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Coahuila

Gobernador lagunero

Por Gerardo Hernández

Hace 6 años

Coahuila tiene desde el 1 de diciembre una nueva Administración luego de un proceso electoral que tuvo en ascuas al estado durante 5 meses. Miguel Riquelme es el primer gobernador lagunero después de Braulio Fernández Aguirre, quien ocupó el cargo entre 1963 y 1969 y lo ejerció con decoro, autoridad política y moral y amplio respaldo social. Riguroso en la aplicación de los recursos públicos, resolvió problemas acuciantes y mantuvo el equilibrio entre Saltillo y Torreón, donde ya se concentraba la mayor parte de la población y de la actividad económica.

El ascenso de Miguel Riquelme al poder no fue sencillo. El PRI estuvo a punto de perder por primera vez desde su fundación en 1929. Entre el inicio del gobierno de Fernández Aguirre y el de Riquelme –ambos fueron alcaldes de Torreón– ha transcurrido más de medio siglo. Coahuila se ha transformado y hoy es uno de los estados líderes en los sectores automotriz, del acero, eléctrico y agropecuario, entre otros, gracias a la inversión nacional y extranjera y al talento de su gente; además, la riqueza energética acelerará su desarrollo en los próximos años.

Coahuila es un estado complejo donde, en los últimos sexenios, la voz y participación de la sociedad se han elevado para exigir respeto a sus derechos, democracia y rendición de cuentas; y a los gobiernos estatal y municipales de todos los partidos, resultados y eficacia para combatir de raíz uno de los peores males del país como es la corrupción. Sin embargo, ese cáncer, en lugar de extirparse, ha invadido todas las áreas sin que exista voluntad política para afrontarlo y llevar a prisión a quienes han desviado recursos del erario para enriquecerse o para otros fines; mientras tanto, crece el número de pobres.

Frente a gobiernos insensibles a una realidad lacerante y agravada a escala nacional por la inseguridad, el saqueo, la impunidad, la escasez de oportunidades para los jóvenes y la falta de compromiso de las autoridades, la ciudadanía recurre a las urnas para expresar su enojo. Fue lo que pasó en Coahuila el 4 de junio. Sin embargo, no alcanzó para la alternancia, no obstante que el partido en el poder obtuvo menos sufragios que todas las oposiciones juntas, lo cual jamás había ocurrido.

El proceso se resolvió en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación a favor del PRI a un alto costo para la credibilidad del sistema. Los excandidatos agrupados en el Frente por un Coahuila Digno le ayudaron al PRI a ganar por no haberse unido antes de las elecciones y pensar que la alternancia se daría en automático. Es algo que la ciudadanía les reprocha y acaso jamás les perdonará. Miguel Riquelme asumió el poder cobijado por el Gobierno federal, el PRI y mandatarios de otros estados.

La ciudadanía actuó con madurez en todas las etapas del proceso. Las manifestaciones por las irregularidades fueron respetuosas como también lo fue el acatamiento a la resolución del Tribunal Electoral Federal. Ahora corresponde a Riquelme sentar las bases para la reconciliación y un buen gobierno; su invitación a los poderes públicos y a la sociedad para cerrarle espacios al crimen, a la corrupción y a la impunidad, deberá encabezarla él mismo. Si lo hace, será un buen principio para legitimarse. El ejemplo de don Braulio, el anterior gobernador de La Laguna, puede servir de inspiración.

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