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Faro Rojo: La aparición de la Virgen

Por Ruta Libre

Publicado el lunes, 30 de octubre del 2017 a las 17:05


El robo de un objeto sagrado le quitó la tranquilidad y el sueño

Por: Rosendo Zavala

Saltillo, Coah.- Extasiado por la reveladora imagen que se postraba frente a su cama, Pepe “escuchaba los mensajes de la Virgen” que le calaban hasta el alma, porque el remordimiento de haber atracado la iglesia del ejido perturbaba su sueño todos los días.

Abriendo los ojos como felino para ver entre la penumbra del cuartucho donde dormía, el chamaco se pasmaba cuando la luz de la pieza se apagaba, porque justo en esos momentos comenzaba el peregrinar de visiones que lo hicieron entregarse ante la policía.

Insomnio maldito

Fastidiado porque el calor de la noche lo trataba sin piedad, José deambuló entre los pasillos de la humilde casita que compartía con sus padres en el camino a Los Ramones; el sopor del verano resultaba incontrolable y en un intento por evadir la naturaleza salió a la calle.

Durante varios minutos el puberto de infancia triste recorrió las veredas sin pavimentar de la colonia donde sorteaba el destino, divisando a la distancia las luces del edificio religioso, hasta donde llegó para admirarlo con malicia.
Contemplando la emblemática figura del templo donde hizo la Comunión, recordó que ese ritual religioso le dio uno de los mejores momentos de su vida en familia, por lo que decidido a revivir esos momentos ideó la forma de meterse al inmueble.

Sin problema, derribó la cerca de alambre que resguardaba al Señor de los Milagros y de repente se vio frente al acceso principal del recinto, abriéndolo a golpes y destrozando el vidrio de la ventana, que le permitió entrar al centro religioso.

Deslumbrado por lo que tenía frente a sus ojos, avanzó algunos metros hasta llegar al sitio donde, con un desarmador, retiró el sagrario dorado que resguardaba las hostias bendecidas en la misa del domingo por el padre Fernando.

Sacrilegio mayor

Visiblemente agitado, Pepe salió de la casa de Dios abrazando el objeto de su pecado. Corrió para llegar a su casa y resguardarlo en el patio, donde dejó pasar la noche en un intento por eludir a algún testigo.

Y es que el odio de los feligreses al enterarse del sacrilegio se acrecentó porque el robo se perpetró en víspera de Semana Santa, comenzando la cacería policiaca para dar con el paradero de quien había concretado semejante profanación.

Mientras los católicos de la zona exigían que se hallara al causante de tan grave pecado, Pepillo se divertía destrozando el sagrario de donde sacó las hostias que se comió sin gusto, porque terminó tirándolas al considerar que se trataba de simples papeles redondos.

Aun así, optó por esconder su delito, cavando el pozo en el patio donde escondió la pieza hurtada, que permaneció en su poder hasta que las fuerzas divinas lo obligaron a ceder en su inocente y maléfico actuar.

Justicia divina

Durante dos semanas el ladronzuelo durmió bajo la sombra del terror que le producía un potencial encuentro con la policía, ignorando que sería algo más que eso lo que le convencería de pagar su osadía con barrotes.

Cada noche, el menor intentaba dormir, pero una luz fulgurante que se proyectaba en la pared le impedía cerrar los ojos y entonces la imagen de la Virgen le pedía con insistencia que detallara su mala obra ante las autoridades para que sanara su alma por completo.

Así, las palabras de la divinidad lo acosaban e hicieron mella en su conciencia, perdiendo las ganas de dormir, ya que el deseo de limpiar su alma se imponía a cada instante, mientras sus padres contemplaban un cambio de actitud que resultaba incomprensible.

En otra parte, la policía redoblaba esfuerzos para complacer a la multitud iracunda que exigía resultados, sabiendo que el sacrílego se encontraba entre ellos, pero que se escondía bajo la sombra del anonimato.

Días después, agentes ministeriales tocaron a la puerta de Pepe que, imaginando su destino, abrió sin miedo para encararlos de frente, narrando la triste historia que lo atormentaba y que describió para solicitar que lo hicieran pagar su error con cárcel.

Abatido porque la realidad lo había alcanzado, el adolescente sin futuro llevó a los oficiales hasta el patio, donde empuñando su talache comenzó a excavar un pozo, sacando los objetos que tenía escondidos, para entregarlos a las autoridades eclesiásticas que habían llegado con las autoridades para atestiguar en persona la justicia divina.

Con un semblante de aparente arrepentimiento, José acompañó a los oficiales hasta las oficinas, donde quedó bajo arresto, recuperando la libertad cuando el Ministerio Público determinó que había incurrido en un delito calificado como no grave, por lo que tras pagar una fianza volvió a su casa con la conciencia tranquila, seguro de que la Virgen le había perdonado.

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