Nacional
Por Agencias
Publicado el domingo, 1 de enero del 2017 a las 17:32
Bajo Palabra | Chilapa, Gro.- Con pico, pala y barreta en mano, el niño intenta hallar, de manera resignada, los restos de su padre levantado” por un grupo armado en 2015.
“Hoy voy a encontrar muchos huesos”, asegura el niño de 6 años, con un dejo de esperanza desconsolada al no saber nada de papá.
En este escenario de lo violento crecen al menos un centenar de niños y niñas en esta localidad de la región Montaña del estado de Guerrero.
La violencia, las balas y desapariciones forzadas han alcanzado a la infancia y pareciera parte de una forma natural de vivir.
Al igual que en Acapulco y en otros municipios de la entidad, la realidad está llena de historias que, como hilo conductor, solo tienden a la tragedia.
En el caso de Manuel, él y su familia no tiene reparación de daños; hay una beca alimenticia de 500 pesos al mes con la cual las autoridades pretenden que estudie, coma y se vista.
La disputa criminal en esta región ha generado la desaparición de más de 400 personas, entre padres de familia, hijos o trabajadores, en los últimos dos años, según cifras de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos ONU-DH, y del colectivo Siempre Vivos.
“Todos ellos tienen una familia que los espera, la mayoría eran padres de familia, solamente estamos hablando de los desaparecidos ahora imagínate con los asesinados.
“Las cosas en Chilapa no son como tratan de pintarlas”, lamenta en entrevista con Bajo Palabra, el vocero del colectivo Siempre Vivos, José Díaz Navarro.
El niño Manuel desde hace un año acompaña a su mamá a las pláticas, reuniones con autoridades y ahora hasta a capacitación y búsqueda de restos y fosas clandestinas, es el ejemplo más claro de lo ocurrido con las víctimas de la violencia en Guerrero.
“Me dijeron que busque a mi papá porque puede estar entre los huesos. Yo ya he encontrado muchos huesos, ¿verdad mamá?”, comenta con la inocencia de cualquier niño.
Ahora recorre caminos de terracería prácticamente intransitables, es Manuel uno de los personajes más activos durante la búsqueda de fosas clandestinas en Chilapa.
Cada hueso, cada fosa, cada rumor de que hay gente obligada a trabajar en comunidades dominadas por delincuencia organizada, son la esperanza de que pronto hallar los restos de su papá.
Al terminar el día la desilusión es la misma de hace meses.
“No sé a dónde vamos mañana pero si hay clases no me van a dejar ir”, apunta con la esperanza de que una respuesta de su mamá le dé la satisfacción de abandonar un día de clases y seguir con una intención propia.
Otro día podrá venir también para Chilapa de Álvarez envuelta entra la disputa diaria de bandas criminales por el trasiego y venta de droga.
Las imágenes cotidianas de sangre y balas rodean el corazón de la Montaña Baja.
Incluso la venta y consumo de drogas se da desde el interior de algunas escuelas secundarias.
“Mi hijo me contó que uno de sus compañeritos le dijo que si quería droga y que si no, que al menos le ayudara a ofrecerles a otros estudiantes pero que fueran de confianza para que no se enteren los maestros o los papás porque si se enteran se los van a llevar a la policía.
“Mi hijo estudia en secundaria”, relata Carlos “N”, vendedor de Chilapa.
La Montaña Baja de Guerrero por sus condiciones climatológicas, resulta ser un terreno altamente fértil para la siembra de la amapola y marihuana.
De Chilapa se llega a Puebla y de ahí la droga recorre el país.
Las pandillas en disputa son los autodenominados Los Ardillos, banda que según fuentes ministeriales de Guerrero, dirige presumiblemente, Celso Ortega Jiménez, hijo de Celso Ortega Rosas quien fuera fundador del grupo delictivo desde Tlanicuilulco.
También se encuentra la banda Los Rojos, liderados por Zenén Nava Sánchez alias El Chaparro, quien que quedó al frente de la banda tras la muerte de Arturo Beltrán Leyva y Jesús Nava Romero.
Chilapa fue por años el bastión del grupo de Los Rojos quienes tenían de aliados a comerciantes, transportistas, políticos y otros sectores. Toda esta estructura social dañada impacta en la infancia que a imitación de lo visto, buscan continuar con el legado de drogas y balas que ha dejado la trifulca.
“La niñez en Chilapa no está contaminada, son solo unos pocos de niños o adolecentes que andan haciendo sus cosas y muchas veces terminan mal, lo malo es que sus hermanos ven lo que pasa y lo continúan y por eso muchas veces esto no puede acabar”, sostiene un docente de la primaria de indígena Benito Juárez.
Según información oficial, el municipio no ha tenido ninguna denuncia o caso de manera formal sobre venta de drogas en niños, pero en realidad ninguna cifra es confiable en Guerrero donde nadie lleva registros minuciosos de nada. Esto lo confirmó el encargado de la oficina de despacho del municipio que dijo “desconocer” las cifras totales.
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