Saltillo, Coah.- El camino es desconocido para muchos, pero la tragedia ocurrida en 1972 no lo es. Tampoco es ignorada la cantidad de mitos y leyendas que se han generado en el área cercana a Puente Moreno, donde más de mil personas perdieron la vida tras el accidente ferroviario de aquel año.

El sendero de terracería indica la cercanía del lugar de los hechos, mientras un grupo de reporteros se adentra en el territorio para conocer la sensación que propios y extraños describen como inusual, a más de 30 años de la desventura que marcó la historia de Saltillo.

Cerca de las 23:00 horas el camino parece perderse, pues la zona ha sido abrazada con el paso de los años por el crecimiento de la ciudad, aunque de una u otra manera los vecinos han preferido respetar el espacio que dio lugar al suceso, inquietados por los eventos de los que han sido testigos por su cercanía.

La noche del 4 de octubre se aproxima y el ambiente se vuelve cada vez más tenso en la búsqueda de las cruces que quedaron como recuerdo, a un lado de las vías del tren. Los siete reporteros se han topado con un espacio baldío que hace imposible el arribo hacia el destino. Es ahí donde se encuentra la vivienda más cercana al sitio del trenazo, en la colonia Diana Laura Riojas.

Una luz opaca que viene desde las afueras de esa casa ha girado la atención. Don Enrique y su esposa acuden al llamado pero se niegan a acompañar al contingente; “¡qué voy a hacer por allá!”, comenta en alusión al temor que de una u otra manera lo rodea en referencia a los sucesos fuera de lo normal de los que ha sido testigo.

Su esposa apoya la versión de Enrique. “No es muy constante, pero a veces se escucha en la madrugada un niño que anda por ahí llorando”, comenta al tiempo que señala el monte y la dirección hacia las vías del tren, en donde nada tendría que hacer un niño a esas horas.

Minutos antes de la medianoche el recorrido ha encontrado su destino. Sin más iluminación que los faros de un automóvil y soportando una temperatura no mayor a los 5 grados, el entorno dio un recibimiento con las mismas características: frío y desolado.

La capilla que diera asilo a los heridos de ese accidente no parece tener vida, y los pasos que van hasta el espacio donde se ha recreado un pequeño cementerio son acompañados por sonidos extraños parecidos a murmullos, que los reporteros prefieren adjudicar a los corrales con ganado asentados “por ahí”.

Ante tales manifestaciones, ninguno optaba por permanecer en silencio con el fin de ahuyentar de la mente la idea de algún hecho fuera de lo normal. Poco después de las 2:00 de la mañana, una luz en el ala sur de los rieles se encuentra anunciando el paso del ferrocarril.

El sonido de los furgones se acerca, al mismo tiempo que la expectativa por verlo pasar a unos cuantos días de conmemorarse la fecha del accidente. Cuando éste terminó su desfile por el lugar, el aire comienza a endurecerse.

El contexto de eventual tranquilidad en que se encontraba el grupo de visitantes cambió de manera trivial. De alguna manera habían desequilibrado la soledad de ese sitio y un estremecimiento que se confundía con el frío los hizo abandonar el lugar.

La razón se encuentra en las seis experiencias, pero el misterio que guarda ese lugar se sigue alimentando con el paso de los años y el recuerdo de una desventura que interrumpió la vida de muchas personas, quedando como legado una serie de enigmas que pocos se atreven a descifrar.