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Narcocorrido: la música que narra el terror

Por Agencias

Publicado el miércoles, 14 de diciembre del 2016 a las 08:12


Una vorágine de enfrentamientos, fiestas, camionetas y mujeres, que se cuenta en dos tonos.

Ciudad de México.- Van 10 años de narcoguerra en México y el impacto que ha provocado en el imaginario colectivo apenas empieza. Una vorágine de enfrentamientos, sicarios, secuestros, extorsiones y amenazas han colmado las conversaciones, han llenado estanterías de libros, han atiborrado películas y se han instalado en la cotidianidad de millones de mexicanos.

Su influencia en diferentes sectores sociales ha sido determinante para la reorganización de colonias, para el replanteamiento de hábitos de vida. Nos hemos adaptado a los tiempos que corren. La actividad social, sobre todo la nocturna, se ha transformado a fondo en varias ciudades.

Existe, también, un nuevo caló lleno de términos característicos, que lo mismo se usa en norte, que en el sur. Son tiempos de guerra.

Una de las manifestaciones más intrínsecas al narcotráfico ha sido la música. En menos de 10 años, el narcocorrido pasó de estratos sociales bien específicos, a convertirse, casi casi, en un género familiar.

‘DE POCO, A TODO’

A principios de siglo 21, el narcocorrido apenas era un subgénero dentro de la música norteña que poco a poco ganaba terreno. Este tipo de música hablaba de organizaciones criminales recientes, de enfrentamientos entre contemporáneos y también actualizaba la manera de contar historias: incluía claves, nombres (nombres que muchas veces eran reales y que después veíamos en las noticias) y un habla que años después, se popularizó en todo el país.

Estas composiciones apenas eran una incisión dentro de la música norteña, que seguía practicando los estilos trazados por agrupaciones consolidadas como Los Cadetes de Linares, Luis y Julián, Carlos y José, Ramón Ayala, pero sobre todo de Los Tigres del Norte.

En el noreste de México, uno de los pioneros fue Beto Quintanilla, quien puso al narcocorrido en la escena nacional. En el resto del país se veían esas composiciones más como ficción, que como trazos de la realidad. Se atribuía a esas historias el atributo de “cosas del norte”, pues hablaba de acontecimientos nunca vistos en el sur. Naturalmente, la inseguridad apenas germinaba en las calles. Lo peor de la guerra estaba por venir.

ANTECEDENTES

Otros antecedentes del género son: Incomparables de Tijuana, quienes abrieron camino a nuevas agrupaciones como Tucanes de Tijuana y Explosión Norteña.

Los Tucanes hicieron lo más audaz al incluir intros de balaceras (como en El Cris) y diálogos que hablaban sobre capos de la mafia. De sus corridos más populares: El Centenario, Mis Tres Animales y Los Chiquinarcos.

Los más explícitos eran los de Explosión Norteña, quienes además comenzaron a sacar al corrido de su forma melódica y lo empezaron a llevar hacia otros ritmos más cercanos al huapango, como en Águila Blanca. Otros de sus temas más famosos son El Alumno, El Tiburón y El Cholo. Tucanes de Tijuana heredaron parte de sus enseñanzas.

En el centro, Grupo Exterminador hizo lo propio con narcocorridos demasiado ficticios Contrabando en los Huevos, Las Monjitas o La Fiesta de los Perrones.

En el sur, Originales de San Juan ironizaban con una jerga de personajes que pronto veríamos por todos lados, canciones como El Michoacano, El Rey del Cristal o El Jardinero, quedan como antecedente.

Sin embargo, pese a todo lo anterior, el público de estas manifestaciones era muy reducido. El narcocorrido sólo era escuchado por un público mayoritariamente rural.

A PUNTO DE CAMBIAR

Hacia 2004, el duranguense y el grupero colmaban las estaciones de radio y el gusto popular. Muy atrás quedaban la banda, el mariachi y el norteño. En poco tiempo el duranguense copó toda fiesta, discoteca y baile popular (como antes lo hizo la tecnobanda, y más antes, la quebradita). Pronto, todo iba a cambiar.

Así como llegó, el duranguense se fue y entonces vino una oleada de agrupaciones que hablaban sobre lo que comenzamos a ver en las noticias: ejecuciones, balaceras y muertos, muchos muertos.

No pocas ciudades comenzaron a ver lo nunca antes visto: ejecuciones a cualquier hora, decapitados, desmembramientos, desollados y encobijados.

Ciudades con una tranquilidad de iglesia, empezaron a llenarse de nota roja. Ante el mutismo oficial, la gente comenzó a buscar respuestas. Y lo único que hablaba de narcos, en esos días, eran los narcocorridos.

LA CATAPULTA

La relación entre el narcotráfico y la música no es nueva. Como tampoco lo es el ajuste de cuentas entre músicos y el crimen organizado.

Sin embargo, desde la muerte de Chalino Sánchez, en 1995, la escena musical había estado fuera del alcance de las balas. Hasta el 25 de noviembre de 2006, en que un grupo criminal acribilló a Valentín Elizalde en Reynosa, Tamaulipas. Él fue un parteaguas que catapultó este tipo de música.

Momentos después de haber terminar su presentación, fue rafagueado dentro de su camioneta, junto con dos escoltas. A partir de este hecho, al menos 10 cantantes y dos agrupaciones han sido atacadas por el crimen organizado.

La simbiosis narcomúsica también ha modificado la letra de las canciones. Más allá de que ahora la producción es más cuidadosa, más profesional, ahora los temas son más explícitos y con mucha mayor violencia que el corrido clásico, aunque también poseen una importante pobreza lírica preocupante.

La capacidad narrativa del corrido se ha visto mermada en el narcocorrido. Ahora casi todo gira en torno al culto a la personalidad.

Ya no son importantes las batallas épicas ni escapes de antología, ahora casi todo se resume a presumir perfiles y modos de vida.

En los 80, por ejemplo, el corrido Rafael Caro Quintero fue muy popular (a raíz de una métrica y metáforas admirables), pues contaba un hecho importantísimo: la captura del capo más buscado en ese momento.

En la actualidad, los corridos de las fugas del “Chapo” Guzmán y los de sus dos capturas, han pasado sin pena ni gloria. Los nuevos compositores de corridos se enfrentan ante una paradoja monumental a la hora de contar un hecho histórico, pero sobre todo, un hecho real.

EL TIEMPO MEDIDO

En su ensayo Los Panteones son Testigos, Cinco Viñetas sobre el Corrido Norteño, Julián Herbert destaca: “en su carácter de sagas o sergas, los corridos norteños representan un tejido cultural caótico, pero también meticuloso. Todos tienen segundas partes, orígenes remotos, respuestas broncas y coincidencias históricas. Son como un fuego cruzado, un territorio donde distintos planos de la realidad se mezclan. Un aleph hecho a balazos”.

Los corridos clásicos, con el tiempo, se vuelven más populares, pese a su escasa difusión. Incluso, son objetos de estudio. El narcocorrido, en cambio, con todos los reflectores encima, es demasiado fugaz. La vida de un narcocorrido dura un click.

El proceso de composición, interpretación y comprensión (del escucha) es muy corto. Por eso, la mayoría de los temas muestran una lírica muy parca. Una posible causa podría estar en los bajísimos niveles de lectura y comprensión lectora del país.

Así de sencillo y así de preocupante. En este caldo de cultivo hay de todo: empresarios, profesores, mecánicos, campesinos, licenciados, periodistas, médicos, políticos y por supuesto: compositores, de modo que no es casualidad el limitado e incorrecto uso del lenguaje.

ES COMO UN TUMOR DEL SONIDO

Luis Jorge Boone nació en Monclova. Ha publicado poesía, narrativa y ha sido premiado en ambas disciplinas. También toca varios instrumentos, entre ellos, el acordeón.

“El corrido comenzó siendo una especie de mensajero en los que se contaban las historias de grandes héroes o de grandes villanos. Durante la revolución, fue una fuente de información para mucha gente que no tenía otro modo de enterarse de los acontecimientos. En el corrido vemos una métrica y un lenguaje admirable.

Sin embargo, lo que hace el narcocorrido es totalmente lo contrario: no cuentan nada. No dicen nada. Es repetitivo, sin estructura definida. No les importa la medición de versos, la innovación del lenguaje.

Hasta parece que sólo se trata de exaltar lo más primitivo de un hombre: abusos, maltrato y humillación de la mujer. La mayoría de sus canciones giran en torno a excesos y una vida donde la mujer es un objeto. A comienzos de 2016, cuando Gerardo Ortiz fue juzgado por un video en el que incitaba a la violencia contra la mujer, sí creo que se pasó. Muchos lo defendieron con el pretexto de que en México hay libertad de expresión, pero la libertad de expresión también tiene límites y lo de Ortiz, los rebasó.

La cultura del narco ha penetrado en varios sectores de la población, pero en los sectores más pedestres, sus letras se convierten en un mantra. Son el camino a seguir. Son mandamientos para gente sin ningún acercamiento al arte, a la educación. El mensaje del narcocorrido termina siendo la única opción de empoderamiento.

Esta tarde escuchaba a Julián Garza, que me parece, es el último gran compositor de corridos. Sé que es improbable que Garza haya leído a Shakespeare, pero si me lo hubiera dicho, se lo hubiera creído.

SE TOMA COMO UNA ORDEN…

Juan José Rodríguez nació en Mazatlán. Ha escrito novela y cuento.

“En los últimos años, buena parte de la música popular ya no respeta las reglas de la métrica y la rítmica. Existen muchas melodías antiguas que son eptasílabos u octosílabos. Si escuchas El Sauce y La Palma, son siete sílabas por verso. Los boleros también: Usted es la Culpable, siete sílabas.

Entre los octosílabos, tenemos corridos como El Asesino. Dice José Emilio Pacheco que esta característica une al corrido mexicano con el romancero español.

Pero últimamente hemos visto como muchos compositores ya no miden sus versos ni sinalefas. Y hasta se nota cuando el cantante debe alargar o apurar una frase para poder completarla.

Si escuchas a Chalino Sánchez, tiene canciones perfectamente medidas, como Nieves de Enero o su versión de Nocturno a Rosario. Pero en muchos de sus corridos, no es así, porque son composiciones improvisadas. Y eso también ocurre actualmente. Hay gente que se jacta se componer un corrido en 15 minutos. Tú escuchas a los decimistas de Veracruz, improvisan muy bien, creo que el secreto es que memorizan la melodía y luego cambian la letra. Y eso es lo que hemos perdido con los compositores de ahora en cuestiones de lírica. Existe un descuido grande en la colocación de sílabas y acentos.

Ahora bien, hay un aturdimiento general de la cultura. Los contenidos se han desgastado, la gente lee menos que antes. Antes, era parte del trabajo escolar elaborar calaveritas el Día de Muertos, por ejemplo. En cambio, ves las calaveras que la gente sube a Facebook y te das cuenta de que algunos no saben ni siquiera rimar.

En un comienzo, el narcocorrido respetaba muy bien las reglas. Si escuchan, por ejemplo el corrido de Lamberto Quintero, es un octosílabo bien hecho. Lo mismo pasa con Camelia la Tejana y con varios temas en los comienzos de lo que ahora es narcocorrido. Había un cuidado en las letras, que era notable. En un principio, el narcocorrido funcionaba como una crítica social, era un instrumento contra la censura, era testimonial. Ya no es así.

Ahora, en cambio, escuchas temas muy cínicos. Ha habido una degradación del corrido. Hay un corrido que se escucha mucho aquí en Culiacán que la letra dice: ‘vámonos a Mazatlán, arriba de la blindada, con toda la plebada’. Yo hablé con un encargado de la seguridad de aquí de Mazatlán y me dijo que a raíz de esta canción, empezó a haber un repunte de hechos violentos en el malecón de esta ciudad, porque había gente que venía a Mazatlán a hacer lo que canción decía. Lo tomaban como un mantra. Y no necesariamente eran narcotraficantes”.

ESTO SEGUIRÁ OTROS 30 AÑOS

Julio César Pérez Cruz nació en Tijuana en 1982. Pérez Cruz es un fiel seguidor de la música norteña.

“Hay una línea marcada del corrido hacia el narcocorrido. Hubo una evolución. Pasó de sacar al corrido de las noticias para verlo en la vida real. Es una subcultura, no sé si minoritaria o mayoritaria. Los temas que se manejan son diferentes. Varían también en la distribución. Antes era radio, ahora casi todo es por medio de internet. Sobre todo en estados del norte, que están muy pendientes de la música del otro lado, como el gangsta rap y esos rollos, cuya difusión es mediante esta vía.

Hay rasgos bien característicos del narcocorrido como son, la mujer, ya sea como objeto, o como la mujer cabrona. Me viene a la mente el corrido Pisteando Bichi, de Los Diferentes de la Sierra: ‘Pisteamos, nos embroncamos. Loqueamos y hasta gritamos. Las morras nos las clavamos’. Aquí es un claro ejemplo de cómo se ve a la mujer como simple objeto. Por el otro lado está la mujer cabrona, como en el corrido Fiesta en la Sierra o el de La China, donde aparece la mujer emparejada a lo que hace el hombre.

Por otra parte, los personajes masculinos que son recurrentes siempre son dibujados como valientes y contra el Gobierno. Recuerdo dos temas de Explosión Norteña: en El Muletas, sentencia: ‘aquel que me desafíe, en breve lo pozoleamos’. En El Cholo, afirma: ‘Que goza de protección/ Le teme la policía/ Tiene mucha habilidad/ Se mueve a la luz del día/ Por eso donde lo topan/ Se hacen los que no lo miran’.

El narcocorrido tiene una jerga bien definida. Por eso, en lugar de funcionar como un espejo de la realidad, termina siendo una ventana hacia la misma. Funciona como sinestesia. Porque la canción que escuchamos, son escenas que hemos visto, leído o escuchado.

La mayoría de los temas, cuando no hablan de fiestas, hablan contra el Gobierno. Entonces, frente a un estado fallido, la gente se libera con estas canciones. Son una válvula de escape. Porque nos dicen que van a joder a los que nos joden, es decir, al gobierno. Ya no queremos los sobajados, queremos ser los chingones”.

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