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Revelaciones de ultratumba

Por Ruta Libre

Publicado el lunes, 30 de octubre del 2017 a las 17:05


Casi un siglo después de morir, una de las momias de San Antonio de las Alazanas le revela tres secretos familiares a una médium

Por: Jesús Castro

Saltillo, Coah.- Dos semanas antes de que trasladaran a las momias de Arteaga al Museo en San Antonio de las Alazanas, tres personas se reunieron en el salón donde las resguardaban, dentro de la Casa Carranza y Archivo Municipal. Al fondo del cuarto estaba Mario Monjaraz, el cronista del municipio, acompañado de una médium y otra acompañante.

Apenas habían pasado unos minutos de estar ahí cuando Mario sintió un cosquilleo en el costado izquierdo y levantó un poco el brazo. La médium lo volteó a ver y le habló por única ocasión durante la sesión espiritista: “no te preocupes, es Celia que está jugando contigo”.

Se estaba refiriendo a la momia más pequeña del grupo, la de Celia Nuncio Padilla, fallecida cuando tenía 4 años. El cronista no se inmutó a pesar de saber que lo estaba tocando el espíritu de una pequeña que murió en 1882.

muertes

Unos días antes de esa sesión, llegó la médium hasta su oficina para decirle que fue contactada por los espíritus de las momias traídas de San Antonio de las Alazanas. Que una de ellas tenía un mensaje y ella quería servir de conducto. Por eso le pidió permiso para realizar una sesión espiritista.

Mario Monjaraz aceptó. Tenía curiosidad de saber si podía obtener más información de los fallecidos, además de todo lo que ya sabía, después de una intensa investigación a través de fuentes documentales y testimonios de los descendientes de la familia Nuncio.

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Ese día en que Celia le tocó la espalda, conocería un par de secretos familiares que una de las momias se llevó a la tumba y ningún documento le podía haber revelado. Secretos que confesaría a la médium y que encajarían como eslabones en la cadena histórica que el cronista armó.

EL ORIGEN DEL MISTERIO

De los testimonios familiares y los archivos parroquiales o municipales, Mario Monjaraz supo que la más antigua de las momias es de Juan José Teodoro de Jesús Nuncio Rivera, nacido en 1806, casado en Saltillo con Petra Escamilla en 1826, de 15 años. El matrimonio vivió y murió en la abundancia.

Dueños de grades terrenos entre Arteaga y Galeana, Nuevo León, los Nuncio fueron enterrados en sarcófagos con herrería fina. Él, enfundado en un frac negro de lujo, con etiquetas que atestiguan que fue comprado en Francia, y ella, envuelta en telares europeos. Ambos fueron enterrados en la misma tumba, donde la tierra preservó sus cuerpos hasta momificarlos.

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Se sabe que la familia de Juan vivió de cerca algunas batallas de los insurgentes durante la Independencia y le tocó atestiguar la llegada a Coahuila de extranjeros durante las intervenciones inglesa y francesa. Murió a los 52 años, dejando como heredero de su fortuna a su hijo Pedro Nuncio Escamilla, nacido en 1828.

Pedro es la otra momia exhumada del panteón de San Antonio y una de las más misteriosas. Hombre alto y corpulento, era envidiado por las tierras que administraba, pero también por su valor y patriotismo.

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Afirma el cronista de Arteaga que Pedro participó activamente en el movimiento de Reforma al lado de los juaristas, pero además formó parte del contingente comandado por el coronel Mariano Escobedo cuando se enfrentaron a una partida de indios en 1855.

Por eso, a Monjaraz le extraña la forma tan inusual en que fue enterrado, pero aún más, las posibles circunstancias de su muerte en 1905, pues la momia de Pedro yacía dentro de un ataúd de madera en el que apenas sí cabía, porque a sus 77 años, aun conservaba espalda ancha.
Además de ser pequeño, como el de una mujer, el ataúd es muy simple, no corresponde al de un personaje de su nivel económico, lo que hace suponer que tuvo una muerte inesperada, que no le dio tiempo de elegir algo más propio.

Aunque lo más extraño es que la momia tiene la lengua de fuera. Lo que supone varios escenarios, entre ellos, muerte por ahorcamiento. Sin duda no fue suicidio, porque no lo hubieran enterrado en el cementerio. Tampoco ejecución judicial, pues ningún documento civil lo atestigua.

Queda el asesinato. Pero entonces, ¿quién mató a Pedro?

Quienes pudieron saber la respuesta son sus familiares, igualmente momificados: su esposa Paula Padilla, a quien le llevaba 14 años, era originaria de Ciénega del Toro, municipio de Galeana, Nuevo León. Fue una mujer que falleció a los 80 años y le tocó vivir la etapa más violenta de la Revolución Mexicana, pues falleció en 1923, o su hija Clara Nuncio Padilla, también momificada, quien al morir tenía 25 años, de abundante cabellera y una dentadura completa y perfecta. De una delgadez exquisita, lamentablemente padecía de algún tipo de discapacidad por la malformación de vértebras que se le aprecia, lo que le imposibilitaba la movilidad y la condenaron a vivir postrada en una cama.

Se casó a los 18 años con Jesús Gaona López y a ellos se les atribuye ser los padres del cuerpo más pequeño que encontraron momificado en la tumba familiar, aunque no existen documentos oficiales que lo demuestren.

Las narraciones de los descendientes de los Nuncio hablan de que entre ellos nació una niña enferma. Y cómo al exhumar la momia más pequeña observaron que el cráneo presentaba una descalcificación que le impidió su crecimiento, provocando que aunque tuviera 4 años, su cuerpo parezca de 2, dedujeron que la hija de la que hablan los descendientes era Celia.

Lo que no concuerda son las fechas. Pues al nacer Clara en 1857 y casarse a los 18 años con Jesús Gaona, la supuesta hija debió nacer entre 1875 y 1876. Sin embargo, la fecha de nacimiento de la pequeña Celia está datada en 1874, un año antes de la boda, y su fallecimiento en 1878.

Clara le sobrevive cuatro años a su hija, pero aunque existe una fotografía de Celia, en ella no está acompañada de su madre. Otra situación extraña es que al morir portaba un escapulario con la inscripción en latín “sin pecado ruega por nosotros”, pero tenía en la mano izquierda un pedazo de papel con la frase “…E…ven…negra…Pura…y demás…”.

El misterio que ronda a estas dos momias se suma al de la muerte de Pedro Nuncio, abuelo y bisabuelo de las dos mujeres que yacen una al lado de la otra en las vitrinas del Museo de las Momias en San Antonio de las Alazanas.

EL PRIMER SECRETO

Cuando la médium obtuvo el permiso de Mario Monjaraz para contactar el espíritu de los Nuncio, le dijo que volvería el siguiente miércoles al mediodía. Al cumplirse la fecha, la mujer llegó acompañada de su hija.

El cronista les abrió la primera puerta del lado derecho de la entrada principal, donde estaban resguardadas las momias. Ahí ella pidió permiso a los espíritus para abrir un portal y hablar con alguno de ellos. Ellos aceptaron, pero sólo hablaría con uno de ellos.

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“No quería contactarse con don Pedro, porque era muy fuerte su energía, por haber sido un hombre estricto. Se contactó con doña Paula, quien fue la que al parecer le hizo el llamado, porque cuando (un espíritu) se le manifiesta a alguien es para pedirles un favor”, afirmó Monjaraz.
Incluso la mujer le advirtió que si por alguna razón se contactaba Pedro, ella se iba a desvanecer y desmayar, pero que no se asustara, que sólo la tomara de la mano y apretara la palma para recargar energía.

Después, la médium les pidió permiso para que el cronista también entrara y ellos accedieron. Mario entró a la habitación y caminó por el pasillo entre los ataúdes con los cuerpos y se instaló al fondo del cuarto. Ya la médium estaba en transe y platicando con Paula, la esposa de Pedro.
Sin que la parapsicóloga conociera ni un sólo detalle de la investigación documental e histórica del cronista, comenzó a referir que Paula estaba haciendo referencia a la muerte de su esposo. Mario comenzó a interesarse.

El espíritu de Paula le contó a la médium que a su esposo lo habían asesinado ahorcándolo. Lo mataron en una ocasión que andaba solo por los sembradíos, que el asesino era un sobrino de ellos que ambicionaba sus tierras y había intentado causarles daño para quedarse con todo.

Pero no sólo fue eso, también les reveló el nombre del homicida. Y como Mario si conocía el árbol genealógico de los Nuncio, supo a quién se refería. Pero no quiso hacer público el nombre, porque se trata de un personaje de Arteaga que luego se volvió conocido por participar activamente en la Revolución, y sus descendientes todavía viven.

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Con esa pieza cerró uno de los eslabones de su investigación. Se dio cuenta de que todo lo que el espíritu de Paula decía, coincidía en nombres, situaciones y fechas con la información que él tenía y no le había mostrado previamente a la médium.

Fue en ese momento cuando, refiere el cronista, comenzó a sentir cosquillas en uno sus costados y la médium volteó a verlo para decirle, “no te preocupes, Celia está jugando contigo”. Y continuó con aquella sensación, pero no tuvo miedo, porque dice haber estado concentrado en lo que les compartía doña Paula. Y así llegó al tema de Clara y Celia.


SEGUNDO SECRETO

Cuando llegó el turno de hablar sobre Clara, Paula les confesó que a su hija la violaron. Que el violador era su primo, el mismo que años más tarde asesinaría a Pedro. El motivo fue el mismo: provocar un conflicto familiar para que se enfrentaran y quedarse con las tierras.

Por eso, un día, aprovechando que dejaron sola a Clara y que ella no se podía mover, el primo entró a su cuarto y abusó sexualmente de ella. Al enterarse Paula, decidió no contárselo a don Pedro, para evitar la confrontación que su sobrino buscaba. Pero no fue lo único que le ocultó.

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De acuerdo con el espíritu, como resultado de esa violación, Clara quedó embarazada. Paula decide que también ocultaría ese embarazo a Pedro, al parecer vistiéndola con varias capas de ropa para hacerla parecer más robusta. Lo anterior coincide con la forma en que fue enterrada, pues dice Monjaraz que la momia de Clara tenía puesto cinco vestidos, uno sobre otro.

paula

Por consecuencia, también guardó en secreto que la bebé también nació en la casa que tenían en la entonces hacienda de San Antonio, a donde Pedro casi no acudía, por estar más abocado a sus negocios en Arteaga o Galeana.

Además, la niña que nació vino al mundo con una discapacidad que en aquel entonces era considerada un castigo divino, por ser resultado de la unión sexual de dos familiares. Los especialistas que analizaron la momia de Celia coinciden en que tenía síndrome de Down.

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Pero una cosa era ocultar un embarazo debajo de la ropa o las colchas de una cama, y otra la existencia de un bebé. La nieta que en vida Pedro nunca conoció, estaba condenada a vivir en la oscuridad y caer en el olvido.

TERCER SECRETO

“En la investigación no sabíamos que la habían violado, ni que el producto era Celia. Porque en la investigación que hice en la parroquia, en los libros de defunciones, venía el plazo muy corto de vida de ella, y nada más”, manifiesta Mario Monjaraz.

La revelación del tercer secreto lo dejó todavía más sorprendido. El espíritu le confesó a la médium que una vez que nació la bebé, evitaron en todo momento que Clara la viera. De inmediato se la llevaron, para luego regresar a decirle que la niña nació muerta.

Paula decidió ocultarle que la pequeña padecía una extraña enfermedad y la envió al templo de San Isidro Labrador, el que actualmente es la parroquia de Arteaga, y encargó la bebé al sacerdote de aquel entonces, quien la confinó al sótano de la iglesia.

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“Nadie se dio cuenta, ella era la única que llevaba comida y vigilaba a la bebita. Clara nunca supo que su hija sobrevivió esos cuatro años. Y don Pedro nunca supo todo eso, porque si no, no lo hubieran asesinado, él hubiera matado a su sobrino”, manifiesta el entrevistado.

Monjaraz deduce que quizá por eso es que la momia de Celia tiene un color tan claro de piel, no sólo era por padecer síndrome de Down, sino porque posiblemente jamás haya sido expuesta a los rayos solares. Y así como vivió, oculta, sola, encerrada, así murió siendo una niña.

Al conocer esta última revelación, la médium dio por concluida la sesión, dejó de platicar con Paula y cerró el portal. Después tomó sus cosas y se fue con su hija jovencita que la acompañaba. Sin decir nada, sin discutir nada, sin hablar de lo que había pasado.

“Ese es el favor que le pidió Paula a la médium, contar esos secretos que se llevó a la tumba, para poder descansar en paz, porque después de ahí, jamás se han manifestado, a excepción de Celia, la bebita, que una vez, ya estando las momias en San Antonio, nos vino a visitar”, platicó el cronista.

LOS PIES DE CELIA

Compartió Mario que durante el tiempo que estuvieron las momias en la Casa Carranza de Arteaga, una vez llegó un niño, nieto de una vecina de la cuadra. El pequeño llevaba un plato de huevo con chile. El cronista le preguntó para quién era y el niño contestó que para las momias, porque nadie les llevaba de comer.

Años más tarde, cuando ya las momias estaban en San Antonio, el equipo de un programa de televisión llamado Un Gringo en México llegó a hacer un reportaje sobre las momias y contactó a Monjaraz. Para la producción se trasladaron al Museo y allá grabaron parte de la entrevista.

Al siguiente día, que era sábado, regresaron a la Casa Carranza para grabar el resto. Estuvieron solamente el conductor, la productora, el camarógrafo y Monjaraz. Terminaron, cerraron el recinto y se fueron. El también Archivo Municipal estuvo cerrado y volvió a abrir hasta el lunes.

“Ese día al llegar, el señor que hace la limpieza me dice, oiga, ¿usted trajo a un niño?, ¿andaban descalzos aquí arriba del escritorio? Le digo ‘no, sólo yo estuve grabando aquí. Nadie más tiene llave para dejar entrar a alguien en domingo, y el lunes a las 8 que yo llego, me dice eso, porque vio unas huellitas”, refiere.

En efecto, en el escritorio había dos huellas de no más de 10 centímetros, en dirección al oriente, para donde está la ventana. Monjaraz dedujo que se trataba del espíritu de Celia, que el camarógrafo se trajo de San Antonio de las Alazanas, por ser un hombre bonachón y de sangre dulce.

La curiosidad lo hizo analizar por qué las huellas estaban sobre el escritorio y con dirección a la ventana. Así que sacando deducciones, salió a la calle y preguntó a la vecina de enfrente si ese fin de semana la había visitado alguien.

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“Me dice, es que el domingo vino mi nieto. Y entonces ya relacioné, la bebita oyó al niño, porque fue el único que le puso atención a las momias, porque te identifican por voz, y la niña estaba viendo hacia allá, hacia la puerta de la señora, hacia allá estaban dirigidos los piecitos”, establece el cronista.

Ese niño, nieto de su vecina, resultó ser el mismo que anteriormente le había llevado un plato de huevo con chile a las momias, lo que debió despertar la simpatía de la pequeña. Por eso aquel domingo, al escucharlo en la calle, quiso verlo, pero como ella apenas mide unos 60 centímetros, se tuvo que subir al escritorio para asomarse por la ventana.

Al tener la certeza de que Celia había regresado y tener la prueba de ello, tomó fotografías de las huellas en el escritorio y luego llamó a la médium. Le pidió que regresara el espíritu de Celia a San Antonio de las Alazanas y desde entonces ya no se volvió a manifestar ahí.

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DE LA MANO ETERNAMENTE

Esta historia familiar tiene un final menos trágico. En una visita al Museo de las Momias, en San Antonio de las Alazanas, otra revelación mostró que además de estar colocadas una junto a otra, las momias de Clara y su hija Celia, quienes no se conocieron en vida, al parecer se han reunido para convivir en la muerte.

José Luis Alemán Vázquez, trabajador del museo, dijo que se ha vuelto popular lo que los vecinos del ejido platican. Que por las noches, después de las 12, ven a una mujer vestida de negro que trae de la mano a una niña.

Son varios los que cuentan que las han visto salir de atrás del museo, caminan cinco cuadras por la calle principal y luego toman el rumbo del panteón. Después, entre 6 y 7 de la mañana, las ven regresar por el mismo camino hacia el museo.

Los que las han visto entrar tomadas de la mano al cementerio, deteniéndose frente a la que fue su tumba, coinciden en que no se trata de nadie del pueblo, pues visten ropa antigua. Y cuando alguien se aventura a seguirlas, desaparecen al dar vuelta en alguna esquina, se pierden entre la penumbra de los árboles o se desvanecen en la oscuridad de la noche.

“Yo pienso que, como nunca se conocieron estando vivas, se encontraron aquí madre e hija, y por eso se salen a visitar a sus familiares al panteón, y ahí andan agarradas de la mano”, opina José Luis.

Piensa, como lo hacen algunos habitantes de San Antonio de las Alazanas, que Clara y Celia recuperan el tiempo que en vida les negaron y ahora aprovechan que estarán juntas para la eternidad.

TRÁGICA MUERTE
LOS SOLDADOS FANTASMA

La Casa de la Cultura en Arteaga, donde fueron resguardadas las momias de San Antonio de las Alazanas, antes de ser trasladadas al museo, es conocida por haber sido el primer cuartel constitucionalista de Venustiano Carranza. Ese hecho histórico hizo que desde 1913, el espíritu de cuatro soldados federales se quedaran atrapados ahí.

Mientras Mario Monjaraz era entrevistado en el pasillo, entre las galeras del Archivo del municipio, en varias ocasiones interrumpió el diálogo para decir que los espíritus de los soldados estaban presentes, que sentía su presencia pasando de un lado a otro.

Entonces se tomó un momento para platicar que en esa casa sucedían manifestaciones paranormales, por lo que se cree, es la presencia de cuatro soldados federales que fueron asesinados y calcinados en el horno de pan ubicado en el último cuarto del Archivo, a unos metros de donde le realizábamos la entrevista.

La historia refiere que cuando Venustiano Carranza se negó a aceptar a Victoriano Huerta como presidente, salió de Saltillo rumbo a Arteaga y se hospedó en la casa de sus amigos, ubicada detrás de la Presidencia Municipal, donde hoy está el Archivo Municipal.

Ahí estableció su primer cuartel constitucionalista y comenzó a redactar el que posteriormente fue llamado Plan de Guadalupe. Pero el ejército fiel a Victoriano Huerta lo seguía de cerca. Sabiendo Carranza que una avanzada iba hacia Arteaga, decidió irse.

Platica Mario Monjaraz que se sabe que los federales enviaron cinco soldados de avanzada para inspeccionar la casa donde se hospedó Carranza. Los dueños les dieron acceso, pero pidieron que entraran de uno por uno. Así lo hicieron. Lo cual fue aprovechado por los propietarios para matarlos a golpes una vez dentro, para salir a llamar al siguiente y repetir la dosis.

Fueron cuatro los soldados que mataron, y al salir por el quinto, notaron que ya se había ido, quizá sospechado lo que sucedía. Por eso, decidieron deshacerse de la evidencia. Metieron los cuerpos al horno de pan al fondo de la casa, ahí donde actualmente hay un baño, y los cremaron.

Luego sacaron los huesos, los metieron en costales de harina y los tiraron a un riachuelo cercano y sus aguas se encargaron de borrar todo rastro de ellos. Cuando volvió el resto del Ejército federal, no encontraron nada, y a pesar de ello, apresaron a los dueños.

Desde entonces, los espíritus de cuatro fantasmas de soldados federales viven atrapados en la casa que fue cuartel constitucionalista. Pero quienes han vivido ahí se acostumbraron a ellos. Lo mismo sucede con el cronista Mario Monjaraz, quien habla de ellos con mucha naturalidad.

“Cuando estábamos pintando la sala principal, a mi hija le movieron la mano, por eso todavía hay rastros de la pintura que se movió cuando mi hija pintaba la pared”, cuenta el cronista. En otra ocasión la profesora que ayudaba a dar cursos para niños en los salones anexos, le platicó que colores, papeles y un bote de pintura volaron por los aires como si alguien los hubiera arrojado.

Incluso la profesora se negó a seguir yendo al baño, prefiriendo salir de la casa y pedir el de la Presidencia Municipal, porque decía que en la Casa Carranza siempre la asustaban en ese tramo, donde, se dice mataron y cremaron a los soldados.

También cuenta que en una ocasión una jovencita que visitaba el recinto se desmayó. Dice Monjaraz que los espíritus le robaron la energía y tuvo el desvanecimiento. Pero eso se ha vuelto común que quien siente la presencia con escalofríos, en ocasiones sufre dolores de cabeza o cansancio.

En otra ocasión un grupo de turismo que acudió al lugar se tomó fotos en el zaguán, junto al busto de Venustiano Carranza. Cuando observaron la pantalla de la cámara digital, vieron a dos personas extrañas que nunca posaron con ellos. Se asustaron tanto que salieron corriendo.

Al terminar esta entrevista, varios de los presentes sintieron en diversas ocasiones la manifestación de alguien cerca. Uno de ellos lo compartió con Monjaraz, quien le señaló que en efecto, uno de los soldados acababa de pasar junto a ellos.

Un día después, el fotógrafo de esta casa editora subió a Facebook una de las fotos tomadas a contraluz en el zaguán de la Casa Carranza. Usuarios le indicaron que en el centro de la imagen se ve el rostro de una persona en color verde. Cabe señalar que detrás de quien posó para esa foto no había nadie y que el fondo era una puerta amplia que no es de color verde.

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¿Sería acaso que el fantasma de alguno de los soldados decidió manifestarse? O los reflejos de la luz crearon el fenómeno.

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