Internacional
Por Agencias
Publicado el sábado, 28 de enero del 2017 a las 21:57
Ciudad de México.- Refugiado y que fue aceptado en Grecia, Moufid se encuentra en la busqueda para tener acceso a Alemania. Zahara piensa en el invierno en Suecia y disfruta de momento de clima en el mediterraneo de los Balearos. Tariq fue negado para entrar a Francia pero espera un día estar en Holanda.
Los refugiados de Oriente Medio que llegaron hasta Grecia siempre soñaban con uno u otro país. Pero desde el cierre abrupto de la ruta de los Balcanes hace un año, casi siempre deben adaptarse a cambios de destino según las respuestas de las distintas naciones y sus burocracias.
Moufid viene de Alepo, en Siria. Intentaba llegar a Alemania, donde vivió diez años de joven y donde todavía hoy vive gran parte de su familia. Pero el cierre de la ruta bloqueó al sexagenario en Grecia, donde, de todas formas, consiguió su estatuto de refugiado.
Ahora ese estatuto le permite ir regularmente a Alemania durante tres meses y reencontrarse con su familia, incluyendo su hija de 16 años.
Moufid ha renunciado a instalarse ilegalmente y, con sus papeles en regla para la Unión Europea, apuesta en cambio por lograr permiso bajo el concepto de reagrupamiento familiar.
Entretanto, no duda en aconsejar a sus compatriotas jóvenes a los que frecuenta en Grecia que hagan como él. “Salvo la falta de trabajo, aquí es todo más llevadero”, les explica.
Para Tariq Wady, resulta impensable quedarse el resto de su vida en Atenas y una vez que consiga su estatuto de refugiado piensa partir legalmente y lo antes posible hacia Holanda, de ser posible.
“Quizás me tome diez años, pero lo haré”, cuenta este joven de 25 años y profesión arqueólogo y quien en su Damasco natal se había ya reconvertido al comercio hasta que huyó del país para escapar al enrolamiento forzoso en el ejército gubernamental.
Llegado a Grecia después del cierre de la ruta de los Balcanes, Tariq postula para la relocalización, programa que permite a los refugiados, en especial sirios, ser admitidos legalmente en algún país de la Unión Europea, aunque sin capacidad real de elección en cuál.
Ya intentó Francia, impulsado por un reencuentro amoroso, pero la candidatura, en un primer momento tomada en cuenta, al final fue rechazada “sin explicaciones” después de siete horas de entrevistas con los servicios migratorios franceses.
“Todavía no entiendo la razón”, se lamenta y descarta que me “hayan tomado por un terrorista”. Pero Tariq se niega a bajar los brazos. “Hay que saber adaptarse”, remata.
Adaptarse es la palabra clave también para Zahra, de 16 años, quien junto con su madre, Houda, pedía y pedía que la dejaran ir a Suecia, donde viven los dos hermanos mayores de la adolescente.
Pero a finales del año 2016, las administraciones le informaron de que sería admitida bajo el cálido sol mediterráneo de las islas Baleares.
Desde entonces, ya en Palma de Mallorca, Zahra estudia español a marchas forzadas y ya ha hecho tres amigos en el curso de idioma, ha escrito.
Respecto de su madre, cuenta, “al principio estaba triste, pero ya se hizo a la idea”.
Pero algunas veces el programa de relocalización cumple los deseos de los aspirantes. Hevin, una madre de familia de 43 años y alojada con sus cuatro hijas en un refugio para migrantes, acaba de recibir la luz verde para reunirse con su hijo instalado en Suiza.
Esa era su meta desde que abandonó Alepo hace tres años. Pero incluso ahora no duda en afirmar que, si la situación siria mejora, su objetivo es volver a su casa.
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