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Coahuila

Erik Satie

Por Joel Almaguer

Hace 3 años

Una suave emoción, un olvido del presente, un preguntarse a sí mismo es la música de Erik Satie. Su obra es precursora de muchos movimientos: estandarte de los Dadaístas, influencia para el Grupo de los Seis, para Debussy.

Con un personalidad extravagante y un poco esotérica. Sí, esotérica, miembro único de una religión que él fundó y que tiempo después abandonaría para centrar sus ansías místicas con diseños de edificios tan inexistentes como fantásticos. Erik Satie, nos encanta por la bruma de su música, por su lluvia silenciosa y gris, por la clara intención de centrarse no en el desarrollo y entretejido de temas y tensiones musicales, sino por el color, el timbre, el sonido en sí. En este sentido, todo un vanguardista adelantado a su tiempo.

En la escuela no lo pasó muy bien. El conservatorio no lo comprendió y lo calificó de incapaz, aun así, luego de cumplir 40 años estudiaría contrapunto en la Schola durante cinco años. Su obra sobrepasa el centenar de obras y la que más podemos rememorar es su obra para piano. Las Gymnopédies, sus Gnossiennes, La Belle Excentrique, por ejemplo. Curiosa su manera de hacer anotaciones a sus composiciones: Como un ruiseñor con dolor de muelas, ligero como un huevo, nos invitan a la ensoñación.

Mucha de su actividad como músico era ser pianista de cabaret, donde adaptaba piezas populares a piano y voz. Muchas de ellas se conservan como la bella Je Te Veux, un vals lánguidamente tierno y luminoso. Caminaba casi a diario 10 kilómetros para llegar a París, vivía a las afueras, con distinguido andar, trajes de terciopelo, sombrero de copa y paraguas. En sus casi 30 años de vivir en su pequeñísimo departamento jamás tuvo visita. Qué sorpresa fue que, luego de su muerte, sus amigos encontraran en su alcoba cientos de paraguas, algunos sin usar; bocetos de sus edificios imaginarios que publicaba anónimamente en periódicos para ponerlos a la venta, y que nadie sabía; obras olvidadas o nunca publicadas. Todo esto entre polvo y telarañas.

Escuchar a Erik Satie es vivir un misticismo: sin explicación dejamos de ser nosotros mismos con nuestras calamidades de la vida diaria. Viendo a la lejanía, absortos. Y aun así, vivos, pues como dijo el propio compositor: “Ya tendremos tiempo de estar en un cementerio”.

Podemos escuchar su obra completa para piano por uno de los grandes pianistas franceses: Jean-Yves Thibaudet. Sin duda una experiencia musical que amerita una disposición de espíritu muy particular, pero que, ni por asomo, será en vano. Que lo disfruten.

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