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El reto de los partidos

Por Gerardo Hernández

Hace 6 años

Los gobiernos se han olvidado de resolver problemas, sobre todo los relacionados con la pobreza, la salud y la seguridad, para concentrarse en ganar elecciones con base en el presupuesto y el control de órganos teóricamente autónomos como el Instituto Nacional Electoral y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y sus equivalentes en los estados. El resultado es una democracia onerosa, simulada y cada vez menos apreciada por la sociedad civil, lo cual deviene en desprecio hacia los partidos y los políticos de cualesquier signo o color.

A través de la protesta, la movilización y el uso intensivo de las redes sociales, la ciudadanía busca cambiar el país y expulsar del poder a una clase predadora. En el Gobierno del presidente Peña Nieto, el malestar y la indignación ciudadanas contra las burocracias partidistas, los representantes populares y los gobiernos han alcanzado sus cotas más altas. Los principales problemas son la corrupción, la impunidad y la violencia.

El ensayo ¿El fin de los Partidos?, del filósofo español Daniel Innerarity, publicado en El País el 10 de agosto de 2013, cae como anillo al dedo. “La actual crisis de los partidos políticos, su descrédito, pérdida de relevancia o fragmentación, es manifestación de una crisis más profunda. Se acaba, a mi juicio, una era política que podríamos llamar ‘la era de los contenedores’. El mundo de los contenedores presuponía un contexto social estructurado en comunidades estables, con roles profesionales definidos y formas de reconocimiento y reputación consolidadas. En esa realidad social se gestaron esas máquinas políticas que son los partidos de masas clásicos”.

Para el autor de La Transformación de la Política. Gobernar en la era de las Sociedades Complejas (Peter Lang, 2010), el periodo de la ‘Democracia de los Partidos’ tal como la hemos conocido representaba una geografía sólida, mientras que hoy parecemos movernos más bien en un escenario de liquidez, inestabilidad e incluso volatilidad que afecta a los grandes contenedores de antaño (los partidos, las iglesias, las identidades e incluso los estados)”.

Tal circunstancia, dice Innerarity, “afecta tanto al público como a sus representantes. A los primeros les confiere una desconcertante imprevisibilidad. En la terminología del marketing se habla de un electorado menos fidelizado, volátil e intermitente. Hemos pasado del ‘cuerpo electoral’ al ‘mercado político’, con todas las reglas (o ausencia de ellas), todos los riesgos y toda la imprevisibilidad del mercado. (…) Si los electores son tan ‘infieles’, los partidos se ven cada vez menos obligados a unos compromisos ideológicos. No lo digo para disculpar esos incumplimientos, sino para tratar de comprender a qué obedecen”, aclara.

A la pregunta de “¿Cómo será el paisaje después de la actual crisis de los partidos?”, responde: “se superará sólo cuando haya mejores partidos. Tirar el niño con el agua sucia, como suele decirse, no sería una buena solución, y la experiencia nos enseña que todavía peor que un sistema con malos partidos es un sistema sin ellos; quien lamente su carácter oligárquico tendrá motivos para quejarse si los partidos se debilitan hasta el punto de ser incapaces de cumplir las expectativas de representación, orientación, participación y configuración de la voluntad pública que se espera de ellos en las democracias constitucionales”.

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