Espectáculos
Publicado el martes, 6 de diciembre del 2011 a las 16:05
Guadalajara.- ¿Quién no se ha sentido perdido en las fiestas, ávido de bellas compañías, temeroso de acercarse a las jóvenes hermosas que tienen el poder de enamorar a quien las mire? Son pocos los que pueden jactarse de no tener, aunque sea un poco, maltratado el corazón. Fernando Iwasaki miró al pasado, hacia su propia historia de descalabros sentimentales, para crear “El Libro del Mal Amor”, editado por Cal y Arena.
El escritor peruano participó en distintas actividades de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), que concluyó el pasado domingo, y habló con Zócalo sobre una obra que busca las arterias divertidas de un corazón herido, y que utiliza como hilo conductor algunas citas del “Libro de Buen Amor” del Arcipreste de Hita.
El peruano es un seguidor de clásicos como “La Iliada”, “La Odisea”, “La Divina Comedia”, “El Quijote”, y la mayoría de los libros del Siglo de Oro. “Siempre he pensado que los clásicos no deben envejecer, no deben dejar de ser leídos”, señala. Y justo con la intención de que una novela del siglo 21 dialogara con un clásico medieval, nació la idea de un “Libro del Mal Amor”, un “título lo suficientemente sugerente como para inspirar lo que he escrito”.
“Siempre me ha interesado escribir sobre temas que todo el mundo considera solemnes, serios a veces, incluso trágicos, el desamor es uno de ellos. Tengo otros libros dedicados a otros temas igualmente solemnes como el dolor físico, el erotismo, la inquisición, el terror, pero en este libro en particular yo estaba absolutamente convencido, en mi propia experiencia, que escribir sobre el desamor era algo bastante divertido, porque lo único que te exige es la dosis suficiente de sinceridad y de sentido del humor como para que lo que a ti te ocurrió pueda ser extendido a otros lectores y otras personas. Cualquiera podría escribir su propio libro del mal amor”, explica.
Aunque las chicas pueden tener una experiencia distinta a la masculina, al final “todos nos hemos enamorado en vano alguna vez, creo que todos hemos sufrido noches de insomnio por culpa de algún tipo de fracaso sentimental”.
“Creo que verdaderamente se puede reír uno de sí mismo, si analiza estas historias mirándolas por el espejo retrovisor de la memoria y teniendo la suficiente alegría como para reírse de los papelones que uno ha hecho. Yo he hecho tantos papelones por amor que los encuaderné y me salió un libro”, dice con una sonrisa.
Por el libro desfilan una serie de mujeres que, desde el colegio hasta la juventud, dejaron con el corazón en la mano a Iwasaki, un desamor que se tradujo en una novela capaz de provocar las risas cómplices de los lectores.
“Es verdad que el amor dichoso no tiene historia, yo pienso en el inicio de ‘Ana Karenina’ de Tolstoi, que dice literalmente ‘Todas las familias felices se parecen, las infelices lo son cada una a su manera’. Esa es una gran verdad, la literatura nace de esa infelicidad, nace de esas tragedias, digresiones, de esas distorsiones y transgresiones; y la felicidad es muy difícil de narrarla a no ser que feliz sea el que lo narra, y que por lo tanto tú puedes hablar del mal amor desde el buen amor. Yo creo que eso es lo que a mí me protege y me salva, el saber que me siento contento y satisfecho con la vida que tengo, no envidio para nada el haber vivido de otra manera, ni haber conocido necesariamnete de otra a forma a las personas que aparecen en esta novela, en lo absoluto. Creo que si me hubieran hecho caso yo no sería quien soy”, confiesa.
En la novela destaca una mujer mexicana, a quien conoció en el Archivo de Indias, en España. Además de la atracción por una chica que lo obligó a improvisar su propio grupo de mariachis para llevarle serenata, esta historia refleja la conexión que tiene Latinoamérica con nuestra nación.
“México es un país que a todos los latinoamericanos siempre nos ha parecido que nos concierne, es un país que por su música, cine, literatura e idiosincrasia, siempre nos ha tenido muy cerca a los peruanos, colombianos, argentinos, chilenos. Creo que todos somos un poquito mexicanos”, concluye.
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