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Adiós al Banco

Por Rafael Loret de Mola

Hace 6 años

Una estupenda manera de irse. Agustín Carstens Carstens, segundo que fue del aristócrata español Rodrigo Rato y Figaredo en el Fondo Monetario Internacional (FMI), augura una baja en el crecimiento nacional –los economistas insisten en que NO se puede hablar de decrecimiento porque es inverosímil en términos de desarrollo aunque exista-, como señal de despedida del Banco de México en donde inició sus andares como economista en 1980. Luego pasaría por la secretaría de Hacienda, con el aval de Rato –una verdadera rata-, rompiendo todas las sillas de sus despachos.

Más allá de su voluminosa figura –es el funcionario de mayor peso físico en la ente mundial-, Carstens parecía tener la varita mágica de sus contactos de alto nivel cuando llegó a México con el aval de algunos de los más poderosos socios financieros de México en el mundo; una estrella, nada menos, y tan grande que todos podrían verla. Pese a ello, su trabajo en Hacienda dejó mucho que desear, como el de sus predecesores –ninguno se salva-, en medio de crisis estructurales universales, generadas oficiosamente por Wall Street, y agravadas en nuestro país por la ausencia de alternativas para vadearlas.

De hecho, México fue el último país en salir de la inducida recesión, que comenzó en 2008 dejando secuelas todavía no superadas, causada, entre otros factores, por la gran cantidad de delitos bancarios y la crisis alimentaria mundial, insisto, provocadas desde los Estados Unidos para expandir su dominio sobre las naciones más depauperadas por el gobierno de Washington. Si ya estábamos con graves problemas antes de Trump, con la administración del “pato anaranjado”, marcado como indeseable por el 63 por ciento de los estadounidenses, se cerraron las salidas e inició la asfixia, agravada por la xenofobia del personaje, sobre todo, hacia México.

Pendientes de los informativos norteamericanos y de los programas de parodia política combinados con la seriedad, no hemos encontrado alguno, ni uno solo, que defienda a Trump con explicaciones razonables sobre sus actuaciones. Recientemente, Carl Bernstein, quien junto a Bob Woodward destazó a Nixon por el caso “Watergate”, señaló a Trump como un “psicópata” mientras sus compañeros de mesa, incluyendo una artista cómica, le lanzaban diversos epítetos asegurando que no podía sostenerse en el poder quien había dado muestras evidentes de no saber gobernar.

En paralelo, en México sucede otro tanto, solo que aquí 93 por ciento de los gobernados repele a la administración priísta que difícilmente pueda continuar aun cuando el candidato sea el menos cercano al PRI del gabinete peñista, perdido ya entre los desvaríos y los crímenes políticos de toda índole. Media República está ensangrentada y la otra porción vive igualmente días de zozobra interminables.

Noviembre no arrojó luces sino más oscuridad.

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