Esto es un enérgico llamado de atención a las autoridades de los tres órdenes de Gobierno: no se consuman viendo un árbol; por favor, vean el bosque completo.
Es cierto, vivimos una contingencia sanitaria, de salud, pero esta alimenta otra contingencia potencialmente devastadora, la económica.
Un botón de muestra, solo la punta del iceberg: vendedores ambulantes de Saltillo, que fueron retirados de las calles, que hoy no tienen ningún ingreso, merodean por la Central de Abastos en busca de mermas; buscan entre la basura para llevar algo qué comer a sus hogares. Uno de ellos afirma que lo hace para que sus hijos no mueran de hambre.
El distanciamiento social y otras medidas que se han aplicado para evitar la dispersión del coronavirus impactan directa y severamente a los que menos tienen. Miles de familias se quedan de repente sin ingresos, y son de las más vulnerables.
No, no estamos en Italia, España o Estados Unidos, donde familias pueden permanecer semanas aisladas sin comprometer lo más básico, su alimentación. Aquí no, si no hay trabajo, hay hambre.
A todos los funcionarios les preguntaría: qué imaginan que hará un padre de familia si ve que sus hijos no tienen qué comer?.
Hay que recordar que la desesperación es madre de tragedias y lo último que necesitamos como sociedad es agregar saqueos y robos por necesidad al ya de por sí complicado escenario por el embate del Covid-19.
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