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Por Jesús Castro
Publicado el sábado, 11 de marzo del 2017 a las 10:03
Saltillo, Coahuila.- Cuando Sergio Canizales Ibarra era niño ganó el primer lugar estatal en la Olimpiada del Conocimiento. Fue de los mejores promedios en secundaria y preparatoria. Decidió ir a la universidad, donde se graduó como licenciado en Psicología con promedio de 98.72. Sus logros por sí solos le dan relevancia, pero lo hacen más especial por tener parálisis cerebral.
Contado en unas cuantas líneas da la apariencia de que fue fácil. Pero no fue así. Hace 33 años el llanto de un niño resonó en una clínica del IMSS en Monclova. Nacía un bebé risueño que vino a iluminar el hogar de Dora Ibarra y Ramón Canizales, originarios de Frontera, Coahuila.
Es el mismo Sergio quien cuenta su historia sentado en una silla de ruedas, en la sala de la casa de su abuela, con quien vive desde 2011, luego de que su madre falleció de cáncer, cuando ya había cumplido su promesa de hacer de su hijo un hombre independiente y feliz.
Dice que, como todo niño, intentaron enseñarlo a caminar al año de nacido, pero notaron que no se sostenía. Su cabecita se iba hacia un lado y sus piernitas no lo resistían. Sus padres fueron al pediatra del IMSS cuando el niño tenía un año y medio. El especialista les dijo que era normal, y tras el reclamo de los padres, casi los corre del consultorio.
Pero no, que siguiera así, sin gatear, sin caminar, no era normal. Lo supieron con certeza cuando una apendicitis aguda casi le arrebata la vida a los 4 años. Fue ahí, afuera del quirófano, donde un médico le dijo a su madre que Sergio padecía parálisis cerebral psicomotor congénita.
“Esa vez yo estaba al borde de la muerte, y mi madre hace un pacto con Dios, que a cambio de mi vida, se iba a dedicar en cuerpo y alma a sacarme adelante”, platica el sicólogo.
A partir de ese momento, Dora Ibarra se prometió que jamás vería el padecimiento de su hijo como una limitante. Y decidió que lo tomaría como un reto. Lo primero que hizo fue llevarlo al Centro de Atención Múltiple y luego al Centro de Rehabilitación Integral de Monclova.
Sergio avanzó mucho. Recuperó el tiempo en que no recibió atención. Parecía que las cosas irían bien. Lo difícil comenzó cuando intentaron matricularlo en la primaria. Su madre recorrió varios planteles sin éxito.
Los directivos de la Escuela Primaria Héroe de Nacozari lo aceptaron. A partir de entonces todos los días llevaba doña Dora a Sergio cargado a la escuela y luego iba por él.
“Fue difícil porque, como te digo, no había una inclusión, no había infraestructura arquitectónica, para los maestros fue algo nuevo. Me pusieron a prueba, porque al principio tenían miedo de cómo me iban a tratar y evolucionar. Pero demostré que sí se podía”, recuerda.
Tanto lo demostró, que cuando estuvo en sexto grado participó y ganó en la Olimpiada del Conocimiento a nivel estatal, lo que le dio doble notoriedad debido a su discapacidad. Aunque la alegría le duró poco, porque cuando presentó el examen de admisión a la secundaria le dijeron que no lo había pasado.
“Yo había ganado la Olimpiada de Conocimiento y no pasé el examen, no era congruente. Después me enteré de que hubo mano negra, que manipularon el examen para no admitirme. Ni yo ni mi mamá nos resignamos. Demostramos que yo tenía la capacidad, y me admitieron”, dijo.
Ya inscrito en la Secundaria 1 de Frontera sobresalió en los concursos de poesía y por su dedicación al estudio. Lo mismo sucedió al egresar con buenas calificaciones y ser admitido en el Cetis 43.
Al terminar la prepa decidió que estudiaría la universidad. Eligió una carrera que le permitiera estar en contacto con la gente y ayudarla. Esa carrera era la de licenciado en Psicología. Por eso se inscribió en la Universidad Metropolitana, campus Monclova, a donde su madre lo llevaba en auto.
Allí todo cambió. Admite que tuvo buenos compañeros, pero también hubo quienes lo discriminaron. Lo rechazaban cuando había que hacer trabajos en equipo o le hacían malas caras cuando él intentaba platicar con ellos o acercarse a conversar.
“Recuerdo el día de la graduación, fue inolvidable. Fui el segundo más alto de toda mi generación, saqué 98.72. Cuando me nombran, todo mundo se pone de pie, hasta los amigos que no me querían se acercaron a mí, me pidieron perdón. Pude demostrar que la discapacidad no es un impedimento”, platica con orgullo.
Apenas se graduó como psicólogo y el Ayuntamiento de Monclova lo contrató en el Departamento de Psicología, para dar terapias y apoyo a la gente. También se volvió conferencista motivacional en escuelas primarias, secundarias, preparatorias y toda clase eventos.
Fue en esa época en la que ganó el Premio Estatal de la Juventud por su ejemplo y dedicación. Por ser inspiración para otros jóvenes, pero sobre todo para los padres de familia que tenían hijos con alguna discapacidad.
Pero un día le diagnostican cáncer a su madre. Y tras una lucha intensa, falleció en 2011, dejando un gran dolor en Sergio, pero también una última enseñanza. Mientras libraba la enfermedad, doña Dora le dijo: “Yo te preparé para esto, para que tú te enfrentaras a la vida”.
Y así se fue de este mundo Dora Ibarra, quien una vez prometió consagrar su vida entera a sacar adelante a su hijo con parálisis cerebral. Murió cuando logró ver a Sergio hecho un hombre, con una carrera universitaria, un trabajo y ser reconocido a nivel estatal.
Luego de cinco años como servidor público, su contrato expiró al llegar la administración de Gerardo García y se volvió desempleado. Desde entonces sigue dando terapias desde su casa, pero anhela ser contratado en alguna institución donde ponerse al servicio de la gente.
“Soy un chavo de metas, me gusta proponerme metas, pero lo que soy también representó el trabajo de mi mamá y de mi papá, porque ellos apostaron por mí”, expresa Sergio Canizales.
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