Zurich. Verano. 1857. El lago es un espejo quieto, mudo, luminoso. El sol acaricia la piel y hace vivir la naturaleza que apacible y majestuosa rodea la villa Wesendonck.
El silencio reina. Al fondo de la villa, detrás del château está el asyl, la casa donde habita Wagner. El sonido de un piano colorea la tranquilidad que se respira. El viento anima las hojas.
Cada mañana Mathilde Wesendonck cruza el sendero que conduce a la casa del compositor. Lleva unas hojas en la mano cargadas de versos: “En los albores de mi infancia oí decir que los ángeles cambiaban las felicidades celestes por la luz del sol terrenal”, murmura apenas moviendo los labios que tiemblan impacientes.
Las faldas hacen danzar la hierba que mira, testigo, la ruta del ángel. Dramaturgo como es, Wagner hace a un lado el Gesamtkunstwerk, la obra de arte total, para ceder al encanto de la poesía de lo imposible. Transcurren largas horas entre cortinas, sillones, cuadros y melodías profundas como el lago.
La fiebre y el arrebato los poseen. Wagner y Mathilde desafían las reglas y el tiempo. “Detente, oh incesante rueca del tiempo, medidora de la eternidad… déjame ser”.
Las walkirias surcan el cielo, la tragedia de Tristán e Isolda se posa como una sombra sobre la casa del compositor. Cinco poemas escritos por Mathilde serán música con Wagner. Los dos, unidos en las esperas de la poesía. De esta música saldrán las bases para temas de Tristán e Isolda.
El sol comienza a declinar, el cielo se tiñe de colores. “Sol, lloras todas las noches hasta que logras enrojecer tus bellos ojos…” espera la mañana siguiente cuando el canto de las aves emerge de la copa de los árboles anunciando un nuevo día.
Sueños que no tardarán en romperse como pompas de jabón murmuran los labios trémulos de Mathilde enamorada. Como una flor florecen llenos de belleza y se marchitan antes de que poseerla puedan las manos de alabastro de la señora Wesendonck.
Exhala de su aliento un perfume, una ofrenda a Eros que apenas se eleva sobre su pecho desciende hasta el abismo más profundo. El piano de Wagner emite los últimos acordes.
Años más tarde, Felix Mottl, director de orquesta, caerá hechizado por los Wesendonck Lieder y hará transcripción para orquesta.
Wagner, conocido por sus monumentales dramas musicales, deja un legado con este ciclo que destila la esencia de un controvertido compositor. Que lo disfruten.
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