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Malayerba, Crónicas Rulfianas

Por Rodolfo Naró

Publicado el martes, 17 de enero del 2017 a las 10:05


El libro de Javier Valdez muestra la violencia cotidiana del norte de México.

Saltillo, Coahuila.- Aseguraba Federico Campbell, amigo y colaborador de Javier en Ríodoce, que todos somos hijos de Pedro Páramo, y no estaba tan equivocado. Releer Malayerba de Javier Valdez Cárdenas no me ha significado remontarme al pasado, pues este libro en su segunda edición, también de Editorial Jus, significó el arranque de un periodista como escritor de libros.

Leer Malayerba, “un viaje estremecedor a la violencia cotidiana en el norte de México”, es remontarse al tiempo de Rulfo, de un país donde todo sigue igual. Quizá Pedro y Julio, los niños de Armas de Juguete, primera crónica del libro, ya no jueguen a ser sicarios porque ya están a tres metros bajo tierra. Quizá los morros de Video Escolar ahora ven las torturas del narco más nítidas en los nuevos iPhone. Quizá ‘La Chepa’, en La Enfermera, una mujer que decidió entre el narco y el estudio, aún atiende en el hospital a aquellos que llegan baleados: sus vecinos, sus amigos de toda la vida.

En siete años –tiempo que ha pasado entre la primera y la segunda edición del libro–, la vida en México sigue igual o peor, somos el país donde la vida involuciona, vamos para atrás como un cangrejo ciego. Javier Valdez lo intuyó desde su primer libro, De Azoteas y Olvidos, publicado en 2006, y lo sigue constatando en los siguientes, media docena de libros, Malayerba, Mis Narco, Los Morros del Narco, Levantones, Con una Granada en la Boca, Huérfanos del Narco y Narcoperiodismo. Los libros de Javier son un reloj de arena que se atascó con una gran piedra, en ellos el tiempo es circular, asfixiante, sin esperanza y sin olvido.

Los personajes de Malayerba, son esos mismos seres sin mañana que describe Juan Rulfo en El Llano en Llamas, sólo que ahora “volante a la puerta”, creen tener “el futuro asegurado”. ¿O será que el futuro es fugarse con un narco a los 16 años?, como lo narra Valdez Cárdenas en Ruda y Brillante. ¿Cuántos Anacletos Morones, Macarios, Tanilos y Matildes hay en Malayerba?, muchos.

Sola es una joya que al leerla me sonaba a la voz de Justino en Diles que no me Maten, esa voz dolorosa cercana al miedo y al olvido. Sólo que en las crónicas de Javier, muchos personajes no tienen nombre porque no lo necesitan, porque son gente que conocemos. Los habitantes de Malayerba son nuestros vecinos, primos, cuñadas, hermanos, somos nosotros mismos. La Chelo, Toño el alcalde, el Juanito, pisan la misma tierra apretada de Talpa, pero en Sinaloa. Ellos, nosotros, somos los herederos de Rulfo. muerte y poder

Los personajes de Javier son matones, asesinos, putillas o hijos de la chingada, pero también, como los de Rulfo, tienen una misma característica: son orgullosos, lo leemos en su crónica Velador, la historia de aquel pistolero de los años 70, ya venido a menos, que venga su honra mancillada. Un matón de los buenos que se salvó. ¿Habrá escapatoria, habrá un futuro al volante? Me pregunto, leyendo Malayerba, ¿se puede salir? ¿Salirse de esa vorágine de muerte y poder, dinero y corrupción que es el narco? La respuesta la encontré en Presentimiento, la crónica de un secuestrador a quien se le prende y apaga el semáforo de la conciencia y un día decide, por un buen presentimiento, salirse, escapar, dejar a los amigos colgados de la brocha en pleno secuestro y sólo él se salva.

Malayerba es un libro para leerse más de una vez. En esta, mi segunda lectura, más profunda que la primera, me deslumbraron los morros que juegan a narcos, me enamoraron las buchonas y me salpiqué de sangre de tanta balacera; ahora no, más allá de esas crónicas empapadas de nota roja, Valdez Cárdenas me sorprende con sus silencios, lo que no cuenta nos dice más, es aún más terrible.

En La Conversación, ¿qué escuchó aquel hombre en el motel en el que trabajaba? ¿Qué dijeron esos huéspedes que lo perturbó tanto hasta dejarlo todo y enloquecer? O en El Aprendiz –uno de las nuevas crónicas de esta segunda edición–, ¿mataron al narquillo aquel con los dos balazos que cuenta Javier? ¿Dos balazos sin oírse, ¡pum, pum!? En esta segunda lectura constato en Cartón Piedra, una de las cumbres narrativas del libro, el oficio periodístico de Javier que, después de una balacera en un centro comercial, entre la sangre, vidrios rotos y el olor a pólvora, pudo ver a un maniquí herido de muerte.

Entre bala y sangre

Conocí a Javier Valdez Cárdenas hace más de 15 años, mi libro de poesía, Del Rojo al Púrpura, llegó a sus manos y como Javier es de dedos calientes, me escribió un mail en donde me decía que le había gustado mi libro. Durante 10 años nos escribimos correos, nos actualizábamos uno del otro. Luego surgió la amistad en común con Federico Campbell, vino la primera edición de Malayerba y Javier quiso que Elmer Mendoza y yo la presentáramos en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara del 2009. Hasta ese día Javier y yo por fin nos vimos la cara.

Ahora, siete años después y con casi una docena de nuevas historias, constato por qué a Javier le gustó mi libro, porque entre tanta bala y tanta sangre, también se puede escribir poesía, como lo hizo Rulfo en El Llano en Llamas, como lo hace Javier en Malayerba.

Al leerlo constato lo que aseguraba Campbell, desde Tijuana hasta Mérida, todos vivimos bajo el peso de la misma moneda, vivimos a cara o cruz, somos los herederos del viento de Luvina y ese parece ser nuestro destino. Porque todos, efectivamente, somos hijos de Pedro Páramo.

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