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La cena de lo necesitados

Por Rosalío González

Publicado el sábado, 31 de diciembre del 2016 a las 10:06


Dos historias de mujeres que encabezan familias que enfrentan la adversidad

Saltillo, Coah.- ¿Qué cenarán en Año Nuevo los que hasta en un día normal no cenan?, esta es la historia de dos hogares, dos abuelas que se han hecho cargo de sus nietos: a la primera su casa se le incendió un mes después de que su hija, dedicada al sexoservicio, se suicidara por depresión; la segunda fue una mujer golpeada, padece discapacidad motriz y apoyada en una carriola pepena latas de aluminio y plástico transparente.

Huevo con chorizo y refresco

Nació en Sombrerete, Zacatecas, debajo de un árbol ficus. Viene de un vientre “incapacitado” para concebir. “Mi mamá fue una alcohólica y golpeadora, la peor de las madres”, dice María de los Ángeles Vallín, 45 años después de aquel nacimiento.

El alcohol fue su primer enemigo, le provocó una discapacidad congénita en la pierna izquierda. Por eso renguea y tiene que apoyarse en la carriola que encontró en la basura, donde trabaja buscando el sustento de su familia.

Hace 22 años conoció a su esposo José Solís, 30 años mayor que ella. La exesposa de él embrujó a María –cuenta–, y producto de esa maldición ahora no tiene cabello, le queda apenas lo necesario para recordar el color y grosor de su cabellera. Se tapa la carencia con una ancha diadema.

Tienen dos hijos, ninguno de los dos se acuerda de ellos, los olvidaron en el tejabán de la colonia Morelos Quinto Sector, a donde llegaron cuando don José decidió vender su casa a un hombre que nunca se la pagó y que abusó de su confianza, “y al final ni dinero ni casa”.

Cuando la más pequeña de sus hijas se fue les dejó a Juanito, el único nieto que tienen de 2 años y medio. “Se fue con un hombre y no volvió, no se acuerda que tiene hijo”, dice María, sin rencores, “todos los pájaros terminan volviendo al nido”.

Juan todavía toma biberón, duerme en un cuarto lastrado al que hay que taparte los huecos cada que el aire lo golpea. “Hemos tenido una vida de perros, pero seguimos vivos”.

Para Año Nuevo van a cenar huevo con chorizo y un refresco de sabor cola en una botella de varios litros y que ofrecen las tiendas a precio económico. “No hay para más, nosotros sacamos 30 o 50 pesos al día”, por su trabajo pepenando en los mercados ambulantes y la basura.

Su cocina es una parrilla de dos pilotos, “casi siempre sin gas” y que conoce pocos ingredientes de cocina. “Siempre comemos huevos, bueno cuando alcanza y le ponemos tortilla o chorizo o frijoles”. La prioridad es la leche y la comida para el pequeño Juan.

Para este fin de año han acumulado aluminio dos semanas seguidas y el producto de su venta es todo el presupuesto que tienen para la cena de hoy. “Nunca nos hemos enojado por la forma en que nos tocó vivir, estamos acostumbrados, créame, somos felices porque seguimos vivos”.

Sí, son felices: Juanito no deja de sonreírle a la cámara, a su perro pelos alborotados. José no deja de bromear sobre su pobreza, es ácido, se ríe de la vida con los pocos dientes que le quedan. María entra y sale de su casa, hacendosa, trabaja para los tres y ya no espera a los hijos que se fueron. “No espero nada de nadie”.

Mi mamá fue una alcohólica y golpeadora, la peor de las madres”.

Mi hija se fue con un hombre y no volvió, no se acuerda que tiene hijo”.

Nunca nos hemos enojado por la forma en que nos tocó vivir, estamos acostumbrados, créame, somos felices porque seguimos vivos”.

Tortillas con salsa

Nikita murió el pasado 17 de septiembre, se suicidó, no soportó más la depresión, el hombre con el que vivía la golpeaba y la explotaba económicamente. “Mi hija trabajaba en la zona de tolerancia, mantenía a su hijo, a su sobrino y a mí”.

Le decían Nikita, pero se llamaba Diana. “Era delgada, presumida y bonita, sus amigas de la zona la recuerdan mucho”, porque apenas tenía 26 años y la esperaba mucha vida. Se la quitó porque no supo salir, no la juzgo”.

Juan Marcos es hijo de Diana, tiene 11 años, cursa quinto año de primaria y cuenta con los dedos los días sin su madre. “Se murió un sábado”, dice y corre hacia la calle, ¿apenado, enojado, triste?

Dos meses y medio después de la tragedia familiar, doña María, quien padece diabetes, salió de su casa al Centro de Salud para la supervisión rutinaria de su enfermedad. Dice que no dejó nada encendido en casa, “no había nada y aun así se incendió”.

El fuego consumió todo: madera, plástico, ropa, muebles, la despensa, todo y no quedó nada. Ninguno de los vecinos pudo apagar el incendio que comenzó a las 16:00 horas del jueves 1 de diciembre, “no había agua que alcanzara”.

Ahora son dos los niños que están bajo la responsabilidad de doña María y su esposo, que trabaja en el departamento de limpieza de una fábrica, en la que tuvo que hacer dos turnos para poder completar las láminas agujeradas con las que han reconstruido su tejabán. “Los políticos vinieron y me prometieron”, se fueron y la dejaron igual.

Este Año Nuevo van a celebrar con tortillas y salsa, no hay más. “No alcanza para carne, ni siquiera de pollo que es la más barata. Somos cuatro personas, entonces hay que comer lo que hay”. La verdad que no hay suficiente dinero ni para completar las láminas que faltan para tapar el frío y el aire, menos para “los lujos de una cena”.

Juan Marcos y su primo Dylan llevan su dolor a cuestas. Ahora comen fresas, se las regalaron, pero no olvidan a su madre, ni al desgraciado de Santa Claus que por enésima vez no les ha traído nada para Navidad.

“Los pobres así vivimos”, no es cosa de imaginación, es la realidad pura y dura. Desde hace mucho ya no nos alcanza para comer bien, mucho menos para salir de la colonia o para tratarnos una enfermedad”, dice María, quien usa una sudadera con gorro para tapar su cabello despeinado, no tiene muchos ánimos de arreglarse.

Cayó en depresión por la muerte de su hija, la impotencia de ver su poco patrimonio destruido la marcó de por vida, la desmoronó, “tomé medicinas para dormir”. Por el bien de todos, ya las dejó, ahora va despierta con su dolor.

“Las personas que dicen que están mal o que se quieren morir, volteen a verse y vean que hay quienes estamos mucho peor y seguimos aquí”.

No alcanza para carne, ni siquiera de pollo que es la más barata”.

Mi hija trabajaba en la zona de tolerancia, mantenía a su hijo, a su sobrino y a mí”.

Los pobres así vivimos, no es cosa de imaginación, es la realidad pura y dura”.

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