto al congal: “Espéreme aquí por favor, vengo por una ‘puta’”, refirió Urbano Zamora.

Al bajar, la mirada de un hombre de 1.88 de estatura lo intimidó, pues observó de manera detallada cuál era su estado y cuáles eran realmente sus intenciones, ya que no daba la confianza necesaria.

Se trataba de Saúl Ramírez Vargas, un guardia de seguridad del bar Dorian, quien desde hacía años era el encargado de decidir quién entraba y quién no, por ello también era conocido como “El Cadenero”.

“Llegó y me preguntó si conocía a ‘Wendy’ (Estela) y que por favor le llamara, a lo que le dije que no iba a hacer nada de lo que me pedía”, comentó el guardia en una de sus declaraciones.

Su insistencia, llevó a Luis a pedir permiso para ingresar, pero Saúl volvió a dejar en claro quién era el que mandaba a las afueras del congal deprimente y de mujeres fáciles de tratar.

“Si no me vas a dejar entrar y tampoco me vas a traer a mi ‘Wendy’, entonces tráeme a una vieja güera, bien buena”, fueron las palabras que “el asesino” le dijo al guardia de seguridad.

EL ENCUENTRO
En eso, a las 5:30 horas, una mujer salió del establecimiento; un vestido entallado color negro la distinguía, su figura, exquisita, pero voluptuosa, llamó la atención de Luis; era Estela Goujón Galindo, mejor conocida en el bar como “Wendy”.

“Entonces qué mamacita, te vienes conmigo”, le preguntó Luis a “Wendy”, a lo que ella contestó. “No, yo no me voy contigo, qué, acaso me vas a pagar”.

Estela, quien llevaba cuatro años trabajando como bailarina en el tugurio, era una persona querida por sus amigas, incluso sabían que lo que ganaba por las noches era simple y sencillamente para sus hijos.

“Me habló una amiga el 16 de diciembre para decirme lo que había pasado; no lo podía creer, me dijo que era un tal Luis y que ya había ido al bar antes”, enfatizó Norma Leticia Ponce Lozano, compañera de trabajo y amiga de Estela, “buena amiga, buena madre, no entiendo por qué le hicieron eso”.

Pero tanto Norma como “Susy” sabían que a aquel hombre lo habían visto antes. Y fue así que sus mentes recordaron aquella noche del 13 de diciembre en la que Luis, en compañía de un amigo, ingresó al lugar.

“Recuerdo que ‘Wendy’ los llevó a uno de los sillones, y vaya que lo recuerdo bien, pues los sentó atrás de mí y fue cuando les dijo frente a mí: ‘Mira lo que les voy a traer’, ‘Verdad que sí chiquita’”.

En eso, mientras Estela les mostraba cada uno de los encantos de su cuerpo, Luis y su acompañante disfrutaban, pero hablaban en secreto, al oído, sin permitir que algún murmullo se escapara.

“Después de ese momento, Estela anduvo muy seria, la verdad no sabía qué era lo que le pasaba, pues se nos hizo raro, porque ella siempre ha sido una mujer muy alegre, es más, no tomaba y tampoco fumaba”, expuso en su declaración ante la autoridad ministerial en el 2005.

Por eso, cuando vieron la publicación de un medio local (el día 17 de diciembre), en el que decía que la vida de la mujer, la madre, pero sobre todo la mejor bailarina del lugar había sido asesinada de manera brutal, se sorprendieron sobremanera.

‘DULCE MUERTE’
Ya en el taxi, Luis y Estela iniciaron con sus caricias contenidas, primero, la mano del asesino se deslizaba por la entrepierna de la mujer, después, grotescamente, comenzaron entregarse a una pasión desenfrenada.

De pronto, Sotero (el taxista) se sorprendió; un fuerte sonido lo alertó y lo llevó a voltear su cabeza para observar lo acontecido. “Una cachetada muy fuerte le dio, después la golpeó en diversas ocasiones, yo intenté detenerlo, pero no pude”.

Sólo unos segundos transcurrieron y el taxi ingresó a la colonia Europa, dio vuelta a su derecha en la primera cuadra que pudo y se internó en la calle Polonia para posteriormente parar la unidad en el número marcado con el 222.

“Se bajan los dos y le dice la mujer: ‘Ya págale güey’, pero en eso el joven le da un manotazo y la avienta hacia un barandal, en donde ella se pega”, comentó el ruletero.

Ebrio, con la mirada perdida, Luis Javier abrió la puerta de la casa de su tío, Román Zamora Martínez, un trabajador de la industria que prestaba su hogar a sus jóvenes sobrinos para que lo utilizaran como sitio de desahogo, de fiesta y de deseo.

En el interior del 222 de Polonia, la pareja se dirigió a la recámara principal de la casa, aquella que sólo contaba con lo necesario. En la planta baja, un sillón para tres personas, un comedor con cuatro sillas y una estufa; en el segundo piso, sólo dos cuartos, uno de ellos con cama y un pequeña mesita de madera que sostenía un televisor de pocas pulgadas.

Antes de acostarse, “Wendy” se acomodó el vestido entallado color negro y caminó sensual para exhaltar los ánimos de Luis, quien deseoso, pero más borracho que nada, siguió el juego.

Así, mientras besaba el cuello de Estela, el mercenario del amor comenzó a bajar el cierre que se encontraba en la espalda del vestido.

De las caricias, de los besos, de los toqueteos comunes de una pareja perdida en el alcohol, pasaron a la cama, desnudos, con el único deseo de terminar con lo que habían empezado.

“Tuvimos sexo, después nos quedamos dormidos, pero algo pasó…”, comentó Luis Javier Urbano Zamora.

“El asesino” abrió sus ojos, vio entre el abrir y cerrar a una mujer desnuda, pensó que no era nada, incluso lo llevó a conciliar el sueño por unos cuantos segundos más.

Pero no fue así, volvió en sí y se dio cuenta de que “Wendy” estaba buscando entre su ropa la cartera, y la encontró, fue en ese momento que Luis saltó de la cama y forcejeó con ella hasta que lo llevó a cometer algo que jamás había pensado.

“Ella se cayó y murió; se pegó muy fuerte en su cabeza, por eso murió”, argumentó.

A TUBAZOS
Era su verdad, tenía que defenderla hasta que no se le comprobara lo contrario, por eso Luis Javier luchó hasta dónde pudo e hizo creer, por momentos, a la autoridad que todo se trató de un accidente.

Los días pasaron, el presunto homicida sentía que había logrado convencer a la autoridad, pero no fue así, personal de Servicios Periciales así como de la desaparecida Procuraduría General del Justicia del Estado de Coahuila comprobaron lo contrario.

Estela Goujón fue masacrada a “tubazos”, uno a uno fueron rebotando en su cráneo, una y otra vez; su rostro, el cual quedó desfigurado, recibió la furia de Luis quien, enojado por el simple hecho de ser una mujer de las llamadas de la “vida galante”, la asesinó sin misericordia.

Después, cuando se dio cuenta de lo que había hecho, trató de limpiar la escena para que nadie lo culpara; tomó las sábanas blancas de la cama y la envolvió.

“Sacó el cuerpo de la casa y lo arrastró aproximadamente 40 metros; dejó un camino de sangre, el cual provenía de la casa en donde la asesinó”, éstos son algunos argumentos periciales que se encuentran expuestos en el expediente 69/2007

Y fue en la esquina de Polonia y Privada, de la colonia Europa, en donde el cuerpo de la mujer que vivía sólo por conseguir unos pesos para sus hijos terminó sin vida.

Por eso, la autoridad del Juzgado Tercero del ramo penal decidió sentenciar a Luis Javier Urbano Zamora a 34 años y 6 meses de prisión por el delito de homicidio calificado, cometido con brutal ferocidad y ventaja.

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