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Adiós, 2017

Por Carmen Aristegui

Hace 6 años

Llegamos al final de este 2017 que transita, para México, en medio de fuertes interrogantes, desafíos y turbulencias. La reforma fiscal impulsada por Donald Trump, y aprobada por los republicanos esta semana, deja descolocado a México y anticipa un boquete económico, comercial y de inversiones de proporciones difíciles de calcular.

La repatriación –con carácter obligatorio– de utilidades de las empresas subsidiarias o filiales en México cuya matriz se encuentre en Estados Unidos, desembocará en la salida de recursos líquidos en un plazo relativamente corto. El replanteamiento de proyectos de inversión financiera, bursátil o incluso directa y productiva de empresas e inversionistas norteamericanos, es lo previsible a la luz de los incentivos y fuertes recortes fiscales impulsados por el gobierno de un Donald Trump que no cabe de gusto por su primera gran victoria legislativa. No sería de extrañar que el siguiente paso en la materia sea apretar más las tuercas del TLC –vigente aún– con México y Canadá. Con la Ley Fiscal en la bolsa, Trump ensancha su capacidad de maniobra sobre este y otros temas. Malas noticias para México.

La reforma fiscal le ha amargado la Navidad a empresarios y autoridades hacendarias, que han tenido que echar a andar cónclaves y reuniones de emergencia para desarrollar una estrategia que permita enfrentar lo que nos viene en el corto y mediano plazos.

En temas internos, México despide el año con índices de violencia que no se veían desde 2011 y con la aprobación de una Ley de Seguridad Interior que hizo trizas las más elementales nociones de un parlamento abierto y haciendo caso omiso al clamor nacional e internacional en contra de un marco legal que se ha considerado regresivo, peligroso, anticonstitucional y perpetuador de un modelo fallido de seguridad pública militarizada.

Tal como se esperaba, Peña Nieto promulgó ayer la ley en una edición vespertina del Diario Oficial de la Federación. No importó nada. A costa de lo que fuera, en contra de quienes fuera, había que promulgar esa ley.

No conforme con eso, Peña Nieto sorprendió ayer al declarar que no hará uso de una parte de la ley hasta que la Corte resuelva sobre su constitucionalidad –dando por un hecho que llegará al máximo tribunal– y que no emitirá, dijo, “… declaratoria de protección de Seguridad Interior –en los términos de esta ley– hasta que el máximo tribunal decida sobre su constitucionalidad. Así, la Suprema Corte de Justicia de la Nación será el árbitro legitimado constitucionalmente para tomar una resolución definitiva, pero ello no significa que dejará de haber intervención de la Federación en materia de seguridad pública en auxilio de los estados que hoy lo necesitan”.

¿Qué quiso decir el Presidente? ¿Qué va a aplicar una parte de la ley –a la que, se supone, ahora está obligado– y otra no? ¿O quiere hacer creer que la segunda parte de su dicho está desvinculada de la primera? ¿Qué supone Peña Nieto que debemos creer? ¿Que la va a guardar en el cajón hasta que la Corte se pronuncie sobre la parte sustancial de esta ley? ¿A quién quiere engañar el Presidente?

Peña Nieto tiene entre sus facultades vetar la ley o bien hacer observaciones al Congreso sobre todo o partes de la legislación aprobada en las Cámaras. Del mismo modo en que las voces más importantes y autorizadas en México y a nivel internacional le pidieron que frenara la ley, después de que fue aprobada, le exigían entonces que la vetara o que hiciera observaciones. Ni una cosa ni otra hizo el Presidente.

Ahora nos dice que: “Distintas organizaciones de la sociedad civil, colectivos de derechos humanos y académicos han expresado que, a su criterio, el contenido de la ley es inconstitucional. Como sabemos corresponde únicamente a nuestro máximo tribunal decidir cuándo una norma se apega a la Constitución y a los tratados internacionales en materia de derechos humanos”. ¿No se sonroja Peña al decir eso?

Resulta inconcebible el manejo que pretende dar Peña Nieto a la crisis en la que está metido. Inaudito que diga, en voz alta, tal cantidad de disparates. Ofende que el Presidente, además de llevar al país a un desfiladero, ahora quiera tomarle el pelo a los mexicanos.

Ni hablar. Pese a todo lo anterior hay que dejar espacio para la esperanza. Vaya desde aquí un ¡Feliz Navidad y próspero Año Nuevo! a los lectores y lectoras de este espacio.

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