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Los motivos para la destrucción de Piedras Negras en la versión para sus vecinos en Eagle Pass Texas

Por Rodolfo Villarreal Ríos

Hace 6 años

Dos semanas atrás relatábamos cÓmo, en 1855, el pueblo fue defendido por las fuerzas militares mexicanas que buscaban evitar la acometida de unos forajidos estadounidenses, quienes bajo el pretexto de perseguir aborígenes lipanes, arrasaron con el pueblo. Sin embargo, como a este escribidor le enseñaron que todo relato en la relación con nuestros vecinos siempre hay dos versiones, pues se fue a hurgar en los archivos y encontró lo que publicó entonces The Galveston Civilian. En la pieza, se anotaba que los invasores estadounidenses solicitaban apoyo, y se reproducía una proclama a los habitantes de Texas emitida por quien estuvo al frente de la expedición destructiva, el capitán James Hughes Callahan. Demos paso a los días aquellos.

Callahan era un nativo del estado de Georgia, quien como avecindado en Texas combatió en la guerra mediante la cual el quince uñas mostró sus dotes de lotero y acabó por ceder ese territorio que se convirtió en república. Desconocemos si la participación en la contienda militar mencionada despertó en Callahan un profundo sentimiento antimexicano o bien, como dirían en el pueblo, lo era de “nacencia.” Entre 1839 y 1841, estuvo al frente de un grupo de milicianos habitantes del Condado de Guadalupe quienes perseguían y combatían indios y mexicanos acusados de robar caballos. Con esta experiencia a cuestas, su momento de “gloria” lo viviría en el otoño de 1855.

En esa época, el quinto gobernador de Texas (1853-1857), volvería a serlo en 1867, Elisha Marshall Pease era un nativo de Connecticut quien autorizó se formará un grupo de vigilantes para tomar venganza de los ataques que los indígenas realizaban en contra de los condados de Bexar y Comal. Al frente de ese grupo colocó a Callahan quien, también, se encargaría de servir a los esclavistas quienes demandaban se armará una incursión militar para regresar a los negros esclavos que habían huido hacia México. Una vez definido el escenario imperante, vayamos a la versión con la cual fueron provistos nuestros vecinos en Eagle Pass, Texas.

The Galveston Civilian iniciaba comentando que “se ha cruzado el Rubicón, y la sangre estadounidense ha inundado nuevamente el suelo de México. Las tropas estadounidenses están nuevamente fortificadas en el oriente del Río Grande (Bravo) amenazadas por un grupo integrado por indios, mexicanos y negros renegados”. El autor de la pieza periodística sentía que en cualquier rato les caían encima, por lo cual apelaba a sus paisanos para que fueran en ayuda de aquellos quienes “tienen un propósito noble como lo es castigar y someter a esos asesinos implacables de nuestras mujeres y niños, lograr la destrucción de nuestros seminoles y lipanes y sus aliados los negros renegados y los mexicanos quienes por dos años han utilizado la línea divisoria del Río Grande como su escudo, una barrera de protección, en sus incursiones sangrientas traspasando nuestras fronteras”. Ante eso, no quedaba otro camino sino “…expulsarlos y aniquilarlos para que la vida y las propiedades de quienes vivían en la frontera de Texas puedan estar seguras”. Asimismo, se apuntaba que Henry Eustace McCulloch, un oriundo de Tennessee, antiguo combatiente de la Guerra de Texas, y quien el futuro seria general brigadier confederado durante la Guerra Civil, andaba, junto con otros más, reclutando personal para ir en apoyo de Callahan quien estaba en Eagle Pass, desde donde, el jueves 4 de octubre de 1855, lanzó una proclama al pueblo de Texas. Veamos el contenido de la arenga.

Dirigiéndose a sus conciudadanos, les indicaba que como comandante en jefe de la expedición que recientemente partió desde aquí, para destruir el campamento de los indios lipanes y para exterminar a los guerreros de esa tribu de salvajes, es mi obligación darles a conocer los avances, acciones y éxitos. “El 24 de septiembre, [en un sitio que Callahan identifica como Leona], se me unieron dos compañías de voluntarios comandados por [un par de Texas Rangers], los capitanes William R. Henry [natural de Virginia, notorio por sus acciones como filibustero y aventurero] vecino de San Antonio, y Nathaniel Benton [nativo de Tennessee quien más tarde sería oficial de caballería Confederado, juez de condado y maestro] habitante de Seguin.” Tras de que, el 29 de septiembre, los [indígenas] lipanes arribaron al Río Grande a la altura de la boca de Los Moros, las huestes de Callahan emprendieron la marcha. Sin embargo, no fue factible continuar la persecución porque el río iba muy crecido. Estuvieron varios días en espera de que como apuntaban en los rumbos del pueblo hace muchísimos años, “bajara la creciente,” Callahan indicaba que decidió dirigirse hacia Eagle Pass, distante del sitio a una distancia aproximada de treinta millas, cruzar el río y si podía atacar directamente el campamento de los indígenas, el cual estaba situado en un lugar estimado a treinta y cinco millas al oeste del río, cerca de la ciudad de San Fernando (Zaragoza, Coahuila). Pero antes debió hacer un alto en Eagle Pass.

Cuando llegó ahí, narra Callahan, el alcalde de Piedras Negras y los ciudadanos de Río Grande le mostraron su aprecio, al tiempo que le prometían apoyo a su misión tanto con hombres como con medios para servir a los dos países y “…exterminar a esa banda de salvajes forajidos quienes han infestado nuestra frontera, asesinando mujeres y niños y depredando nuestras propiedades.” Con eso en mente, Callahan continuó con su plan.

El 2 de octubre cruzó sus tropas hacia México, una parte por Piedras Negras y otra unas millas más abajo. Dado que las aguas no cedían, relata el georgiano, fue muy difícil cruzar con los caballos. Al día siguiente, reanudó la marcha al frente de 111 hombres con quienes se encaminaba hacia el campamento de los indígenas. Alrededor del mediodía, las fuerzas invasoras arribaron a “un arroyo ubicado diez millas al oeste del Río Grande…hasta ese momento, tanto las autoridades como los ciudadanos se habían mostrado amables y expresaban sus buenos deseos por el éxito de la misión, y aun cuando algunos ofrecieron enlistarse como voluntarios, no los acepté”. Tras de ese descanso, “aproximadamente dos horas después, reiniciamos la marcha hacia San Fernando. Tras caminar cerca de diez millas por un camino ubicado en medio de una pradera extensa, vimos que se aproximaban tres jinetes de quienes en principio creímos se trataba de pastores, pero al aproximarse a doscientas yardas de nosotros descubrimos que eran [indígenas] vestidos y pintados listos para entrar en combate”.

Las tropas estadounidenses fueron alineadas por Callahan “a lo largo del camino en espera de que el enemigo apareciera”. Para sorpresa de los visitantes, “un gran numero de ellos aparecieron listos para el combate, al desplegarse enfrente de nosotros, nos percatamos que eran varios cientos quienes, a caballo, nos atacaban y disparaban. Fue factible percatarse que las tropas estaban compuestas por [indígenas] y mexicanos”. Según el recuento de Callahan en una primera descarga fueron muertos treinta de sus enemigos y solamente cuatro de los suyos perdieron la vida. “Tras de tres horas de combate, ellos [indígenas y mexicanos] abandonaron el sitio y se dirigieron hacia San Fernando…dejando ochenta y cinco muertos y cien heridos”. Según información que les proporcionaron algunos de los lesionados, en total los defensores totalizaban 750 hombres. Dado que Callahan estimó que los retirados podrían volver con refuerzos en cualquier momento, decidió, esa misma noche, regresar a Piedras Negras a donde arribaron al amanecer y se ubicaron el lado oeste del Río Grande. Acerca de la batalla, Callahan enfatizaba que sus hombres se portaron con valentía y fiereza, salvo dos quienes pusieron pies en polvorosa al abandonar la batalla y “no pararon hasta que se encontraban del otro lado del Río Grande”.

Pero de este lado, las tropas de Callahan ya estaban en posesión de Piedras Negras, y la pensaba estar ahí por un rato. Argüía que “los mexicanos nos traicionaron al pretender que estaban de nuestro lado en la lucha con los lipanes, y hasta pretendieron tendernos una trampa a empujarnos a una batalla desigual en lo cual hubieran tenido éxito de no haber sido por la bravura de mis hombres…” Acto seguido, en una narrativa que desde aquellos tiempos es muy socorrida, Callahan dijo “esta mañana, le comenté a una persona prominente del lugar que no venimos aquí a pelear con los mexicanos, sino a castigar y exterminar a los [indígenas] que no deseamos enfrentarnos con ellos [los mexicanos], aun cuando han matado y herido a varios de nuestros mejores hombres. Les he dicho que deben de entregarnos a los [indígenas] de otra manera, los texanos los harán responsables por las perdidas de sus esposas e hijos, así como la destrucción de sus propiedades”. Y como no encontraba la respuesta que demandaba, Callahan infería que “esta claro que ellos se involucran y protegen loa [indígenas]. Les he explicado lo injusto de sus acciones, a la vez que les advertí de que invadiríamos su país y quemaríamos hasta el último de sus pueblos en caso de que continuaran conviviendo y protegiendo a esas bandas de forajidos suyas manos estaban aun escurriendo la sangre de inocentes…Nunca los habíamos molestado hasta que descubrimos su contubernio con los [indígenas]. Y para cerrar esa parte de la proclama dirigida a nuestros paisanos, los conminaba a que deberían entregarles “los [indígenas] enemigos o atenerse a las consecuencias que resulten de la perfidia que ya han cometido”. Ante eso, Callahan volteaba hacia sus vecinos adoptivos.

Y les decía: “Conciudadanos de Texas, les pedimos su ayuda. Es por sus esposas y sus hijos que hemos expuesto la vida y estamos dispuestos a continuar la lucha. Es por ustedes como amigos, vecinos, compatriotas, que algunos de los nuestros han caído y otros ofrecido su sangre. Es por ustedes que estamos dispuestos a ofrendar nuestra sangre y la vida, al tiempo que les preguntamos si aceptan que sus hermanos sean asesinados por los mexicanos y salvajes pérfidos sin que ustedes tomen ninguna acción en venganza.” Acto seguido, les informaba que “estamos bien fortificados con cañones para nuestra protección y podemos resistir hasta que recibamos los refuerzos solicitados. [Tras la batalla], trasladamos a los heridos y están siendo atendidos en un hospital en Eagle Pass. Nuestros muertos los traeremos y serán sepultados en suelos estadounidense. Estamos expectantes de que nos ataquen miles de mexicanos e [indígenas], pero podremos castigarlos”. Pero una cosa era la arenga y otra la realidad y eso se demuestra en el siguiente párrafo.

“Una vez más, les pido su apoyo por su protección propia y la de sus compatriotas. Los [indígenas] dicen estar dispuestos a matarnos y [recuerden] cruzan semanalmente hasta sus asentamientos. Si no son exterminados, en cualquier momento pueden ir y matar a sus familias y amigos. No habrá seguridad en ningún sitio a partir de ese momento. Los seminoles, mezcaleros y lipanes están dispuestos a bañar Texas en sangre y violencia en tanto no se les someta…” Y para cerrar la súplica-orden: “Hombres de la frontera, vengan a ayudarnos. Pero solamente vengan quienes desean y están aptos para pelear. Si van a venir, vengan rápidamente; y vengan bien preparados”.

Y aun cuando no llegaron muchos, Callahan le prendió fuego al pueblo y lo destruyó, que no es lo mismo que lo acabó. El 25 de octubre, el diario The San Antonio Texan publicaba que el general mexicano Emilio Langberg demandaba a los comerciantes de Eagle Pass que contribuyeran con recursos pecuniarios para pagar los daños ocasionados por el incendio de Piedras Negras, les recordaba que “este pueblo está construido y apoyado principalmente por el saqueo que se realiza al este del Río Grande”. A finales de noviembre, el gobernador Pease envió un mensaje a la legislatura texana justificando las acciones de Callahan, pero se arrepentía de haber tenido que incendiar Piedras Negras. Ya metido en la contrición, desautorizaba, a partir de ese momento, cualquier expedición hacia México cuyo fin fuera perseguir indígenas. Para mediados de enero, el gobierno mexicano demandaba al estadounidense le resarciera los daños causados en Piedras Negras por la expedición de Callahan, al tiempo que pedía protección para evitar ese tipo de incursiones. Los deterioros no fueron reparados sino hasta 1876 cuando la Comisión de Reclamaciones de 1868 concluyó sus trabajos. Aproximadamente 150 ciudadanos mexicanos lograron que se les repartiera un total de 50 mil dólares por daños, lo cual significó que cada uno recibió trescientos treinta y tres dólares con treinta y tres centavos, el único tres que les faltó les asignaran fue el de la santísima trinidad.

Esa fue la historia sobre los motivos por los cuales el pueblo fue incendiado. En la relación con los vecinos del norte, nunca estará de más revisar la versión de ellos sobre nuestras relaciones. Solamente de esa manera podemos aproximarnos a tener una visión objetiva de los acontecimientos, algo que expresamos con pleno conocimiento de causa.

A pesar de ese evento, con el trascurrir del tiempo, las poblaciones de Piedras Negras y Eagle Pass terminaron por entender que era mas conveniente afrontar la vecindad al amparo de una relación armoniosa. De las batallas con nuestros vecinos en Eagle Pass, las únicas que, en lo personal recordamos son las deportivas, ellos obtenían las victorias en béisbol y nosotros los derrotábamos en basquetbol.

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Añadido (1) Pero como no va a estar agradecido con la científica galardonada. Durante seis años, sus allegados, no lo descuidaron un momento y siempre estuvieron atentos para que no se fuera a desviar del camino correcto. Cada tres meses, le enviaban personal para que lo auditara. Aquello llegó a un extremo tal que, aun cuando previamente en radio pasillo se cruzaban apuestas sobre cuando rodarían las cabezas de su jefe y la de él, al terminar una de esas revisiones los encargados no tenían observación alguna que hacerle. Al presentarse con sus superiores a informales, estos no quedaron satisfechos y los regresaron para que repitieran la indagación. Gracias a ese celo, cuando terminó el sexenio no tuvo problemas al grado de que se dio el lujo de rechazar el ascenso al cargo inmediato superior, ya para que, su futuro había terminado seis meses antes.

Añadido (2) Una vez más comprobábamos que hay quienes no terminan de entender que en los EUA las decisiones no se toman en función de si nos van o no a gustar, un miembro de ese club es el director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico (IDIC), José Luis de la Cruz Gallegos, quien “… consideró que la reforma fiscal aprobada este sábado por el Senado de Estados Unidos atenta contra la seguridad nacional de México, en el sentido de que desvía los incentivos a invertir en nuestro país y busca llevarlos hacia allá…” Acto seguido, el ciudadano De La Cruz, posiblemente como resultado de una epifanía, soltó como gran novedad: “Me parece que el país tiene que voltear hacia adentro como un mecanismo para enfrentar los efectos de esta reforma fiscal…(La Jornada (03-XII-17)” ¿Para qué premio lo proponemos ante prueba tan basta de ingenuidad y “sapiencia”?

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