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El mejor ciudadano

Por Fernando de las Fuentes

Hace 6 años

“Ajustarse a la ley es necesario para la buena ciudadanía, pero no es suficiente”. / Julian Baggini

Como no puede separarse al Estado democrático de la naturaleza humana, la calidad de la democracia depende en realidad de las actitudes y las conductas de los individuos, que sumadas y reproducidas configuran un país, un estado, un municipio, una comunidad.

De ahí que hoy siga teniendo la misma importancia que para Platón y Sócrates el desarrollo de las virtudes, esas cualidades personales que nos permiten interactuar sanamente con nuestros conciudadanos y nuestro entorno, producto de valores sociales interiorizados, es decir, ideales de comportamiento, que a su vez se convierten en principios o reglas de actuación.

Platón consideraba como objetivo de la educación el desarrollo de la virtud y el deseo de convertirse en un buen ciudadano; no por obligación, sino por voluntad. Querer ser buenas personas es lo que puede convertirnos en buenos ciudadanos, y ser buenos ciudadanos nos hace, necesariamente, agentes de cambio; querer sin peros, sin condición, sin esperar que sea otro el que dé el ejemplo o el primer paso.

No hay, pues, mayor falacia que la afirmación de “yo no puedo hacer nada” o la pregunta de ¿y yo qué puedo hacer? De hecho esa actitud derrotista produce un efecto: que las cosas sigan igual. Las cosas están como están no porque no podamos hacer nada, sino porque no queremos hacer nada. No queremos ser buenas personas.

Votar, no tirar basura, ser corteses, no ser indiferentes ante el maltrato y la violencia, pagar impuestos, respetar las leyes y participar en acciones colectivas, entre otras actividades, son indispensables para mejorar nuestras condiciones de vida, pero no serán efectivas si nosotros no somos buenas personas, si somos egoístas, resentidos, cínicos, groseros, trepadores, mentirosos, ladrones, discriminadores y una larga lista de etcéteras.

Por algo decía Sócrates que el que es bueno en la familia es buen ciudadano. Y nadie puede ser bueno para la familia si no da buen ejemplo. Ahí es donde se pone a prueba realmente la calidad humana. Hemos llegado a ser tan descuidados y desconsiderados en la primerísima instancia colectiva de la sociedad, que hasta inventamos la frase: “haz lo que digo, pero no lo que hago”.

Cada individuo es tal porque pertenece a una colectividad. Cada individuo es entonces, en esencia, un ciudadano, y todo ciudadano está principalmente obligado a procurar el bien común.

El bien común se procura sobre todo desde la intimidad de cada uno, desde la mejora personal, y a partir de ahí la congruencia con los valores sociales, los cuales, por cierto, no son inmutables; cambian, se transforman de acuerdo con las necesidades de la colectividad, aunque su esencia permanezca.

Ser buen ciudadano es tener capacidad de ser solidario, responsable, disciplinado, considerado con sus semejantes, empático, generoso, ecuánime y otra larga lista de cualidades. Es, antes que nada, desarrollar patrones emocionales que te hagan feliz, como aprender a perdonar, a sentir verdadera gratitud, a desapegarte de todo aquello que te causa sufrimiento, a amarte y respetarte a ti mismo, porque sin todo aquello que alimenta y engrandece el alma, nada de lo que concierne a la convivencia con otros será real o bueno.

Ser buen ciudadano es además comprender que para tener las libertades, derechos, comodidades y oportunidades que tenemos hoy, otros antes tuvieron que pasar por sufrimientos a los que hoy ni siquiera en la imaginación queremos acercarnos. Y no hablamos únicamente de lo que conocemos como nuestros héroes patrios.

Hablamos de nuestros padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos; nuestros ancestros, a los cuales debemos honrar siendo lo mejor que podemos ser, disfrutando todo lo que nos legaron porque lucharon por ello. Literalmente derramaron sangre, sudor y lágrimas. No es justo que lo demos por hecho así nada más. Saquémosle el partido que ellos le hubieran sacado. Seamos los ciudadanos que ellos querrían que fuésemos.

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